Decidles a
todos en la Patria
Que lo hice lo
mejor posible.
Si muero en
zona de combate
Contadle a mi
preciosa niña
Que traje los
mejores recuerdos conmigo.
Si muero en
zona de combate
Contadle a mis
amigos
Que morí
mirando cara a cara al arma.
Si muero en
zona de combate
No necesito mi
nombre sobre la lápida.
En vez de eso,
poned
“Un hombre que vivió, luchó y murió“” (“If I Die in a Combat Zone“)
Corría el 11 de Mayo del 93 (aunque
hacía ya mucho que no había primavera) en Mostar. La patrulla (tres BMR. de
línea y un BMR. "Mercurio") había partido de Dracevo y venía del
hospital musulmán, donde habían entregado plasma y medicamentos donados por la
Cruz Roja. Los croatas del último checkpoint retuvieron al convoy (¡¡durante
seis horas!!), y únicamente dejaron pasar a los dos blindados que portaban los
suministros médicos. El BMR. del Cabo 1º Troyano, conducido por el Cabo Cuevas,
cubría al blindado del Teniente Arturo Muñoz Castellanos, perteneciente a la 5ª
Bandera del Tercio “Duque de Alba” II de La Legión, que se encontraba
descargando en el Cuartel General de la Armija un cargamento de medicinas.
La zona era sumamente peligrosa.
Ya antes de doblar la última manzana para enfilar el puente Tito, sobre el Neretva
(en realidad, un puente prefabricado Bailey británico: Armazón metálico y suelo
de tablas... Los seis que antes unían las dos orillas de la ciudad habían sido
destruidos, excepto el Stari. Pero tampoco le quedaba mucho), a unos 40 metros
detrás de los blindados cayó una granada. El teniente Muñoz pidió tranquilidad
mientras la intérprete explicaba a los agresores por los altavoces del BMR. que
tenían permiso de los dos bandos para pasar.
Habituados a contemplar toda
clase de desgracias y conscientes del puesto privilegiado que ocupaban, su
trabajo les apasionaba: “No conozco ningún sitio donde se aprenda más de la
vida que en un conflicto de estos. (...) ¿Riesgo? Hay que asumirlo. Compensa
cuando te das cuenta de que tu trabajo sirve para ayudar. (...) No quiero ni
imaginar cómo sería el mundo sin este trabajo. Es un poco inexplicable: El
cuerpo te pide estar aquí”. Toda la tripulación era de la misma opinión: “Sentíamos
íntimamente que estábamos haciendo historia... ¿Héroes? Aquí no hay héroes, hay
hombres cumpliendo con su deber”, comentaban. Distaban mucho de sentir
entusiasmo por aquella guerra, pero tenían una visión bastante romántica del
deber. Como decía Lorenzo Silva, evocando a sus camaradas de la guerra de
África: “... padecieron el infortunio de,
a la vez, encontrarse en el peor lugar y en el peor momento, y que se vieron
obligados, por ello, a sacrificarlo todo a cambio de nada”.
Cruzado el puente, un
"armijo" que les esperaba frente a las ruinas del derruido edificio
de estilo mozárabe que se alzaba al lado de la salida de éste (junto a un
parquecillo), se encaramó al blindado y –pasando las ruinas del palacio Waqf,
en la plaza Musala- les guió hasta el hospital, un enorme caserón agujereado
como un queso, con las ventanas tapiadas con sacos terreros. Todos, incluidos
el director del hospital, el doctor Milovic, y otros médicos, ayudaron a
descargar para terminar la faena cuanto antes.
Las explosiones, al igual que los
tiroteos, se iban acercando. "se daban caña, caña de verdad, a muerte",
comentaría después Troyano La calle Aleksa Santic, trasera al Hotel Ero
(y paralela a la “Avenida de la
Confrontación”) era un auténtico infierno: Ni en Sarajevo se acumulaban
tantos impactos de incicatrizable odio por centímetro cuadrado.
