En
1.896 comienzan los últimos disturbios contra el gobierno colonial, pero como
se concentran en Manila y alrededores, lugares como el Distrito el Príncipe
eran considerados tranquilos.
Baler,
capital de este distrito, se encuentra al sur de una cala, rodeada de montañas
y un río y, a pesar de estar cerca de Manila, sus comunicaciones, tanto
terrestres como marítimas, eran muy difíciles. En aquella época, el pueblo se
componía de una iglesia, la casa del Gobernador y barracones para la tropa,
además de las viviendas de los nativos. La guarnición consistía en un cabo y
cuatro Guardias Civiles.
En
Agosto de 1.897 el gobernador, preocupado por los rumores que circulaban acerca
de la posibilidad de un ataque de los insurgentes para obtener armas y
municiones y tras investigar sin resultados, solicita ayuda y la guarnición se
refuerza con un destacamento de cazadores de 50 hombres al mando del Teniente
José Mota.
Mota
y sus hombres llegan a Baler el 20 de Septiembre, se instalan en los edificios
del pueblo y, como única precaución, ponen un vigía en la plaza. El 5 de
Octubre, la guarnición es asaltada por una gran fuerza de sublevados que salen
de la selva circundante a primeras horas de la mañana, sorprenden a la tropa
durmiendo, matan y hieren a gran parte de la misma y huyen rápidamente
llevándose prisioneros, armas y municiones.
El
12 de Febrero, llega a Baler el destacamento de Alonso y Martín Cerezo junto al
recién nombrado Gobernador Político-Militar de El Príncipe, el Capitán de
Infantería, Enrique de Las Morenas y Fossi. Con ellos llega también el
supervisor provisional del Cuerpo Médico con la misión de poner en marcha el
hospital que había sido destruido.
Iglesia de Baler |
En
cuanto la marea lo permite, las tropas de Génova y Roldán parten hacia Manila
en la embarcación que había traído al destacamento y sus provisiones, que
serían las últimas que recibirían del ejército. Si bien tenían municiones
suficientes, la cantidad de raciones era escasa y además, la mayor parte de las
que habían dejado almacenadas en la iglesia las tropas relevadas, estaban en
mal estado.
Mientras
tanto, al otro lado del mundo, un extraño incidente sirve de excusa para el
inicio de la guerra entre Estados Unidos y España. El 15 de Febrero una explosión
hace zozobrar al acorazado Maine, cuando se encontraba en el puerto de La
Habana, Cuba, y la potencia emergente, deseosa de obtener las últimas colonias
que le quedaban a España, culpabiliza a ésta del incidente.
Dos
días más tarde, por la mañana, Martín Cerezo salió de patrulla con 14 hombres,
sin novedad, mientras los que no estaban de guardia recogían el agua que
quedaba en las casas del pueblo para llevarla a la iglesia. Al día siguiente,
la patrulla sale al mando de Alonso, comandante del destacamento, y uno de los
soldados deserta. La tropa continúa con el acondicionamiento de la iglesia,
demoliendo parte de la antigua vivienda del cura, almacenando la madera
obtenida e intentando hacer un corral, dejando intacta la base del muro. Cerezo
llevó cuatro caballos para poder tener carne en caso de necesidad pero tanto la
tropa, como Alonso, como el Capitán se negaron y los soltaron.
La
mañana del día 30 de Junio le toca a Cerezo el turno de patrulla. Al llegar al
Puente de España, al oeste del pueblo, un grupo de insurrectos que se
encontraban apostados en la ribera del río comienza a disparar contra la
patrulla, intentando rodearla. Estos no tienen otra opción que volver a la
iglesia para ponerse a cubierto mientras llevan como pueden al Cabo Jesús García
Quijano, herido en el pie, comenzando así el sitio.
En
la Iglesia habían encontrado varios cañones viejos, pero sin accesorios ni
carro para transportarlos. Mezclaron los explosivos de algunos cohetes rotos
con la pólvora de algunos cartuchos de los fusiles Remington y pusieron parte
de la mezcla y las balas en uno de los cañones más pequeños, que llevaron a uno
de los disparaderos que habían construido en el antiguo convento, ahora, el
corral, y colgaron la parte trasera de una viga, con una cuerda que les
permitía variar el ángulo de tiro. Con una larga caña de bambú con fuego en el
extremo, consiguieron disparar el cañón, que hizo temblar los cimientos del
corral.
