viernes, 10 de mayo de 2013

La Toma del GURUGÚ


LA TOMA DEL GURUGÚ: NUESTRA COLINA DE LA HAMBURGUESA.

El 11 de Mayo de 1.969 el 3er batallón de la 101ª División Aerotransportada informó de la presencia de tropas enemigas en lo que entonces se denominaba simplemente colina 937, en el Valle de Ashau, a pocos kilómetros de la frontera con Laos, y el alto mando ordenó que dicha posición fuera tomada a cualquier precio. Se atacó los días 12, 13 y 14; fueron tres los ataques sucesivos en los que las tropas norteamericanas sufrieron grandes pérdidas. Se solicitó apoyo aéreo y la Fuerza Aérea realizó un fuerte bombardeo con napalm y alto explosivo, pero los norvietnamitas se encontraban bien protegidos en refugios excavados un poco por debajo de la cima, de modo que resistieron la embestida. Con la incorporación de otros dos batallones norteamericanos y tropas survietnamitas se volvió a intentar la toma, pero nuevamente los norvietnamitas aguantaron el envite. El día 19 se habían lanzado ya diez ataques. La defensa comenzaba a flaquear y la posición estaba perdida, pero un helicóptero artillado norteamericano equivocó las coordenadas y barrió casi por completo a la columna que trepaba entre los árboles y la maleza. La toma no se produjo. El undécimo ataque, el día 20, culminó con la conquista de la colina. Sin embargo, unos días después se ordenó abandonar la posición y los norteamericanos se marcharon llevando los cuerpos de sus compañeros que pudieron encontrar. El número de víctimas norteamericanas fue de 72 (si bien sólo se pudieron recuperar 60 cadáveres) y 372 heridos. Fue este elevado número de bajas el que hizo que los soldados denominaran a la colina como “Colina de la Hamburguesa”…

Tras el desastre del Barranco del Lobo[1], las operaciones militares españolas no se reanudaron hasta el 20 de Septiembre, porque como reconoció el propio general Marina había que “rehacer el espíritu de aquella gente, bastante quebrantado”, antes de que volvieran a combatir. Dice la tradición militar que "Los grandes comandantes cometen errores, pero aprenden de ellos", eso es lo que pareció suceder entre el mando español. El general Marina paraliza todas las operaciones militares a la espera de recibir refuerzos desde España, no quiere dar un paso sin asegurar que será seguro y que no se convertirá en una nueva sangría. y el Gobierno atendió rápidamente la petición. Los batallones de la 3ª Brigada desembarcan desde finales de Julio. El 31 de Julio están en Melilla las Divisiones Orozco y Álvarez de Sotomayor y la 2ª Brigada de Cazadores del General Ricardo Morales, con un total de 22.000 hombres. Hay 25 batallones de infantería (18.300 efectivos), 3 Grupos de ametralladoras (200 hombres), la Compañía de Mar, 4 escuadrones de Caballería (400 caballos), 52 piezas de artillería (1.500 artilleros de tropa), 4 Compañías de Zapadores y 3 de telégrafos (750 hombres). A principios de Agosto empezaron a desembarcar el Batallón de Chiclana, el Regimiento de Húsares de la Princesa, 2 batallones de Ferrocarriles y un Tren de Aerostación. En total, iban a acumularse unos 30.000 hombres. Además, se consideró la posibilidad de solicitar otra división expedicionaria, lo que permitiría a las fuerzas españolas alcanzar los 40.000 hombres. El 16 de Agosto se ordena que desde el 1 de septiembre los reservistas de los batallones de infantería sean concentrados en las 5ª compañías (o de depósito) y que se les encomienden servicios de guarnición y de plaza, pero no en las operaciones a vanguardia. El 24 de Agosto han acabado los preparativos para lanzar una gran ofensiva que permita aislar la península de Tres Forcas (al norte de Melilla) para así pacificarla más fácilmente y reforzar el cabo de Agua, al este, en las inmediaciones de las Chafarinas. Como escribe Carlos Seco Serrano en su más que recomendable libro "La España de Alfonso XIII": "A mediados de Agosto se habían acumulado ya fuerzas en número de 30.000 hombres, 2.000 caballos, 3.000 mulos y 62 piezas de artillería; en septiembre esas cifras se redondeaban: 40.378 infantes, 3.100 caballos y 141 piezas" El día 26 era ocupada Nador, el 27 Zeluán (donde se produjeron actos de pillaje por parte de las tropas españolas).

