Es poco conocido que Franco quiso declarar la guerra a Japón cuando ya se advertía la derrota del Eje en 1.945 y que incluso se concibió el envío de una nueva División Azul con tal fin. El episodio refleja el carácter zigzagueante de la diplomacia franquista -que pasó de admirar a Japón a convertirlo en enemigo- y cómo los clichés sobre los "bárbaros orientales" y la “defensa del cristianismo allende los mares” impregnaron la visión española del imperio nipón.
"Parece como si fuéramos a declarar la guerra a Japón", espetó el ministro de Exteriores español José Félix de Lequerica al agregado militar británico en Madrid, Windam W. Torr, en una cena informal. Era Marzo de 1.945, cuando el III Reich vivía sus últimos meses y era obvio que los Aliados ganarían la guerra. Lequerica continuó sorprendiendo al británico al explicarle cuándo sucedería: "Espero que muy pronto. Lo debemos hacer antes que Portugal". Pero Torr quedó estupefacto cuando preguntó las razones de ello: "Bueno, Franco siempre ha odiado a los japoneses", contestó el español. Esa argumentación tan desideologizada es, cuando menos, curiosa. En parte porque es difícil justificar una guerra por odio personal, pero también porque, apenas tres años antes, Japón levantaba el entusiasmo español. Esta conversación, en la que se tanteaba la respuesta aliada ante una posible declaración de guerra, muestra uno de los asideros que Franco buscó para sobrevivir en la posguerra y refleja cómo los acontecimientos de Japón afectaban directamente a España. Ello puede parecer extraño, pues los hechos acaecidos en el llamado Extremo Oriente habían sido históricamente para España meras curiosidades. Pero esta situación cambió en 1.937, al coincidir el inicio de la Guerra Chino-Japonesa (1.937-1.945) con la contienda civil española, y aún más con la II Guerra Mundial, hasta la derrota nipona en 1.945. Entonces retornaron el desinterés español por los japoneses y una visión de estos impregnada de exotismo, geishas y perfumes.
Por ello, entre 1.937 y 1.944 las relaciones hispano-japonesas tuvieron una importancia atípica y sus asuntos fueron llevados personalmente por los respectivos ministros de Exteriores, al contrario que en años anteriores (el representante español en Japón aseguró haber sido telefoneado solo una vez por el ministro para pedir la rebaja de aranceles de cepillos de dientes).
La idea de compartir enemigos facilitó el acercamiento. Así, al coincidir la Guerra Civil y la Chino-Japonesa, franquistas y nipones manifestaron luchar en ambos casos contra el comunismo. De este modo, la importancia política de Japón subió muchos enteros, hasta el punto de que en Enero de 1.939 los japoneses concertaron (junto con italianos y alemanes -los tres países tenían una influencia política comparable para el Ejecutivo franquista-) tres entrevistas por separado con Franco y su ministro de Exteriores, el conde de Jordana, para convencerlos de que firmaran el Pacto Antikomintern contra la URSS. Solo lo consiguieron tras el fin de la Guerra Civil, en Mayo de 1.939, cuando España se unió al citado pacto junto con Hungría y un satélite japonés, el Estado de Manchukuo, en Manchuria (su capital era la ciudad china de Hsinking). Otro fin compartido fue la lucha contra las democracias occidentales cuando Italia se unió al conflicto tras la derrota de Francia.
España y Japón fueron así dos ases en la manga del Eje, dispuestos a entrar en el conflicto e inferir dos golpes decisivos a los británicos en Gibraltar y Singapur. Con ambiciones territoriales en lugares diferentes, los progresos de un país eran vistos por el otro como avances propios. Ambos firmaron el Pacto Tripartito (suscrito entre Alemania, Italia y Japón en Septiembre de 1.940), aunque España lo hizo en secreto. Entre ellos se produjo cierta colaboración propagandística en América Latina y en el Asia dominada por Japón (especialmente en China). De este modo, España apostó fuerte por el Gobierno marioneta nipón de Manchukuo y, en Junio de 1.940, prometió el reconocimiento de este Estado a su presidente Wang Jingwei, cuando ni sus padrinos japoneses lo habían hecho. Desde 1.940, parecía que Japón y España tenían una evolución política paralela y las preguntas sobre cómo ambos países actuarían ante el conflicto persistieron entre los Aliados y el Eje. Japón deshojó su margarita el 7 de Diciembre de 1.941 y atacó Pearl Harbor. España continuaba dudando si entraba en la guerra…
Tras Pearl Harbor se estableció una colaboración entre ambos Estados, ya que los japoneses recurrieron a España para adquirir material de guerra (a través de un país no beligerante) y utilizaron la colonia española en Filipinas como mediadora con la población autóctona al ocupar el archipiélago.
Además, el nuevo ministro de Exteriores, Ramón Serrano Suñer, tuvo que afrontar comprometidos encargos: Espiar a los Estados Unidos y representar los intereses de cientos de miles de inmigrantes nipones allí asentados. Debe recordarse que estos sufrieron asaltos y rechazos y que perdieron trabajos y haciendas. Se los perjudicó con bloqueos de cuentas corrientes y otras medidas y se los forzó a realojarse en centros del interior, alejados de sus lugares de residencia en la costa Oeste (por esta causa iban a ser acreedores de una indemnización en los años 80, pues habían sido discriminados por su identidad y no por sus ideas, igual que los alemanes e italianos). Tokio, para solventar tales maltratos y disponer de información sobre Estados Unidos, recurrió a Madrid. Serrano aceptó que España representase los intereses japoneses. Buscó residentes nipones en Norteamérica no fichados como quintacolumnistas y les pasó informes de embajadores españoles. Para dirigir el espionaje, les presentó a un audaz buscavidas, Ángel Alcázar de Velasco, quien organizó la principal red de información, denominada “Tô,” y que, entre otras informaciones, transmitió el envío de tropas estadounidenses a Guadalcanal y algunas vagas referencias a un “potente explosivo” que los norteamericanos estaba preparando (la bomba atómica).
(...Continuará)
(...Continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario