El hospital bosniaco de Mostar carecía de medicamentos básicos, por lo que -en un gesto desesperado- osaron pedírselos al hospital croata, que insólitamente aceptó la solicitud como gesto de buena voluntad para la consecución de la paz entre croatas y musulmanes. Ambas partes querían que la operación de recogida, traslado y entrega estuviera supervisada y escoltada por la Agrupación española: Una sección transportaría las medicinas. Un equipo de la DRISDE., desplazado desde Medjugorje, acompañaría al convoy: Los cinco BMR. de la 3ª Compañía "Cobos" de la I Bandera llegaron sin ningún problema al hospital croata, donde les esperaba el coronel director del centro. Llenaron hasta los topes el BMR. ambulancia y nuevamente partieron, esta vez hacia el sector musulmán.
Como siempre, se escuchaban interminables tableteos de ametralladora y el retumbar de las explosiones, pero ya estaban todos acostumbrados -tanto los cascos azules como los ciudadanos, que en la zona croata paseaban despreocupadamente por la calle-. Eran las seis y media de la tarde. Giraron por el bulevar hacia el puente Tito para cruzar el río y entrar en el barrio musulmán, acercándose al lejano eco de las detonaciones, que seguía rasgando arrítmicamente el aire. Poco antes de llegar al puente era habitual que francotiradores de ambos bandos les dispensaran un cortés recibimiento, a pesar del cual los jefes de vehículos mantenían abiertas las trampillas para dirigir a sus conductores (la propia trampilla resguardaba la espalda del jefe, mientras que sacos terreros puestos delante de él le protegían el torso): "Para mí, y supongo que también para el resto de mis compañeros, al principio era muy desalentador el saber que siempre había unos ojos que seguían nuestros menores movimientos. Sólo te dabas cuenta de que ellos estaban allí cuando una bala te maullaba en los oídos y se estrellaba contra el suelo".
Los escombros obligaron a rodear una impracticable manzana. El fuego cruzado se intensificó. "Esto entra en la normalidad. Aquí, mientras oigamos que se dispara con fusiles y ametralladoras de una parte del río a otra, no nos preocupamos", comentaba un legionario. Cruzaron el puente a toda velocidad. El blindado del teniente Aguilar cerraba la columna (la posición más peligrosa junto con la vanguardia, ocupada por el capitán). Cuando, resoplando, se reagrupaban en la calle Mariscal Tito, la principal del barrio musulmán, dispuestos a dirigirse sin más al hospital musulmán, un angustioso mensaje se recibió por radio: "¡Capitán, hay un herido! ¡Tenemos un herido!". Se había tentado al destino durante demasiado tiempo…
"La verdad es que esto parece un sueño. Es como una película de amor y de guerra, qué mejor tema romántico. Pero qué bonito es que vuestra labor allí sea pacificadora. Es la dualidad del ser humano; es la dualidad del Ejército. Ahora la gente sabe que sois personas que dan su vida por la humanidad, aunque sean de otra patria distinta. Estoy orgullosa de vosotros, de ti por estar allí, porque aunque no logréis que lleguen a un acuerdo, vuestro esfuerzo quedará allí, grabado en la mente de todos los españoles que os vimos partir con la moral alta, con espíritu de lucha y sacrificio...", comentaría tiempo después, la viuda del Tte. Aguilar.
La herida era muy grave. Javier Fernández Arribas, en su libro "Casco Azul, Soldado Español", afirma que "(la bala) le había entrado por la parte posterior del cuello, después de atravesar el chaleco antifragmentos". Fuentes del Ministerio de Defensa consultadas al respecto no salieron de su estricto secretismo, coincidiendo todas en -aparte de lamentar tan desgraciado suceso- su silencio, afirmando que el disparo lo había efectuado "un francotirador croata desde el edificio más alto que domina la -hoy- Plaza de España"... El teniente Vázquez, de la DRISDE. -que, minutos antes, había estado conversando con Aguilar- ni siquiera había visto de dónde provenía el disparo. El tirador de su BMR. gastó varias cintas de munición acribillando las ventanas del edificio, pero nunca se tuvieron noticias de que el sniper fuera alcanzado. "La bala que te mata es la que no oyes pasar. La bala que te mata es la que se queda contigo sin decir aquí estoy" (Arturo Pérez-Reverte: “Territorio Comanche”).