Y, por fin, el 29 de Septiembre de 1.909, el ejército español dio el golpe de autoridad esperado. “La toma del Gurugú -proclamó “El Noticiero Bilbaíno"-, significa un éxito para el ejército y una firme promesa de paz”. Tras casi dos meses de combates en los que las tropas españolas habían resistido al límite los embates de los bien organizados grupos de cabileños, se produjo el hecho que justificaba de sobra las tensiones y las dramáticas jornadas que se habían vivido en España, sobre todo en Barcelona, durante los últimos días del mes de julio. No cabía la menor duda de que la toma del Gurugú, punto clave de las posesiones españolas, dejaba muy claro quién mandaba en el norte de África. Además, con esa acción tan heroica se tapaba, al menos eso se intentaba, el desastre del Barranco, combate que había causado numerosísimas bajas entre los españoles: 17 jefes y oficiales, además del propio general Pintos, y 136 hombres de tropa y soldados muertos; 35 jefes y oficiales, y 564 heridos... Una derrota que la censura se encargó de maquillar al evitar que saltara a la primera página de los principales diarios del país. Por eso la fantástica victoria del Gurugú fue proclamada por todo lo alto.

La revista “La Ilustración Artística” comenzaba diciendo: “… reina en toda España grandísimo entusiasmo y pocas veces ha sido tan justificada la explosión unánime de júbilo nacional”. Y prosigue más adelante: “por millares se cuentan los telegramas de felicitación que las representaciones de todas las fuerzas vivas del país han dirigido al general Marina, al ejército de África y al Gobierno”.

El Gurugú, pequeña montaña a escala orográfica, paradójicamente era considerada por la prensa melillense de la época, posición poco menos que inexpugnable y estaba considerada como la llave de la dominación del Rif: Los habitantes de la ciudad se la imaginaban como un animal monstruoso que custodiaba la entrada a Marruecos que en esos años se presentaba como un país desconocido y enigmático. Quien consiguió el milagro de su ocupación y fue considerado el actor principal de tamaña gesta, no era otro que el carismático general Marina a quién en opinión unánime de los corresponsales de guerra, le corresponde la mayor parte de la gloria, “porque actuó sin precipitaciones peligrosas, atendiendo únicamente a buscar las mayores posibilidades para el triunfo definitivo y sacrificando la brillantez de las operaciones a su afán por ahorrar la sangre del soldado”. Añaden que “el citado general ha llevado esta campaña con una pericia y un tacto que han sido la admiración no sólo de España, sino también del extranjero”. La gloria de esta hazaña era compartida por sus adjuntos, los generales Orozco y Tovar, amén de los 34 batallones que participaron en los distintos episodios bélicos.

Como contrapunto a los adjetivos exultantes y a la magnificación que tuvo la conquista, debemos señalar también las suspicacias, sospechas y recelos que se suscitaron en los corresponsales de guerra, al observar la poca resistencia que opuso el enemigo a la ocupación, pues no encontraron ni una sola ametralladora en las múltiples cuevas y recovecos de la considerada en su tiempo inexpugnable montaña, que hubiera imposibilitado el acceso a la cúspide. Por aquellos días se especuló sobre el verdadero motivo del desalojo del monte por parte de las harkas enemigas y que no fue otro que las presiones y el chantaje de confidentes que, como el “Moro Gato[2], ejercieron sobre las cábilas que lo defendían. No obstante, la anterior observación no debe ensombrecer la belleza (si la guerra tiene perfiles bellos) que en su conjunto nos ofrece el relato histórico, pues toda obra de arte tiene su claroscuro.