Ya circulaban rumores, propagados
por los soldados franceses, de que se ofrecía a los mercenarios -de
nacionalidades y bando no precisado- que pululaban por esta guerra primas de
hasta 300 dólares (unas 35.000 pesetas) por matar cascos azules. Pero aquel
"macutazo" no parecía impresionar mucho a Troyano, Cuevas y los demás
que proseguían su labor de descarga en la puerta trasera del hospital (la
delantera estaba a tiro de los croatas), mientras el teniente Muñoz culminaba
su auténtica misión: la evacuación clandestina de un sacerdote que vivía en
zona musulmana y que había sido amenazado de muerte. La entrega de las
medicinas solamente era una excusa, pues el obispo de Mostar había solicitado a
los españoles la mayor reserva para realizar esta operación sin cumplir los mandatos
legales que exigía el mandato de la ONU., según el cual este tipo de acciones
debía contar con el consentimiento de ambas partes... Posiblemente, si este
trámite se hubiese obtenido, los croatas hubieran congelado su fuego durante
unos instantes y se hubiese podido evacuar al sacerdote sin muchos problemas
(teniendo en cuenta que la Armija era la parte -si cabe- menos intransigente y
salvaje de las tres enfrentadas)... Pero esto es especular.
Mientras se procedía a la liberación
–pactada por ambos bandos- del párroco de la catedral de Mostar, monseñor Ivan
Vukcic (que había sido secuestrado el 9 de Mayo por un grupo paramilitar
bosniaco) los croatas –quien juega con fuego termina por quemarse- dispararon.
“Cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando”… Nadie escuchó la detonación de la granada, pues el
edificio absorbió el estallido. Todos tuvieron el presentimiento de que algo no
marchaba bien... Pero aquello era una guerra. Lo normal era que algo no
marchase bien... Los soldados españoles se dieron cuenta de que un camarada
suyo había sido herido cuando vieron un casco azul ensangrentado sobre una
manta que ocultaba un cuerpo: "¡Cuevas, ese casco es de los nuestros!".
Pensaron que un francotirador había alcanzado en la cabeza al teniente: "
Aquí Compañía Alba, aquí Compañía Alba ¡Oficial español herido, oficial español
herido!", repetían por la radio del BMR. mientras se apresuraban a
buscar una agujereada ambulancia que habían visto dos calles más al norte. La
ambulancia trasladó al teniente, inconsciente, al hospital musulmán, donde los
cirujanos aconsejaron su traslado a una unidad con más medios. Rápidamente se
presentó un comandante médico español que inmediatamente solicitó un BMR.
medicalizado a Medjugorje. “Esa necesidad
desencadenó una serie de peligrosas acciones, dado que el BMR. ambulancia se
hallaba retenido a cierta distancia por los croatas”. Escuchando las
enardecidas voces de sus hombres -"¡A por ellos de una vez, me cago en
...!", Fuster 31, es decir, el blindado del teniente Monterde,
que se hallaba en una colina cercana "corrompiendo" a los insumisos
miembros de SOS. Balkanes, descendió, uniéndose como escolta al BMR.
medicalizado que intentaba entrar, frente a unos intransigentes milicianos que
denegaban su tránsito -"Sin permiso escrito, imposible"-.
"¡Que entre la ambulancia!", ordenaba el teniente coronel
Castro Zotano, el número dos de la AGT., pero los milicianos que controlaban la
carretera retrasaron en cerca de media hora la entrada de la ambulancia que
debía recogerlo. El oficial que mandaba el destacamento de apoyo - el Teniente
José Luis Monterde- estuvo a punto de perder la paciencia y le dijo a su
intérprete croata: "Dile que o nos deja pasar o me lo llevo puesto"...
Pasaron, claro. Por ello, el oficial al mando tuvo que forzar –pistola en mano-
el paso libre hasta el hospital. Camino del mismo, los blindados vieron frenado
su avance por otra barrera formada por camiones y unos 50 milicianos: Nuevos e
infructuosos enfrentamientos verbales y profusión de amenazas, por lo que el
Comandante decide contactar por radio directamente con el Jefe del Estado Mayor
croata, quien en minutos se personó en el lugar, abriendo el paso.
Enfilaron por Petra Drapsina, la
parte moderna de la ciudad donde la mafia hacía negocios con la escasez, atravesaron
la calle Lea Bruka... Continuaban las explosiones.
Setenta y cuatro heridas de
metralla laceraban el cuerpo, brazos, piernas y cara del teniente –y 600
impactos presentaba el chaleco antifragmentos-. El alférez Villena consiguió,
ya dentro del blindado ambulancia, estabilizar al herido. Afortunadamente el
chaleco y el casco habían parado mucha metralla de la granada de mortero de 120
mm. que había caído a 20 metros del oficial. Al llegar al cruce de la avenida
del Mariscal Tito (la plaza Papa 1), el convoy se desgajó. Había que llegar
urgentemente al puesto quirúrgico avanzado instalado en Dracevo, a 45
kilómetros de Mostar, por lo que el BMR. medicalizado tomó una ruta alternativa
más corta.