La herida era muy grave. Javier Fernández Arribas, en su libro "Casco Azul, Soldado Español", afirma que "(la bala) le había entrado por la parte posterior del cuello, después de atravesar el chaleco antifragmentos". Fuentes del Ministerio de Defensa consultadas al respecto no salieron de su estricto secretismo, coincidiendo todas en -aparte de lamentar tan desgraciado suceso- su silencio, afirmando que el disparo lo había efectuado "un francotirador croata desde el edificio más alto que domina la -hoy- Plaza de España"... El teniente Vázquez, de la DRISDE. -que, minutos antes, había estado conversando con Aguilar- ni siquiera había visto de dónde provenía el disparo. El tirador de su BMR. gastó varias cintas de munición acribillando las ventanas del edificio, pero nunca se tuvieron noticias de que el sniper fuera alcanzado. "La bala que te mata es la que no oyes pasar. La bala que te mata es la que se queda contigo sin decir aquí estoy" (Arturo Pérez-Reverte: “Territorio Comanche”).
Cuando la pena nos alcanza
por un hermano perdido,
cuando el adiós dolorido
busca en la fe su esperanza...
“Ayer mismo, Santidad, recibimos con emoción y profundo dolor la muerte de otro español que dio su vida heroicamente cumpliendo nobles tareas humanitarias para aliviar los sufrimientos que hoy padecen los pueblos de la antigua Yugoslavia…”, improvisaba en su discurso ante el Papa S.M. el Rey (12 de Junio de 1.993)… El teniente Aguilar tuvo la más hermosa forma de vivir y la más brava manera de morir. “No importa cómo muere un hombre. Lo que importa es cómo vivió” (George Bernard Shaw). Su verdadera valentía no estuvo en las trincheras, sino en seguir su corazón: "La muerte del teniente Aguilar ha merecido la pena desde el momento en que se ha salvado la vida a un solo niño bosnio, o a una mujer o a un hombre; pero siempre queda la cosa de que ¡joder!, ojalá hubiéramos vuelto todos" (Javier Fernández Arribas: “Casco Azul, Soldado Español”). Eran las únicas palabras que acertaba a articular el teniente Quintana ante la capilla ardiente de su amigo, levantada en Dracevo. "Su semblante irradiaba una enorme paz, como si soñara con ella, con la PAZ. Por la que dio su juventud y su vida, por la que le recordaremos siempre" (Carmen Montilla).
... En tu palabra confiamos
con la certeza que Tú
ya le has devuelto la vida,
ya le has llevado a la luz.
con la certeza que Tú
ya le has devuelto la vida,
ya le has llevado a la luz.
“No está escrito en lugar alguno que las Fuerzas Armadas sean una ONG., ni que su misión no conlleve enormes peligros. Si se asume una política exterior, hay que hacerlo con todas las consecuencias. Unas, positivas, como la presencia española en la reconstrucción de Bosnia. Otras, negativas, como los costes humanos y materiales de una colaboración militar”: El coronel Morales recibió la noticia en Madrid, donde se encontraba asistiendo a la ceremonia de entrega del premio a la Transparencia Informativa en Bosnia, concedido por S.M. el Rey a la DRISDE.
"En aquellas tierras desoladas por la tragedia y la guerra, donde nada crece más que el odio y la intolerancia, donde todo un pueblo está desgarrándose y sufriendo, su misión era verdaderamente vital y valiosa. Y sólo la fuerza de esos valores morales alimenta la valentía de unos hombres para ofrecer su propia vida por salvar la de los demás".