La conquista del Gurugú vino precedida de la ocupación de posiciones envolventes como Nador y Zeluán, amén del Zoco El Had. En el combate de Abr-hit, preludio de la toma del Gurugú, el escuadrón de cazadores de Alfonso XII cargó con tal fiereza, que algunos oficiales -cuyos sables se habían partido a fuerza de golpear con ellos- siguieron atacando con las quebradas hojas y dejaron el campo cubierto de cadáveres del enemigo… La posesión de estos emplazamientos era condición indispensable para conseguir una de las metas más ansiadas por los melillenses a lo largo de los siglos y que no era otra que culminar el ascenso y ocupación de las cumbres del Gurugú.

La secuencia de los hechos comenzó el día anterior: Los obuses Ordóñez de bronce comprimido, tienen un alcance de ocho kilómetros y pueden batir hasta las mismas alturas del Gurugú. Una docena de ellos estaba instalada en el Fuerte Camellos, dominando con su fuego una amplísima zona, con tiros directos y disparos de altura, ahorrando con esto el empleo de fuerzas de infantería tan necesarias para otros servicios. En las lomas del Gurugú había varias casas atrincheradas que los rifeños utilizaban como fortines para hostilizar a nuestros soldados. Por ello, el general Marina dispuso para destruirlos que se probara en ellas el efecto de los nuevos cañones Schneider de tiro rápido emplazadas en el campamento del Hipódromo. El segundo disparo ya dio en el blanco e informado de ello el jefe de la batería por el globo cautivo “Júpiter”, concentró sobre la edificación una lluvia de granadas explosivas que las arrasaron…

El ataque propiamente dicho se inició con la salida de Melilla a las 5 de la madrugada desde el Hipódromo de las fuerzas de la guarnición de la plaza, al mando de los generales Real y Arizón: “Comenzaron a trepar las laderas del Gurugú yendo a la vanguardia la Policía Indígena (mandados por el caíd Chacha y Maimón Mohatar[3]) y los refugiados de Farhana y Mezquita capitaneados por El Gato. Los rifeños al divisar nuestras tropas huyeron precipitadamente sin disparar un tiro” (así lo relatan las crónicas de la época). Poco antes de las 8 de la mañana coronaban las cumbres del Gurugú las primeras fuerzas avanzadas, el pico más alto (a la vista desde Melilla es el Basbel), lo ocupó la brigada disciplinaria con una compañía del batallón de Navas. El segundo pico (a la vista de Melilla es el Kol-La) lo ocupaban las cuatro compañías del Regimiento África.

En España la noticia se recibió con una inmensa alegría:

Al poco de coronar la ocupación de los dos picos, visibles desde Melilla, sobre ellos comenzaron a tremolar sendas banderas españolas. El momento fue solemnísimo, emocionante, según las crónicas: La artillería de todos los campamentos, y de la escuadra surta frente a la bahía y la de Melilla, dispararon salvas de 21 cañonazos. Y en todas partes los soldados prorrumpían en estruendosos vivas a España. En Melilla la población entera se lanzó a la calle; las campanas de las iglesias se echaron al vuelo; todas las bandas de música de la plaza tocaron la Marcha Real; militares y paisanos fraternizaron: el júbilo que produjo el acontecimiento era indescriptible. “Diríase –asegura un testigo presencial- que un vértigo de locura patriótica se ha apoderado del vecindario entero; grupos de chiquillos recorren frenéticos las calles…”. Este emocionante cuadro, difícilmente reproducible en el futuro, quedará imborrable como esculpido en bronce, en la memoria histórica de la ciudad. El arriar de las banderas españolas a las pocas horas de ser izadas en su cumbre causó estupor y desilusión en los melillenses y recelos, como ya hemos apuntado, entre los corresponsales de guerra. Ante tan desbordada euforia, desde la perspectiva del tiempo, cabe preguntar si estaba justificada porque suponía finalizada la guerra, y parecía dar a entender el triunfo definitivo sobre las harkas de las temidos e indómitos rifeños. La respuesta sólo puede darse desde la empatía, consistente en adentrarse e imbuirse en los sentimientos que embargaban el alma atormentada por el terror y la angustia de los melillenses de principios del siglo XX. La montaña sólo les había producido sinsabores y sobresaltos por los disparos continuos desde sus alturas y estribaciones, los cuales engendraban zozobra e inseguridad en la población. Los disparos procedían de los modernos fusiles Remington de 21 disparos por segundo y de los cañones Schneider, arrebatados a los españoles.