A toda velocidad, los otros dos
vehículos se saltaron el control de salida por orden del comandante. Querían
llegar antes que la ambulancia. Los dos sorprendidos hombres que lo custodiaban
usaron sus AK. Escucharon el clink, clink de las balas rebotando en el blindaje
del vehículo. Alcanzaron el cruce de Dracevo, donde los croatas tenían un
checkpoint guarnecido con 25 milicianos armados con lanzagranadas, los cuales
les estaban esperando por haberse saltado "con malas formas" el
control anterior. El comandante médico ordenó a Troyano que no parase, pero el
Cabo 1º le desobedeció argumentando que él era el jefe del blindado y que si
querían llegar vivos al destacamento tenían que parar.
El coronel Morales, que se
hallaba en Jablanica, llegó a Dracevo cuando estaban operando al teniente. Tras
seis horas de intervención, le extrajeron numerosas esquirlas, pero era
imposible cuantificar la magnitud de los daños internos hasta que no fuese
repatriado. Se precisaba un electroencefalograma. Los médicos del EMAT. se asustaron
al ver que sangraba de un oído, pero únicamente se trataba de una rotura de
tímpano... Pero únicamente no se trataba de eso. No obstante, el primer
parte médico fue optimista: "El teniente Muñoz tiene heridas de metralla en
cuello y hombro. Su estado es grave pero está fuera de peligro". Ya en España, tras ser evacuado en un CN-235 medicalizado hasta la
base aérea de Getafe, el jueves 13 de Mayo, el teniente Muñoz entraba en coma
irreversible, falleciendo en el hospital militar Gómez Ulla: Unos decían que lo
mató el viaje. Otros, el infortunio. La verdad era que una pequeña esquirla le
había entrado por detrás de la oreja -justo entre el casco y las solapas del
cuello reforzado del chaleco- y le había producido un coágulo en la cabeza,
causándole la muerte.
“EN ADELANTE, NO DIREMOS QUE LOS ESPAÑOLES
COMBATEN COMO HÉROES, SINO QUE LOS HÉROES DE VERDAD COMBATEN COMO ESPAÑOLES”.
A mediodía del 13, el coronel
Morales reunía a sus tropas en Medjugorje, comunicándoles con la voz quebrada
por la emoción que el teniente Castellanos se encontraba clínicamente muerto. A
continuación ordenaba al corneta entonar el Toque de Caídos. “Las notas inundaron todo el acuartelamiento,
llegando a todos los rincones. Las caras de los hombres se tomaron muy serias.
Tristes, terriblemente tristes. Los semblantes eran de rabia e incredulidad”:
“Pero si el miércoles decían que estaba
fuera de peligro...”, reflexionaba con sorpresa un legionario. El
comandante Álvarez, portavoz oficial de la Agrupación, estaba completamente
hundido: “No sé qué ha podido pasar. El
traslado, quizás... Tal vez si se hubiera quedado aquí...”. Otros se
referían a la mala suerte. Algunos soldados lloraban. Un grupo de cabos primero
de la Legión, con los ojos enrojecidos, comentaban: “Algún día tenía que pasar. Así se sabrá que lo que hacemos aquí no es
un juego”. Otros propugnaban -llevados por el natural impacto inicial de la
noticia- por abandonar inmediatamente la misión de paz. “¡Si son unos hijos de puta!", espetaba un veterano. “El teniente les iba a llevar sangre y se han
cobrado la suya”, exclamaba otro. Uno de los mandos aseguraba que era
normal esta primera reacción, disculpándose argumentando que sus hombres están
todavía bajo el impacto de la noticia. Nadie se atrevía a vaticinar cómo iban a
reaccionar en el futuro, cuando se encontraran ante una situación de gran
riesgo: “La mayoría se recuperará sin
problemas en pocos días”, auguraba un comandante…
Pérez-Reverte aseguraba que a un
casco azul “no lo asesinan nunca. Lo matan trabajando... Y que lo maten va
incluido en las reglas del juego”. En lo personal, la guerra era un lugar
paradójicamente seguro, estable, donde el horror se asumía como realidad
cotidiana y así dejaba de ser sorpresa, o trampa. Un extraño hogar con reglas
precisas, simples, donde el malo era quien te disparaba y el bueno era aquél
cuya sangre te salpicaba, y el resto eran milongas. Un sitio donde, a
diferencia de las ciudades y los países presuntamente civilizados y razonables,
uno sabía siempre a qué atenerse. Incluso cuando te mata: El teniente
Castellanos era un profesional eficaz, fiel –sobre todo- a esa persona que
quiso ser y que su muerte al fin confirmó. Tuvo adrenalina a chorros, tuvo
lucidez, tuvo vida. Y ésa sí que la escribió con letras mayúsculas. Vivió, vio
(cosas que otros ni siquiera imaginaban o soñaban), sintió... No necesitaba
cortadas, justificaciones o excusas.