Croquis Iglesia |
Los
insurrectos enviaban casi a diario mensajes a los sitiados y, un día, uno de los
mensajes fue entregado por dos españoles. Algunos soldados creyeron reconocer a
uno de ellos como uno de los Guardias Civiles del destacamento de Mota, que
había comandado el puesto de Carranglan. El asistente de Alonso, Jaime
Caldentey aseguró que era un paisano y amigo suyo de Mallorca. Alonso indicó a
Jaime que debía decir a los enviados que tenían suficientes provisiones y
municiones para aguantar y éste se dirigió a ellos en mallorquín. El guardia,
fingiendo no conocer el idioma, le dijo que estaban perdidos y que si
continuaban con su resistencia, acabarían muertos, porque todas las tropas
peninsulares se habían rendido y no iban a recibir refuerzos. Al oír esto,
Martín Cerezo contestó que el que estaba perdido era él, y que se fuera de
allí.
El
Soldado Francisco Rovira Mompó, enfermó también de beriberi, murió de
disentería, el 30 de Septiembre, día en el que llegaron nuevas noticias a la
iglesia en forma de carta del Gobernador Civil de Nueva Écija, Dupuy de Lôme.
En ella, informaba a de Las Morenas, que conocía a Dupuy y afirmaba que la
letra era suya, de que se había perdido Filipinas. Más tarde llegaron rumores
sobre la rendición del Mayor Juan Génova Iturbe, el Capitán Federico Ramiro de
Toledo, el Mayor Ceballos en Dagupan y el General Agustí en Manila. Finalmente,
llegó una carta del cura de Palanan, Mariano Gil Atienza, en la que les
confirmaba los rumores e intentaba hacerles ver que era inútil seguir
resistiendo, porque el archipiélago se había perdido. Sin embargo, los sitiados
no dieron crédito al Gobernador de Nueva Écija, ni a los informes oficiales ni
al resto de las informaciones recibidas, pensando que se trataba de una treta
del enemigo, incrédulos ante el hecho de una pérdida tan rápida del
archipiélago.
El
Cabo José Chaves Martin y el Soldado Ramón Donant Pastor mueren de beriberi el
9 de Octubre. Días después cae gravemente herido el doctor Vigil y el día 18
muere Juan Alonso Zayas de beriberi, enfermedad que se estaba extendiendo
rápidamente entre la tropa, tomando el mando Saturnino Martín Cerezo.
Para
evitar en lo posible el avance del beriberi, los españoles abrieron varias vías
de ventilación, intentando no comprometer la seguridad. A pesar de las medidas
tomadas, la mayor parte de la tropa apenas se tenía en pie, por lo que se
organizaban guardias de seis horas, en las que los relevos se hacían con ayuda
de los soldados sanos, que llevaban a la cama al soldado relevado y colocaban
en una silla al nuevo vigía, mientras el cabo de turno, hacía rondas
comprobando el estado de los distintos centinelas.
Durante
la primera quincena de noviembre murieron los soldados Juan Fuentes Damián,
Baldomero Larrode Paracuellos, Manuel Navarro León y Pedro Izquierdo y Arnaiz.
El Capitán de Las Morenas, a pesar de encontrarse gravemente enfermo, seguía
firmando las contestaciones a los filipinos pero ante la inminente muerte, los
españoles decidieron enviar la última carta firmada por él con el fin de que,
en el futuro, no tuviesen sospechas acerca de su estado. En ella, se invitaba a
los insurrectos a rendirse, afirmando que serían tratados benévolamente y
amnistiados. Los filipinos contestaron con insultos y amenazas. Finalmente, el
22 por la noche, Enrique de Las Morenas, fallecía de beriberi.
De las Morenas |
Martín
Cerezo contaba, en aquel entonces, con 35 soldados, un trompeta y tres cabos,
prácticamente enfermos. Apenas quedaban víveres, aunque había munición
suficiente para seguir resistiendo.