En Bilbao, por ejemplo, todos los edificios públicos fueron engalanados con banderas nacionales. También se sumaron a la celebración el Club Náutico, el Teatro Arriaga y el Círculo Mercantil e Industrial. Muchos de ellos, incluso, llegaron a iluminarse por la noche. Se dispararon cohetes y las bandas de música salieron a la calle al son de alegres melodías. Y eso no fue lo único. El presidente de la Cámara de Comercio, Pedro Chalbaud, y su homólogo del Club Náutico enviaron telegramas de felicitación al rey, don Alfonso XIII, por la brillante y heroica acción llevada a cabo por el valeroso ejército español. Hasta la Diputación, a través de su presidente, el señor Salazar, mandó sus cumplidos al rey y a otras autoridades. “La Diputación provincial de Vizcaya -se expresaba en uno de ellos- se asocia con entusiasmo a la satisfacción del Gobierno por la feliz realización de sus planes en África”. Nadie dudaba de la enorme importancia que tenía la toma del Gurugú. No era sólo la expresión del poderío del ejército español sobre las hordas cabileñas sino, y esto era lo más importante, el preámbulo de la paz: La guerra se había ganado y eso había que celebrarlo. “Se comprende la alegría que ese brillante hecho de armas ha ocasionado, no sólo por lo que afecta al honor nacional, sino también porque una gran masa de la Nación cree que ese es el término de la guerra”, señaló “El Heraldo de Madrid” en su editorial del 1 de Octubre.

La noticia de la toma del Gurugú se dio en grandes titulares por toda la prensa valenciana el día 30, aunque los rotativos vespertinos ya la anunciaron el día anterior. En casi todos los municipios se celebró la conquista del Gurugú. En Valencia el capitán general ordenó que la banda del regimiento Guadalajara recorriera las calles del “Cap i casal”, y el alcalde dispuso que la Banda Municipal hiciese lo mismo.

Al mismo tiempo se reconocía que tras la victoria había llegado el momento de tomar otro tipo de medidas, las cuales pasaban por poner a trabajar en asuntos productivos a todos los moros rifeños: Había que ocuparles en obras destinadas a la construcción de carreteras, ferrocarriles, etc. “La misión civilizadora de España en Marruecos es grande e importante. Nuestros gobernantes deben preocuparse de que también sean reproductivos los sacrificios que han exigido y que todavía han de exigir”.

Incomprensiblemente, como sucedería 60 años después en el Valle de Ashau, los soldados se retiraron del Gurugú pocas horas después de ocuparlo, arriando la bandera. Y lo peor fue que, durante la retirada, se registraron bastantes bajas. La precipitada retirada sorprendió a propios y extraños españoles, teniendo en cuenta que aún estaban celebrando su conquista…

No obstante, la alegría y la exaltación patriótica se acabaron el 2 de Octubre. Ese día la prensa informó sobre el sangriento combate entre tropas españolas y cabileños en el monte Uiksan. Se había obtenido una victoria, pero las bajas habían sido muchas (ya el 30 de Septiembre infligió a nuestras tropas otro duro castigo en el Zoco el Jemis de Beni bu Ifrur, en cuyo combate perdieron la vida el General Díez Vicario, 3 Oficiales y 28 de Tropa). Demasiadas para un país que ya daba la guerra por terminada. El realismo sustituyó de golpe al optimismo. “El ataque del monte Uiksan -se señaló en la prensa-, no será el último de su género y la opinión española debe estar dispuesta a recibir con toda serenidad, tanto las noticias favorables como las adversas de la guerra”. El mensaje era claro. Había guerra para rato. Sobraban, por lo tanto, las celebraciones y las fiestas patrióticas. La muerte en campaña del general Díez Vicario y la Semana Trágica de Barcelona -que fueron desatados por los dirigentes (que tan sólo habían convocado una jornada de paro en el lunes 26 de julio) al llegar a esa ciudad las primeras noticias de los combates del barranco del Lobo el día 27- enfriaron el ardor patriótico suscitado por las victorias reseñadas. Las acciones militares continuaron durante los años 1.911 y 1.912 bautizadas pomposamente como la “Guerra del Kert”…

