Sinopsis: Un grupo de alumnos que se prepara para ser
guardiamarinas, vive en la Escuela Naval experiencias muy diversas: desde las
típicas novatadas a las nuevas responsabilidades a las que tendrán que
enfrentarse cuando obtengan la graduación.
Alberto de Mendoza en la mar. Y su esposa da a luz.
“Será marino, como su padre”… Y la cara de Julia Gutiérrez Caba es todo
un poema (ya comenzamos a intuir una de las ramificaciones de la trama). Al
menos, el comienzo –en su tradicionalismo- es original (no hay saltos de
alegría por el nacimiento ni brindis ni cohetes y abrazos).
Pasamos a la travesía con el himno de la ENM. como
fondo musical (antes de que ese Ministro de Defensa apellidado Bono mutilara y
alterara su letra), donde comienzan a presentarse los personajes: El serio y responsable
Montero, el sinvergüenza y viva la vida Andrade (es curioso, en “Botón de
Ancla”, un miembro de la “Trinca” se apellidaba Bahamonde, como
Franco, y ahora Andrade, como su alter ego “Jaime”… El Caudillo debía
dar saltos de alegría con estos homenajes) de sonrisa “Profident” y espejo de
Peter Lee Lawrence en “Los Caballeros del Botón de Ancla” (Ramón
Torrado, 1.974), el enamorado más de su trabajo que de su mujer Teniente de
Navío (Capitán) Torres, el marino de secano Ríoseco…
La sombra del padre de Andrade es alargada: Marino
más por tradición (e imposición) que por vocación, en eterno enfrentamiento con
la figura paterna al borde del retiro (de menor graduación que el hijo, con una
relación similar a la de Robert Loggia y Richard Gere en “Oficial y
Caballero”, pero con postura paterna diametralmente diferente) y consigo
mismo, ya tenemos al atormentado vulnerable bajo una fachada de bon vivant.
Mientras, un egoísta Torres se enfrenta a su abandonada esposa, con el
matrimonio pendiente de un hilo (de un traslado a Madrid, más bien)…
Evocaciones marinas llenas de nostalgia (e
ilusiones) en las que muchos podrán reconocerse: Las viejas generaciones de
lobos de mar frente a las guatequeras y despreocupadas nuevas generaciones de
jóvenes ye-ye. Pero de eso trata la película, como la mayoría, de quitar la
venda de los ojos al hijo rebelde y devolver a la oveja descarriada al redil
(ha sido, es y será siempre el mismo quid de la cuestión). Si a eso añadimos el
típico (y ya recalcitrantemente tópico) triángulo amoroso chico-chica-chico (y
eso que Mariajo es bastante insulsa), tenemos la estructura del film levantado.
Ahora sólo falta hora y cuarto de ladrillos y cemento: La instrucción y las
clases tienen su justo valor (no meramente anecdótico, como sucede en otras
cintas navales), tanto desde un enfoque serio como para servir de marco a los
gags humorísticos a cargo del tándem Landa-López Vázquez (en el rol de los
anteriores –y posterior- “Trinquete” en proporción ¼ y ¾
respectivamente). Además, la relación Rubio (siempre pensando en lo mismo… En
lo único) versus Zarzo (siempre pensando en los libros) se va consolidando
de forma creíble y bien elaborada, sin precipitaciones ni demasiadas
inverosimilitudes, desarrollándose entre las aulas, las maniobras y los
ejercicios (todo ello similar pero mucho mejor rodado que, siete años después,
en “Los Caballeros del Botón de Ancla”).
El desarrollo de la película es toda una
transformación: El proceso de los Guardiamarinas hasta convertirse en Oficiales
(y algo importante, si no llegas a identificarte con ciertos personajes sí, al
menos, surge cierta empatía). Y en “Los Guardiamarinas”, Marín no es un
mero escenario donde ubicar la acción, como en otros films marinos. Esta vez,
la Escuela Naval está viva, cuenta. Es un actor más… Y eso le imprime valor a la
cinta.
Eso sí, no falta el sermón… Pero más como
reprimenda que como discurso patriotero, con una respuesta contestataria (y
llena de rencor hacia la Armada) del interfecto, defraudado, aburrido,
frustrado. Es curioso cómo dicho discurso deriva, por primera vez, en una
perspectiva realista y sin el halo romántico de anteriores (y posteriores)
incursiones bélico-cinematográficas: “(…) Nuestra misión no es la guerra,
sino la paz” (sobresaliente).
Casi desapercibidamente, el actor Pepe Rubio hace referencia
a una página interesante (y bastante desconocida) de nuestra Historia bélica
naval: Los bous armados (navíos más propios de la Marina Republicana
-más concretamente de la “Euzko Itsas Gudarostea”, que contaba con 11-
que de la Nacional). Tema que será más profundamente tocado a año siguiente en
el film “Cruzada en la Mar” (Isidoro Martínez Ferry, 1.968).
Y entre guateques y exámenes, la competitividad entre Andrade y Montero
continúa hasta el duelo en O.K. Corral, perdón, en el despacho del padre de
María José por un quítame allá esas pajas (más bien por un quítate ya esa
gorra), que acaba en empate 2 a 2. Y es que con el uniforme no se juega… Lo que
nadie descubre es cómo se entera el Segundo.
Ello conlleva el rapapolvo del padre -frustradas
todas sus esperanzas de que sea todo lo que él no pudo ser- al hijo,
avergonzado de la mediocridad de su padre y que sólo ve en la Armada un mero
medio de labrarse un porvenir casándose con la hija de algún gerifalte (la
verdad es que Pepe Rubio no para de recibir yoyas durante todo el metraje).