Rafael
Alonso Mederos se convirtió el 8 de Diciembre en una nueva baja del beriberi,
pero como era un día festivo en la Infantería Española, Cerezo decidió repartir
crepes, café y sardinas entre la tropa, con el fin de disipar, en parte, los
efectos de la nueva pérdida. A pesar del estado de las provisiones, los
soldados tomaron la salida de la monotonía como una auténtica celebración de la
Inmaculada.
Dos
días más tarde, el10 de Diciembre, se firma en París el tratado por el que
España cede a Estados Unidos sus colonias en Cuba, Puerto Rico, Filipinas y
Guam, dándose por finalizada la guerra entre ambos países.
Por
su parte, los filipinos continuaban con sus ataques de cañón, pero sin atacar
de la manera contundente que podría haber acabado con los españoles. Entre el
ruido de los fusiles y cañones, se oían también insultos y gritos de los
soldados filipinos, entre ellos, los desertores, que hacían ostentación de su
presencia, cosa, que enfurecía a los sitiados. Además, algo que frustraba a los
españoles, era que, debido a la maleza que los rodeaba, no eran capaces de ver
si realmente causaban bajas entre el enemigo o no.
Para
intentar la salida, Cerezo contaba con apenas 20 hombres, que debían
arriesgarse a salir a campo abierto ante un enemigo bastante más numeroso, en
mejor estado de salud y atrincherado, por lo que la única ventaja con la que
podían contar era el factor sorpresa. El teniente llamó al cabo José Olivares
Conejero para que seleccionara 14 soldados para llevar a cabo la misión. El
comando debía salir por el agujero de la sacristía que daba al foso, rodear la
casa más cercana al norte de la iglesia y prenderle fuego con trapos
impregnados de gasolina atados al extremo de cañas de bambú. La misión del
resto de los hombres era dar cobertura de fuego desde la iglesia.
En
torno a las diez y media de la mañana del14 de Diciembre, el cabo y sus hombres
salieron de la iglesia según lo planeado. La sorpresa y la velocidad a la que
se propagó el fuego por el pueblo hizo que los filipinos de la zona se
retirasen rápidamente. Tras el ataque, la mayor parte del pueblo y las
trincheras circundantes fueron destruidas. Los españoles despejaron también la
zona sur, lo que les permitió abrir las puertas, que habían permanecido
cerradas desde el inicio del sitio e hicieron un claro qué les permitía ver el
río, al este, lugar frecuentemente utilizado por los filipinos para el
suministro de provisiones y refuerzos.
La
acción se llevó a cabo sin ninguna baja por parte de los españoles, aunque la
confusión del momento les impidió saber las causadas por ellos, más allá de un
centinela calcinado por el fuego y los rumores acerca de la muerte de Cirilo
Gómez Ortiz. Con la operación, los sitiados obtuvieron una gran cantidad de
calabazas y naranjas de los árboles que había cerca de la iglesia, además de
todos los tableros, vigas y varas de metal que pudieron sacar de la Comandancia
y una escalera que había quedado abandonada junto al muro tras el último
intento de asalto filipino.
Tte. Vigil Quiñones |
El
13 de Febrero, murió de beriberi el Soldado José Saús Meramendi y al día
siguiente volvieron a sonar las cornetas filipinas llamando a parlamento. Cerezo
subió a la torre para ver qué ocurría y vio en una de las casas fortificadas a
un trompeta y a un hombre con una bandera blanca. Como los españoles no
contestaban, los filipinos hicieron sonar dos veces más el aviso y, al seguir
sin obtener respuesta, enviaron a un hombre hacia la iglesia por la Calle
General Cisneros.
Cerezo,
desde la torre, le dio el alto y éste preguntó si se trataba del Capitán de Las
Morenas. Cerezo contestó que no, que era uno de los oficiales del destacamento
y le preguntó qué quería. El individuo se identificó como el Capitán Miguel
Olmedo y aseguró estar allí por orden del Capitán General para hablar con el
Gobernador. Cerezo le dijo que de Las Morenas no hablaba ni recibía a nadie y
que le dijera a él cuál era el mensaje que quería transmitir. Olmedo dijo que
traía un comunicado oficial así que Cerezo ordenó a un soldado que saliera a
por él. El enviado se negó a entregar el mensaje al soldado porque tenía
órdenes de entregarlo en persona y Cerezo fingió retirarse sin atenderlo.