En 48 horas se pasó de la exaltación más rabiosa hacia el Ejército, la Marina, el rey y el Gobierno a un pesimismo aplastante. Y es que, la tan celebrada toma del Gurugú apenas pudo ser rentabilizada por un gobierno que, para los principales analistas del país, naufragaba. Uno de los más destacados intelectuales del momento, Benito Pérez Galdós, se encargó de remover las conciencias a través de un artículo que toda la prensa nacional publicó el 7 de Octubre. Bajo el título “Al Pueblo Español”, Galdós dejaba clara su postura ante una guerra que consideraba inútil y llamaba a una toma de postura clara y activa ante un gobierno que había perdido el rumbo: “Forzoso es que alguien, sea quien fuere, clame ante la faz atónita del pueblo español, incitándole a contener enérgicamente las insensateces de los que trajeron la guerra del Riff, sin saber lo que traían”.

La Marcha militar "La Toma Del Gurugú" (1.909) con música de maestro Pascual Marquina Narro y letra de José Jackson Veyán conmemora dicha gesta:

“¡Gloria a los soldados que luchar supieron
dando sobre el campo pruebas de valor!
¡Gloria a los valientes que su sangre dieron
escuchando sólo la voz del honor¡
¡Esos mismos bravos que el ardor remoza
y la cuesta suben al hombro el fusil
son los de Numancia, los de Zaragoza
que de gloria cubren las cumbres del Riff.

Ese clarín que suena ronco y marcial
es el León de España que ruge ya.
Y óyense entre esas notas del corazón
los himnos y la Jotas de la nación.

No me llames madre mía,
a mí no me llames madre mía
que hoy mi madre no eres tú,
mi madre es esa bandera
clavada en el Gurugú
¡Que viva España¡ ¡viva la guerra!
que de laureles cubre esta tierra
Con la retreta cesa el luchar,
rompe la Diana su aire marcial
¡Patria! grita mi bandera
¡Patria! grita mi bandera
¡Madre! Dice el corazón
perdóname viejecita
¡me voy con mi Batallón!
¡Gloria a los soldados que luchar supieron
dando sobre el campo pruebas de valor¡
¡Gloria a los valientes que su sangre dieron
escuchando solo la voz del honor!”

El 25 de Noviembre, instado por el nuevo gobierno liberal, que deseaba acabar la campaña cuanto antes, el general Marina ordenó una última operación combinada para la ocupación del collado de Atlaten, de valor estratégico por ser el vértice dominador de las minas de Beni Bu Ifrur y la meseta de Taxuda, también importante por ser la verdadera llave del monte Gurugú. Estas acciones se desarrollaron con éxito y sin disparar ni un solo tiro. En el mes de Noviembre siguieron destinándose soldados a Melilla, pero todos ellos iban a cubrir bajas en el ejército de operaciones, la mayoría ya por enfermedad. En la medida en que los combates se hacían menos frecuentes, las camas de los hospitales de Melilla eran ocupadas por enfermos y no por heridos. Y, como estos, los menos graves fueron trasladados a hospitales de la Península.