En el Libro de Órdenes de la 3ª Compañía de la I BLEGMZ., quedó plasmada la siguiente orden: "En lo sucesivo y para siempre debajo del crucifijo del despacho de los Capitanes que manden la 3ª Compañía habrá permanentemente una fotografía del teniente D. Francisco Jesús Aguilar Fernández, que dio la vida por la Patria y por la Legión, quedando debajo de ella un lema que recuerde al Héroe muerto y su forma de vivir la Milicia: "Muerto en acción en Mostar cumpliendo una Misión Humanitaria en Bosnia-Herzegovina, el 11 de Junio de 1.993.
Este Oficial que mandó esta Compañía fue siempre voluntario para todo sacrificio, solicitando y deseando siempre ser empleado en las ocasiones de mayor riesgo y fatiga"".
“La noticia del fallecimiento del Teniente Aguilar nos ha causado un hondo dolor, aunque esta trágica pérdida no nos desalienta en este empeño que teneos todos por lograr la paz en esta parte del mundo. Somos conscientes del peligro que tenemos –afirmaba el Coronel Morales en declaraciones a Radio Nacional de España- y que nos anima a todos al empeño de cumplir la misión que Naciones Unidas y nuestro gobierno ha depositado en nosotros. Que estén plenamente seguros de que intentamos por todos los medios que la seguridad de nuestras fuerzas sea primordial, y que esperamos con ansia que esto no vuelva a suceder y que tomamos las medidas previsibles para que no vuelva a ocurrir…”. Por desgracia, ni “javeos” ni “armijos” escucharon la entrevista. Y volvió a ocurrir la tragedia.
Generalmente, cuando terminaban las clases (trabajaba en la Escuela de Arte de Melilla), Carmen Montilla siempre salía con prisa, porque a veces el teniente Aguilar llamaba sobre esa hora desde Bosnia. Pero esa tarde Carmen tuvo un doloroso presentimiento. Sintió miedo, no se atrevía a volver a casa, así que prefirió ir a dar una vuelta con una amiga, regresando antes de las nueve de la noche. “De pronto, sonó el teléfono, pero no era él. Me llamaba el coronel de la Legión del tercio de Melilla y me dijo que iba a venir a casa a hacerme una visita. Yo no quería pensar, quería escapar de esa horrible idea, pero estaba todo el tiempo presente. Supongo que para el coronel debió resultar muy duro, porque dar una noticia así tiene que ser terrible. No sabía qué decirme. Entonces, le pregunté si se trataba de una visita de cortesía o si había alguna mala noticia. En ese momento me contó lo que había sucedido y yo… Yo me derrumbé…”.
"Posiblemente las páginas de las historias más limpias son las que se escriben con sencillez, ni siquiera queriendo entrar en ellas, sino simplemente cumpliendo con lo encomendado" (Capitán Nicolás Berlanga): Tanto en Prensa como en las imágenes que la televisión ofreció del funeral celebrado el 13 de Junio en el acuartelamiento burgalés “Diego Porcelos” (así como en el cementerio de Derio, Vizcaya), se pudo contemplar a Carmen Montilla -"él asumía el riesgo y yo no busco culpables"- , acompañada por los tenientes Esturillo y Romero, y llevando orgullosa la Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco que García Vargas había impuesto, a título póstumo, a su marido. Sacando fuerzas de flaqueza, confirmó ese dicho de "Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer". Su imagen llorando y cantando al mismo tiempo el día del entierro de su marido ha pasado ya a la historia: “Esa canción del legionario tiene mucho significado y, si se conoce la letra, se ve en el fondo una historia de amor. El día que canté allí lo hice llorando, porque era como mi vida escrita. Y es que la tenía que cantar, ya que se trataba de mi último homenaje a Jesús. Cuando se marcharon de Melilla hacia Bosnia, todas las mujeres que estábamos en el puerto despidiendo a los legionarios la cantábamos desde abajo y ellos lo hacían desde arriba. Y el día de su entierro, cuando vi el féretro alejarse, volví a cantar esa canción con todo mi sentimiento… Con todo mi sentimiento”. Junto a ella estuvo en todo momento el capitán Julio Salomé, amigo y compañero en BiH. del fallecido, quien aseguraba que “si no fuera por él, muchos civiles hubieran perdido la vida”.