Insinuante frase aquella de “Los arrestos no perjudican, estimulan”…
¡Cuántas faltas leves y graves y pérdidas de galones desaprovechadas (ahora
tendríamos a algún Al Capone de Almirante)!
Y así llegamos al clímax de la cinta. Sin
incendios, sin inundaciones, sin temporales. En el marco de la Semana Naval de
Barcelona (incomparable marco para unos ejercicios anfibios). Y en el
desembarco ocurre lo que todo el mundo presupone y espera durante 85 minutos
(de todos los “sacrificios” filmados hasta el momento en la filmografía bélica
ibera éste es, sin duda, el más gore).
Finalmente… Mejor que lo descubran. Emociona oír la “Canción
del Ocaso”… Pone la carne de gallina escuchar su letra:
“Tú que dispones de cielo y mar,
y haces la calma y la tempestad,
ten de nosotros Señor piedad,
piedad Señor, Señor Piedad”.
Tras acabar la película y tras pasar los títulos de
crédito, auguras un esperanzador y feliz mañana para los protagonistas, pero es
sumamente interesante reflexionar sobre todos esos auténticos Guardiamarinas
que participan en la película: Hoy serán Coroneles y Generales de Infantería de
Marina o Almirantes…
En conclusión, la película no llega a ser un explícito remake
de "Botón de Ancla" (más, cuando la terna se reduce a dúo y
éste no llega a ser ni “Dinámico”), aunque el espectador no deja de
tenerla en mente, y reúne todos los tópicos del cine cuartelero (aparte de
escenas ya mil veces vistas… Y las que quedaban por ver): Camaradería,
sacrificio, novatadas (la de la empanada, por ejemplo, con “rondalla de la
tuna” incluida), el sargento tocapelotas, los ligues, etc. Teniendo en cuenta
la época en la que se rodó, lógicamente el Ejército y la Marina se presentan
como unas instituciones en donde los hombres encuentran su razón de ser en la
vida. Aun así, la película desprende una cierta nostalgia al reunir en su
reparto actores del momento como José Luis López Vázquez (la escena con “papá”
es memorable), Alfredo Landa y Julia Gutiérrez Caba compartiendo estrellato con
nuevas promesas. Y, concurso: A ver si Vds. reconocen a un joven Luis Varela
(de extra-extrísima –Tito- y “esclavo del vodka”) entre los amigos de la
pandilla de Kike…
Mejor rodada que sus predecesoras, con más originalidad,
más humor (si no le pide peras al olmo hasta seguro que le asomará una sonrisa
viendo esta película), escenas más elaboradas (el rodaje en el buque escuela,
la toma desde la cofa del Palo de Señales de Marín, etc.) y, posiblemente,
incluso más presupuesto (al menos, hay tomas en cubierta). Los actores están
correctos –es curioso ver a un jovencísimo Emilio Gutiérrez Caba ejerciendo de
empollón y contrapunto al payaso de Landa- y adecuados en sus papeles (y hasta
el histrionismo de López Vázquez no desentona, centrando mayoritariamente el humor
de la cinta en su personaje, junto con “el alegre” Landa dando sus primeros
pasos como aquel “Cateto a Babor” rodado tres años más tarde). Son
personajes realistas, humanos, con sus preocupaciones mundanas, mortales al fin
y al cabo, lejos del arquetipo de héroe castrense alentado por otros films (lo
que, todo ello, es de agradecer).
Las comparaciones son odiosas, pero Pedro Lazaga está
–como director de este tipo de películas navales- a años luz del Ramón Torrado
de su última etapa, precisamente la de la nefasta “Los Caballeros del Botón
de Ancla”…
En suma, otro título para “Cine de Barrio” pero
algo superior a la media.
LO MEJOR:
Un conjunto bastante sólido y sin demasiadas fisuras,
resaltando el rodaje en el buque escuela Juan Sebastián Elcano: Mucho más que
un buque escuela.
Los secundarios de siempre (Landa, López Vázquez… Se echa
de menos a Rafael Hernández, fijo en estos films castrenses). Destaca la
interpretación de Julia Gutiérrez Caba como sufridora y abandonada esposa (y
madre de 3 niñas + 1 bebé), cuyo ultimátum “La mar o yo” queda sólo en
eso, sacrificándose por la felicidad de su marido (poco más de 12.000 pesetas
–de la época- al mes, casa militar y seis meses embarcado, pero marino y “Proto”
hasta la médula).
LO PEOR:
Quizá la sosa Mariajo (Paloma Valdés, con cierto parecido
a Karina pero sin “Baúl de los Recuerdos”), cuyo escaso carisma hace
incomprensible la rivalidad de ambos Guardiamarinas.
Nota: 6,2.
FICHA TÉCNICA:
Dirección: Pedro Lazaga.
País: España.
Año: 1.967.
Duración: 96 minutos.
Guión: Vicente Coello, Pedro Masó, Rafael J. Salvia.
Música: Antón García Abril.
Fotografía: Juan Mariné.
Protagonistas: Alberto de Mendoza (Comandante de Brigada Carlos Torres), Pepe Rubio (Caballero Guardiamarina Enrique Andrade), Manuel Zarzo (Caballero Guardiamarina Miguel Montero), Julia Gutiérrez Caba (Isabel), José Luis López Vázquez (Cabo Goro Ríoseco), Paloma Valdés (María José Ferreira), Alfredo Landa (Ignacio Vidal), Andrés Mejuto (Contramaestre Andrade), Emilio Gutiérrez Caba (Emilio “Cerebro”), José Marco Davó (Sr. Ferreira), Carlos Mendy (Segundo Comandante) y Alfredo Santacruz (Comandante Director).
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