sábado, 26 de enero de 2013

España Vs. el Imperio del Sol Naciente (II)

Pero las fricciones no tardaron en surgir. Japón ocupó las Filipinas, que los españoles preferían ver independientes. Llegaron noticias de que se habían destruido edificios y de que se habían producido bajas en la comunidad española. Se instaló entonces un nerviosismo crítico en la península. Los nipones se vieron frustrados, porque los españoles no les pasaron más información ni dieron noticias de los perjuicios sufridos por japoneses en Estados Unidos, tan necesarias para su propaganda. Asimismo, la caída de Serrano en Septiembre de 1.942 los privó de su enlace de más alto nivel. Pero la red de espionaje y la representación de intereses continuaron organizadas por España hasta que el conde de Jordana -sucesor de Serrano- impulsó un viraje de la política exterior española en Abril de 1.943.

Dado que era difícil para España aplicar la neutralidad con el Eje, Madrid lo compensó con un espíritu pro Aliado ante Japón, que ese mismo mes vio cómo Madrid rechazaba subir la categoría de las legaciones del país a embajadas. Además, ese verano Franco difundió una peculiar e interesada teoría y se la transmitió al embajador norteamericano. Según esta tesis, se estaban desarrollando tres guerras simultáneas: la del Eje contra la URSS, en la que España era favorable al Eje; la del Eje contra los Aliados, en la que era neutral, y la del Pacífico, donde aseguró que era necesario derrotar a los japoneses porque estos eran -entre otros calificativos- unos bárbaros.

Tal postura provocó algunos meses más tarde, en Octubre, los momentos de mayor tensión entre Estados Unidos y España, por el llamado “Incidente Laurel”: Cuando el presidente del Gobierno pro japonés de Filipinas, José P. Laurel, declaró la independencia de las islas, Madrid le envió un telegrama de enhorabuena. Explotado el hecho por la propaganda del Eje, Estados Unidos lo utilizó para ridiculizar al Gobierno de Franco, a la par que desató una campaña de prensa contra él. Asimismo, Estados Unidos prohibió a sus diplomáticos todo contacto con los españoles y filtró conversaciones que hacían pensar en planes de ataque a España. El nerviosismo que ello suscitó en el Gobierno español se reflejó en un Consejo de Ministros de tres días de duración.

Sin embargo, lo que quería Washington era convertir en hechos reales la enemistad española declarada hacia Japón. Para ello recurrió a la descodificación de mensajes cifrados que le permitió conocer las dudas internas de Franco y atacar donde más le dolía. España, dada la presión internacional, acabó avergonzando públicamente a Japón en una nota oficial e incluso ofreció entregar unos barcos italianos para la lucha contra este país. Ya no había marcha atrás...

Esta deriva anti-japonesa arreció con la llegada de Lequerica a Exteriores en Agosto de 1.944. Por entonces, Franco y su Gobierno ya pensaban en cómo sobrevivir tras la derrota del Eje y jugaron la baza anti-nipona, como quedó reflejado en tres notas seguidas de la Delegación Nacional de Prensa. Sus títulos eran claros: "Orden sobre el criterio abiertamente favorable a los Estados Unidos en la guerra contra el Japón" o "Contra la política japonesa de signo anticristiano y antioccidental". Madrid ya no se avergonzaba de la difícil relación con Japón, como había ocurrido con Jordana, sino que la aireaba para ganar puntos ante los futuros vencedores de la guerra.

Se dudó sobre cómo utilizar mejor el órdago anti-japonés entre el Otoño de 1.944 y la Primavera de 1.945. En Marzo del 45 finalizó la Batalla de Manila y España movió ficha: La redacción de la agencia EFE en Nueva York comentó un artículo de Newsweek sobre las masacres niponas en Manila y añadió que las atrocidades cometidas contra españoles podían ser motivo para que Madrid declarase la guerra a Japón y se convirtiera en aliado de Estados Unidos y el Reino Unido. Franco hizo que la prensa española y los corresponsales extranjeros comentasen el texto, mientras una campaña orquestada repetía los peores epítetos sobre los bárbaros asiáticos…

En ese contexto (hay dos notas del Ministerio de Exteriores, una fechada el 17 de Marzo en la que se confirma que los funcionarios de ese Ministerio podían acudir a una recepción en la Embajada japonesa… Y otra del día siguiente, en la que se les prohíbe asistir), y con la llegada de un nuevo embajador norteamericano, España decidió suspender la representación de los intereses japoneses y tentó el impacto de su posible declaración de guerra, como quedó reflejado en la conversación entre Lequerica y Torr citada al inicio del artículo.

Al parecer, el criterio de Franco en este ámbito estuvo marcado, sobre todo, por su experiencia colonial en Marruecos, que extrapoló al Oriente bárbaro. Esta imagen distorsionada del Imperio Japonés se vio favorecida por el hecho de que, cuando en España había que tomar decisiones políticas respecto a Japón, no se contaba más que con el consejo de algún misionero o de algún diplomático llegado de Asia, sin preparación previa… Los Aliados reaccionaron con sarcasmo y manifestaron que, si España declaraba esa guerra, era su problema. Entre los regímenes amigos, solo Argentina, que vivió un giro diplomático similar al español, entendió esa posible declaración, mientras que los países que más influían en el Gobierno de Franco, el Vaticano y Portugal, enfriaron los ánimos belicistas: La Santa Sede se opuso para evitar problemas adicionales a los misioneros en Asia y Portugal dejó claro que no seguiría a España en la región donde le correspondía a este país tomar la iniciativa.

Es difícil conocer cuál era la estrategia franquista en esos momentos. Posiblemente el gobierno decidió que ya no se iría más lejos o quizá pensó en seguir tanteando la reacción ante una posible declaración de guerra pero, sin actas de ese Consejo de Ministros ni poderse consultar los archivos militares, es difícil saberlo con certeza. No obstante, la documentación actual induce a sospechar que el gobierno de Madrid decidió la ruptura pensando en aquilatar la tensión con Japón: Era un paso adelante imposible de evitar tras el impulso tomado. La alarma y las señales de una posible guerra pasaron a ser ámbito exclusivo de los rumores. Tanto en la embajada americana como en la japonesa se indicaba una espera de dos a tres semanas (se citaron el 21 y el 27 de Abril) para la declaración final de guerra, un tiempo en el que se intentaría arreglar la evacuación de los súbditos en Japón. Mientras tanto Del Castaño (embajador de España en Manila, falangista) regresaba a la Península pasando por Estados Unidos, sufriendo de agobiantes medidas de seguridad para evitar que estuviese más tiempo del necesario y en medio de una prensa que le recordaba sus actividades antiamericanas. Franco, informado constantemente de los pormenores del viaje de Del Castaño, hubo de darse cuenta también en esos momentos de los efectos imprevisibles que podría tener una nueva escalada de la tensión. En consecuencia, ésta se detuvo en la ruptura de relaciones.

(...Continuará)
 

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