“Esta fortaleza me la ha dado mi marido, porque todo lo que él sentía sobre su profesión me lo ha hecho vivir y compartir. Y como se entregó de corazón cuando se marchó a Bosnia, yo también creía lo mismo que él creyó. A eso se debe esa fuerza. En ese momento, cuando estaba en el funeral sintiendo un dolor fuerte, muy fuerte, empecé a pensar en sus compañeros que continúan allí, y me daba cuenta de que también para ellos tuvo que ser un golpe muy duro, porque tenían que seguir en pie y luchando. No se podían venir abajo, ya que la misión que están haciendo es muy importante. Así que pensé que una carta escrita por mí, desde mi dolor y dándoles ánimo, quizá les podría ayudar a seguir cumpliendo con su deber como lo estaban haciendo y como lo había hecho Jesús. Les decía que él esperaba esto de mí y de ellos, y que para no defraudarle tenían que seguir adelante. Y, de hecho, al morir Jesús llevaron a cabo una misión especial y terminaron lo que él había empezado: Rescataron a veintisiete heridos y los sacaron del país. Al menos ellos están vivos y sé que lo hicieron en memoria de mi marido. Es muy bonito”. En su carta de agradecimiento, tras una hermosa cita del escritor Octavio Paz, les decía: “Mi marido vivió y murió entregándose de corazón. Y yo, desde aquí, quiero defender a ultranza vuestra vida. Quiero que os cuidéis mucho. Que el tributo que hemos pagado mi querido Jesús y yo, así como Arturo y Ángel, y vuestras respectivas familias, sea el último de esta trágica guerra.
Vosotros me quedáis como consuelo, tenéis que seguir en pie para poder seguir dando vida a todos los que allí sufren. Quiero que sepáis que aquí se valora lo que estáis haciendo, vuestra entrega. Que vuestro esfuerzo quedará allí y quedará aquí, grabado en la mente de todos los españoles que os vimos partir con la moral alta, con espíritu de lucha y sacrificio. Que vuestra entrega no se rinda ni al miedo ni a la pena.
Estáis allí, eso es lo importante y os merecéis todo nuestro respeto y admiración. Me siento orgullosa de vosotros, como española y como ciudadana del mundo. Me siento orgullosa de Jesús, aunque haya tenido que pagar un precio tan alto como es su vida y su pérdida me haya desgarrado el corazón. Pero yo creo en lo que él creía. Y con él una parte de mí se ha quedado allí con vosotros.
Sé que vivir todo aquello, tanta incomprensión, tanta violencia, tanta crueldad entre un mismo pueblo debe ser toda una lección de humanidad para vosotros, que estáis realizando una gran labor de gran generosidad que no cae en saco roto. Que estáis en nuestro corazón y en nuestra mente, que os apoyamos y os valoramos. Que Jesús… y Arturo… y Ángel, desde donde estén, nos están mirando y nos están dando fuerzas a los que aquí seguimos.
Quiero hacer un último acopio de fuerzas y desde mi profunda pena daros ánimos para que sigáis haciendo vuestro trabajo tan dignamente como hasta ahora.
Y pediros, por favor, que os cuidéis mucho, mucho. Porque cuando acabéis allí os necesitaremos aquí para que nos sigáis dando ejemplo.
Gracias por escucharme. Un fuerte abrazo y que Dios os proteja”.
“Lo importante es que estaba donde quería estar y haciendo lo que quería hacer”, comentaba el capitán Megal, del Ejército del Aire. No pasó desapercibida la actitud adoptada por el general Morillon, en relación con la muerte del segundo de los tenientes españoles, advirtiendo de la posibilidad de retirar sus cascos azules de aquel infierno, pero... ¿qué se habría dicho aquí de un general español que hubiera osado así ejercer su mando?