Finalmente el enviado cedió y entregó al soldado el mensaje para el gobernador,
firmado por Diego de los Ríos y fechado el 1 de Febrero de1.899, en el que
ordenaba a Enrique de Las Morenas que abandonase la plaza, siguiendo las
instrucciones de Olmedo, dado que España había cedido la soberanía de las islas
a Estados Unidos tras la firma del tratado de Paz entre ambos países.
Cerezo
observó en la comunicación algunos detalles que no le convencieron acerca de su
autenticidad y al volver, dijo al mensajero que el Capitán de Las Morenas se
había dado por enterado y que podía irse.
Los
continuos ataques, cada vez mejor organizados, pretendían acabar
definitivamente con el punto de resistencia español.
Pero
un nuevo parlamentario llega hasta la iglesia, se identifica como el Teniente
Coronel Aguilar Castañeda, perteneciente al E.M. del General de los Ríos.
Pequeños detalles hicieron dudar a Martín Cerezo de la autenticidad del nuevo
parlamentario: su raro uniforme, sus pocos expresivos documentos de acreditación;
e incluso el barco que, visible en la ensenada, aseguraban era para
repatriarlos, pensaron, o creyeron ver, era un lanchón tagalo enmascarado como
un barco real. Ciertamente los aparatos de observación que poseían no eran de
gran calidad y para Martín Cerezo era increíble, que España hubiese abandonado
Filipinas como insistentemente le decían. Esto era el factor base de su
incredulidad.
Rechazados
los argumentos del Teniente Coronel Aguilar, el jefe, perplejo y aburrido, hubo
de retirarse sin antes decirle al Teniente: "¡Pero hombre! ¿Qué tengo
que hacer para que Vd. me crea, espera que venga el General Ríos en persona?"
A ello le contestó el Teniente: "Si viniera, entonces sí que obedecería
las órdenes". Entonces reunió a la tropa, les relató cuál era
realmente la situación y les propuso una retirada honrosa, sin pérdida de la
dignidad y del honor depositado en ellos por España.
Los
heroicos defensores como tropa bien disciplinada, le dijeron a su Teniente que
hiciera lo que mejor le pareciera. Ante el asombro de los filipinos, vieron
izar en la iglesia la bandera blanca y oír el toque de llamada. Seguidamente,
hizo acto de presencia el Teniente Coronel jefe de las fuerzas sitiadoras,
Simón Tersón, que escuchó a Martín Cerezo y le respondió que formulase por
escrito su propuesta, añadiéndole que podrían salir conservando sus armas hasta
el límite de su jurisdicción, y luego renunciarían a ellas para evitar malos
entendidos.
Martín Cerezo |
El
escrito que entregó el Teniente Martín Cerezo decía: "En Baler a 2 de Junio
de 1.899, reunidos jefes y oficiales españoles y filipinos, transigieron en las
siguientes condiciones: Primera: Desde esta fecha quedan suspendidas las
hostilidades por ambas partes. Segunda: los sitiados deponen las armas,
haciendo entrega de ellas al jefe de la columna sitiadora, como también de los
equipos de guerra y demás efectos del gobierno español; Tercera: La fuerza
sitiada no queda como prisionera de guerra, siendo acompañada por las fuerzas
republicanas a donde se encuentren fuerzas españolas o lugar seguro para
poderse incorporar a ellas; Cuarta: Respetar los intereses particulares sin
causar ofensa a personas".
Y
así, honorablemente, dio fin tras 337 días de asedio el "SITIO DE BALER".
Una vez arriada la bandera, el corneta tocó atención y aquellos valientes se
aprestaron a abandonar su reducto. Los Tenientes Martín Cerezo y Vigil de
Quiñones, enarbolando la Bandera Española, encabezaban una formación de
soldados agotados, que de tres en fondo, y con armas sobre el hombro,
abandonaban el último solar español en el Pacífico, desde marzo de 1.521. Le
hacían pasillo soldados filipinos en posición de firmes, entre asombrados e
incrédulos.