La carta que enviaron a su mujer
(cuando aún creían que se repondría) los hombres de su Sección (Cía. “Alba”
del Tercio Duque de Alba II de la Legión), irradiaba el respeto y la admiración
por su jefe, pues muchas veces, tener mayor graduación no convierte a un sujeto
en "Superior":
Dracevo, 12 de Mayo de 1.993
A nuestro Teniente Arturo Muñoz
de los suyos:
Dentro de la tristeza que supone
separarnos de nuestro Jefe, que solía ser amigo a la vez de líder, nos queda la
alegría de su recuperación.
Estos que aquí quedamos estamos
marcados por su espíritu para siempre. Sea lo que sea de este grupo de hombres,
están marcados de por vida por el trece espíritu legionario: "VALIENTES
COMO ÉL, SIGUIENDO SU EJEMPLO."
Esperamos muy pronto sus
noticias. Y no se preocupe, nosotros guardamos su sitio a nuestro frente. Venga
quien venga, nadie ocupará su lugar.
Un fuerte abrazo de todos.
Firmado: 21 rúbricas.
Ella siempre le recordaría cuando
se fundieron en aquel beso que una cámara dejó inmortalizado para siempre, en
el puerto de Almería. Ese adiós triste, como todas las despedidas, aun delante
de las cámaras. Ninguno de los dos podía adivinar entonces qué trágico
reencuentro les aguardaba el destino, inconsciente él, inconsolable ella, entre
las frías y opacas cortinas de una Unidad de Cuidados Intensivos.
El teniente murió "como
le hubiese gustado morir", afirmaba su esposa, Dª Rosa María López
Petinal, todo un ejemplo de entereza, quien, orgullosa, todavía firma sus
cartas con "Viuda del Teniente Arturo Muñoz Castellanos".
La muerte del teniente Muñoz
descubrió a la Izquierda y a la Sociedad española una nueva Legión (igual que
anteriormente habían descubierto una nueva Guardia Civil), lejos de las
borracheras de Fuerteventura o de las peleas en Ronda. Tan lejos de Francisco
Franco como de Narcís Serra, el pueblo español descubrió a unos -nuevamente-
CABALLEROS legionarios dispuestos a dar la vida por los demás.
"Todas las guerras tienen
sus héroes, pero muy pocos logran salir del anonimato y despertar el orgullo de
millones de compatriotas. El teniente Arturo Muñoz logró con su muerte, sobre
el asfalto de una ciudad arrasada, que su acción no pasara desapercibida: hacer
llegar plasma a un hospital de Mostar" (José L. Lobo y Fernando Múgica: "Entrega Mortal".
"El Mundo", 16 de Mayo de 1.993).
El 14 de Mayo era enterrado en el
cementerio de Ávila, con las palabras de su tío, el coronel de Infantería José
Castellanos, a modo de epitafio: "Ha sido un héroe en unos tiempos en
que no existen los héroes"... La salva de despedida de un piquete de
legionarios puso el punto final, pero él todavía vive. En la memoria de su
mujer, de su familia, de sus camaradas, de todas las personas a las que
anónimamente ayudó en Bosnia y en los cuatro españoles ("no creo que
haya habido muchas más gestas militares en la historia de España que hayan
honrado más un uniforme", comentaba Rafael Matesanz, Coordinador
Nacional de Trasplantes) que comenzaron nuevamente a vivir con su hígado, sus
riñones y, sobre todo, con su CORAZÓN.
(...) ¿Que si se fue a gusto? Por
supuesto. Él iba encantado. Era un militar y estaba cumpliendo con su deber.
Cada uno tenemos que cumplir con el nuestro. Lo que pasa es que luego las cosas
se torcieron...", aseguraba Carlos
Castellano, hermano del Teniente.
Al conmemorar los diez años de la muerte del Teniente, la
Legión erigió una placa conmemorativa donde, al lado del escudo del Tercio, se
podía leer:
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