El 26 de Noviembre, una vez ocupada la meseta de Atlaten, el Gobierno dio por terminada oficialmente la campaña militar en el Rif, aunque las operaciones continuaron hasta el 17 de Diciembre de 1.909, día en se consideró que la zona prevista había quedado pacificada: Las sucesivas victorias del Ejército español convencieron al Sultán para enviar una comisión de caídes a Melilla, para que después de conferenciar con el general Marina, interponer su influencia con los principales jefes de la harka y se rindieran. No obstante, lleno de ira y frustración, el imán Schaldy reunió su harka y la conminó a la Guerra Santa. Pero los cañonazos desde el fuerte de Camellos y la cercana explosión de dos proyectiles, convencieron a todos de que más que la guerra les importa salvar su pellejo, sus casas y familias, y le dejaron solo… Finalmente, en el zoco El-Had es donde se celebra el acto de sumisión de las cábilas de Beni-Sicar ante el general Marina. Éste preguntó qué significaba dicha visita, contestándole que deseaban el perdón de España. “Yo os lo concedo en su nombre -repuso el general- y deseo que os hagáis con vuestra buena conducta dignos de la protección que se os concede”. El Rif quedaba pacificado. La guerra terminada.

Los batallones fueron recibiendo la orden de regresar a la península, incluso antes del final. Así, por ejemplo, el de cazadores de Barcelona recibió la orden el 15 de Diciembre y embarcó en Melilla el 17. El día 19 de Diciembre fue para Barcelona un día de inmenso júbilo: El "Alfonso XII", trasatlántico que conducía a las tropas, entraba en el puerto a las ocho de la mañana. Al batallón de cazadores de Alba de Tormes le tocó desfilar por la Rambla de las Flores. El 21 embarcó el batallón de Estella; el 16 de Enero de 1.910 reembarcó el de Arapiles que, tras su llegada a Madrid hizo junto con la Brigada entera una entrada triunfal el 22 de ese mes.

La harka rebelde se había disuelto y las cabilas de Guelaya y Quebdana, las provincias limítrofes con Melilla, prometieron sumisión a España. Pero al otro lado del río Kert, en el Rif occidental, se empezaba ya a gestar la siguiente rebelión…

La guerra de Melilla fue considerada victoriosa y así fue celebrada. Pero las tropas españolas pagaron un fuerte tributo pues sufrieron 252 muertos (2 Generales, 11 Jefes, 31 Oficiales y 208 Suboficiales y Tropa) y 1.551 heridos (9 Jefes, 85 Oficiales y 1.457 Suboficiales y Tropa). Total, 1.803 caídos en acción a los que, desde este Foro rendimos sentido y sincero homenaje.



[1] En la noche del 26 al 27 de Julio, los rifeños consiguieron levantar una parte de la línea férrea ya construida, lo que motivó que desde Melilla salieran dos columnas, una al mando del coronel Fernández Cuesta y otra integrada por tres batallones de la Brigada de Madrid recién desembarcada, al mando del general Pintos. Esta última fue atacada por las cabilas rebeldes y –atrapada en el barranco- prácticamente aniquilada.
[2] Se sabe poco del “Moro Gato”: La historia de este Asmani comienza el 5 de Enero de 1.894, cuando un presidiario de la “Guerrilla de la Muerte” que organizó el Capitán Ariza, perteneciente a la Brigada Disciplinaria, le cortó las orejas sin mediar pelea alguna ni nada por el estilo. Acto seguido el General Martínez Campos en consejo sumarísimo condenó a muerte al causante del atropello y mandó fusilarlo… Desde ese momento fue incondicional de España. El joven Asmani, en los primeros años del siglo fue partidario de El Rhogui prestando grandes servicios a España como confidente. Recibió varias condecoraciones, entre ellas la medalla de Alfonso XII. Al final de la campaña de 1.909 fue invitado por el Gobierno Español en Madrid… Todo esto, que es bien poco, es una recopilación de informaciones firmadas por varios autores de prestigio, además de la revista "España en sus Héroes" de la Editorial Organigraf, Madrid.

[3] La Policía Indígena, se distinguió en la toma del Gurugú, en el combate de Tardirt y en la ocupación de la península de Beni-Sicar hasta el Cabo Tres-Forcas.

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