ÉSTOS
SON LOS 33 HÉROES SUPERVIVIENTES
Teniente
Saturnino Martín Cerezo, natural de Miajadas, Cáceres
Médico
Rogelio Vigil Quiñones, natural de Marbella, Málaga
Cabo
Jesús García Quijano, natural de Viduerna de la Peña, Palencia
Cabo
José Olivares Conejero, natural de Caudete, Albacete
Corneta
Santos González Roncal, natural de Mallén, Zaragoza
Soldado
Juan Chamizo Lucas, natural de Valle de Abdalajís, Málaga
Soldado
José Hernández Arocha, natural de La Laguna, Tenerife
Soldado
Luis Cervantes Dato, natural de Mula, Murcia
Soldado
Manuel Menor Ortega, natural de Sevilla, Sevilla
Soldado
Vicente Pedrosa Carballeda, natural de Carballino, Orense
Soldado
Antonio Bauza Fullana, natural de Petra, Mallorca
Soldado
Domingo Castro Camarena, natural de Aldeavieja, Ávila
Soldado
Eustaquio Gopar Hernández, natural de Tuineje, Las Palmas
Soldado
Eufemio Sánchez Martínez, natural de Puebla de Don Fabrique, Granada
Soldado
Emilio Fabregat Fabregat, natural de Salsadella, Castellón
Soldado
Felipe Castillo Castillo, natural de Castillo de Locubín, Jaén
Soldado
Francisco Real Yuste, natural de Cieza, Murcia
Soldado
José Pineda Turán, natural de Sant Feliú de Codines, Barcelona
Soldado
José Jiménez Berro, natural de Almonte, Huelva
Soldado
José Martínez Santos, natural de Almeiras, La Coruña
Soldado
Loreto Gallego García, natural de Requena, Valencia
Soldado
Marcos Mateo Conesa, natural de Tronchón, Teruel
Soldado
Miguel Pérez Leal, natural de Lebrija, Sevilla
Soldado
Miguel Méndez Expósito, natural de Puebla de Tabe, Salamanca
Soldado
Pedro Vila Garganté, natural de Taltaül, Lérida
Soldado
Pedro Planas Basagañas, natural de Sant Joan de les Abadesses, Gerona
Soldado
Ramón Mir Brills, natural de Guissona, Lérida
Soldado
Ramón Buades Tormo, natural de Carlet, Valencia
Soldado
Ramón Ripollés Cardona, natural de Morella, Castellón
Soldado
Timoteo López Larios, natural de Alcoroches, Guadalajara
Soldado
Gregorio Catalán Valero, natural de Osa de la Vega, Cuenca
Soldado
Marcelo Adrián Obregón, natural de Villalmanzo, Burgos
Soldado
Bernardino Sánchez Cainzos, natural de Guitiriz, Lugo
Los supervivientes. |
En
Manila, la comisión española encargada de recibirlos, los alojó en el Palacio
de Santa Potenciana, antigua Capitanía General. La colonia española los colmó
de homenajes y regalos. En una de las recepciones, el Teniente Martín Cerezo
recibió el abrazo del Teniente Coronel Aguilar que en son de broma le dijo: "Y
ahora, ¿me reconoce Ud.?". A lo que contestó el Teniente "Sí, señor.
Y más me hubiera valido haberlo hecho entonces"…
Por
fin, el 29 de julio del 99 embarcaron en el vapor "Alicante"
camino de España, llegando a Barcelona el 1 de septiembre, siendo recibidos por
las autoridades civiles y militares. Los llamados "Los últimos de
Filipinas" lo formaban 1 Teniente de Infantería, 1 Teniente médico, 2
Cabos, 1 Trompeta y 28 soldados.
Así
terminó la gesta, que cerraba el ocaso de un Imperio de 400 años, defendido con
el esfuerzo y la sangre de tantos españoles que dieron su cultura y su
religión.
http://www.exposanidad.es/prensa_50.html
ResponderEliminarMarbella rinde homenaje a Vigil de Quiñones,héroe marbellí de los “Últimos de Filipinas”
esa es la realidad espero ver la pelicula sin que haya manipulacion de la historia
ResponderEliminarpara mi personalmente son unos grandes heroes valientes muchos tuvieron muy mala suerte en españa no los reconocio nadie sobre todo el gobierno no merecieron la medalla individual por meitos de querra etc etc etc
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