“Son seres normales que se encuentran en circunstancias extraordinarias y se comportan de un modo especial en esas circunstancias. Bosnia ha demostrado que hay personas normales dispuestas a ayudar a los demás sin pensar en su sacrificio. Existen héroes a nuestro alrededor” (Javier Rupérez. Visita al destacamento de Medjugorje). En la esquina del puente Tito, donde fue alcanzado el Teniente, se colocó una placa de negro mármol: “LAS AGRUPACIONES ESPAÑOLAS EN MEMORIA DE D. FRANCISCO AGUILAR FERNÁNDEZ. TENIENTE DE INFANTERÍA CAÍDO EN ACTO DE SERVICIO EL 11 DE JUNIO DE 1.993”, con otra igual bajo ella conteniendo la un texto similar en serbobosnio: “OVA MEMORIJALNA PLOCA PODSJECA NA PORUCNIKA FRANCISCA AGUILARA FERNANDEZA. PRIPADNIKA SPANSKIH GRUPACIJA KOJI JE POGINUO DANA 11 JUNA 1.993 VRSECI SVOJU DUZNOST U ODBRANI MIRA OVE ZEMLJE”. Y es que, como me comentó un teniente del Tercio en Mostar, “creo que los legionarios vivimos como queremos y morimos donde debemos…” (Raúl Isasi Zamora).
“CUANDO REGRESES A CASA, HÁBLALES DE NOSOTROS, Y DILES: “POR VUESTRO MAÑANA, HEMOS DADO NUESTRO PRESENTE”” (escrito sobre la lápida de un paracaidista británico caído en Arnhem [Holanda], Septiembre de 1.944).
Gracias por escucharme. Un fuerte abrazo y que Dios os proteja”.
“Lo importante es que estaba donde quería estar y haciendo lo que quería hacer”, comentaba el capitán Megal, del Ejército del Aire. No pasó desapercibida la actitud adoptada por el general Morillon, en relación con la muerte del segundo de los tenientes españoles, advirtiendo de la posibilidad de retirar sus cascos azules de aquel infierno, pero... ¿qué se habría dicho aquí de un general español que hubiera osado así ejercer su mando?
“Son seres normales que se encuentran en circunstancias extraordinarias y se comportan de un modo especial en esas circunstancias. Bosnia ha demostrado que hay personas normales dispuestas a ayudar a los demás sin pensar en su sacrificio. Existen héroes a nuestro alrededor” (Javier Rupérez. Visita al destacamento de Medjugorje). En la esquina del puente Tito, donde fue alcanzado el Teniente, se colocó una placa de negro mármol: “LAS AGRUPACIONES ESPAÑOLAS EN MEMORIA DE D. FRANCISCO AGUILAR FERNÁNDEZ. TENIENTE DE INFANTERÍA CAÍDO EN ACTO DE SERVICIO EL 11 DE JUNIO DE 1.993”, con otra igual bajo ella conteniendo la un texto similar en serbobosnio: “OVA MEMORIJALNA PLOCA PODSJECA NA PORUCNIKA FRANCISCA AGUILARA FERNANDEZA. PRIPADNIKA SPANSKIH GRUPACIJA KOJI JE POGINUO DANA 11 JUNA 1.993 VRSECI SVOJU DUZNOST U ODBRANI MIRA OVE ZEMLJE”. Y es que, como me comentó un teniente del Tercio en Mostar, “creo que los legionarios vivimos como queremos y morimos donde debemos…” (Raúl Isasi Zamora).
“CUANDO REGRESES A CASA, HÁBLALES DE NOSOTROS, Y DILES: “POR VUESTRO MAÑANA, HEMOS DADO NUESTRO PRESENTE”” (escrito sobre la lápida de un paracaidista británico caído en Arnhem [Holanda], Septiembre de 1.944).
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