LA TOMA DEL GURUGÚ: NUESTRA COLINA DE LA HAMBURGUESA.
El 11 de Mayo de 1.969 el 3er
batallón de la 101ª División Aerotransportada informó de la presencia de tropas
enemigas en lo que entonces se denominaba simplemente colina 937, en el Valle
de Ashau, a pocos kilómetros de la frontera con Laos, y el alto mando ordenó
que dicha posición fuera tomada a cualquier precio. Se atacó los días 12, 13 y
14; fueron tres los ataques sucesivos en los que las tropas norteamericanas
sufrieron grandes pérdidas. Se solicitó apoyo aéreo y la Fuerza Aérea realizó
un fuerte bombardeo con napalm y alto explosivo, pero los norvietnamitas se
encontraban bien protegidos en refugios excavados un poco por debajo de la
cima, de modo que resistieron la embestida. Con la incorporación de otros dos
batallones norteamericanos y tropas survietnamitas se volvió a intentar la
toma, pero nuevamente los norvietnamitas aguantaron el envite. El día 19 se
habían lanzado ya diez ataques. La defensa comenzaba a flaquear y la posición
estaba perdida, pero un helicóptero artillado norteamericano equivocó las
coordenadas y barrió casi por completo a la columna que trepaba entre los
árboles y la maleza. La toma no se produjo. El undécimo ataque, el día 20,
culminó con la conquista de la colina. Sin embargo, unos días después se ordenó
abandonar la posición y los norteamericanos se marcharon llevando los cuerpos
de sus compañeros que pudieron encontrar. El número de víctimas norteamericanas
fue de 72 (si bien sólo se pudieron recuperar 60 cadáveres) y 372 heridos. Fue
este elevado número de bajas el que hizo que los soldados denominaran a la
colina como “Colina de la Hamburguesa”…
Tras el desastre del
Barranco del Lobo[1],
las operaciones militares españolas no se reanudaron hasta el 20 de Septiembre,
porque como reconoció el propio general Marina había que “rehacer el
espíritu de aquella gente, bastante quebrantado”, antes de que volvieran a
combatir. Dice la tradición militar que "Los
grandes comandantes cometen errores, pero aprenden de ellos",
eso es lo que pareció suceder entre el mando español. El general Marina
paraliza todas las operaciones militares a la espera de recibir refuerzos desde
España, no quiere dar un paso sin asegurar que será seguro y que no se
convertirá en una nueva sangría. y el Gobierno atendió rápidamente la petición.
Los batallones de la 3ª Brigada desembarcan desde finales de Julio. El 31 de Julio
están en Melilla las Divisiones Orozco y Álvarez de Sotomayor y la 2ª Brigada
de Cazadores del General Ricardo Morales, con un total de 22.000 hombres. Hay
25 batallones de infantería (18.300 efectivos), 3 Grupos de ametralladoras (200
hombres), la Compañía de Mar, 4 escuadrones de Caballería (400 caballos), 52
piezas de artillería (1.500 artilleros de tropa), 4 Compañías de Zapadores y 3 de
telégrafos (750 hombres). A principios de Agosto empezaron a desembarcar el
Batallón de Chiclana, el Regimiento de Húsares de la Princesa, 2 batallones de
Ferrocarriles y un Tren de Aerostación. En total, iban a acumularse unos 30.000
hombres. Además, se consideró la posibilidad de solicitar otra división
expedicionaria, lo que permitiría a las fuerzas españolas alcanzar los 40.000
hombres. El 16 de Agosto se ordena que desde el 1 de septiembre los reservistas
de los batallones de infantería sean concentrados en las 5ª compañías (o de
depósito) y que se les encomienden servicios de guarnición y de plaza, pero no
en las operaciones a vanguardia. El 24 de Agosto han acabado los preparativos
para lanzar una gran ofensiva que permita aislar la península de Tres Forcas
(al norte de Melilla) para así pacificarla más fácilmente y reforzar el cabo de
Agua, al este, en las inmediaciones de las Chafarinas. Como escribe Carlos Seco Serrano en su más
que recomendable libro "La España de Alfonso XIII": "A mediados de Agosto se habían
acumulado ya fuerzas en número de 30.000 hombres, 2.000 caballos, 3.000 mulos y
62 piezas de artillería; en septiembre esas cifras se redondeaban: 40.378
infantes, 3.100 caballos y 141 piezas" El día 26 era ocupada
Nador, el 27 Zeluán (donde se produjeron actos de pillaje por parte de las
tropas españolas).
Y, por fin, el 29 de Septiembre de 1.909, el ejército español dio el golpe
de autoridad esperado. “La toma del Gurugú -proclamó “El Noticiero
Bilbaíno"-, significa un éxito para el ejército y una firme promesa de
paz”. Tras casi dos meses de combates en los que las tropas españolas
habían resistido al límite los embates de los bien organizados grupos de
cabileños, se produjo el hecho que justificaba de sobra las tensiones y las
dramáticas jornadas que se habían vivido en España, sobre todo en Barcelona,
durante los últimos días del mes de julio. No cabía la menor duda de que la toma
del Gurugú, punto clave de las posesiones españolas, dejaba muy claro quién
mandaba en el norte de África. Además, con esa acción tan heroica se tapaba, al
menos eso se intentaba, el desastre del Barranco, combate que había causado numerosísimas bajas entre los
españoles: 17 jefes y oficiales, además del propio general Pintos, y 136
hombres de tropa y soldados muertos; 35 jefes y oficiales, y 564 heridos... Una derrota que la censura se encargó de maquillar
al evitar que saltara a la primera página de los principales diarios del país.
Por eso la fantástica victoria del Gurugú fue proclamada por todo lo alto.
La revista
“La Ilustración Artística” comenzaba diciendo: “… reina en toda
España grandísimo entusiasmo y pocas veces ha sido tan justificada la explosión
unánime de júbilo nacional”. Y prosigue más adelante: “por millares se
cuentan los telegramas de felicitación que las representaciones de todas las
fuerzas vivas del país han dirigido al general Marina, al ejército de África y
al Gobierno”.
El Gurugú,
pequeña montaña a escala orográfica, paradójicamente era considerada por la
prensa melillense de la época, posición poco menos que inexpugnable y estaba
considerada como la llave de la dominación del Rif: Los habitantes de la ciudad
se la imaginaban como un animal monstruoso que custodiaba la entrada a
Marruecos que en esos años se presentaba como un país desconocido y enigmático.
Quien consiguió el milagro de su ocupación y fue considerado el actor principal
de tamaña gesta, no era otro que el carismático general Marina a quién en
opinión unánime de los corresponsales de guerra, le corresponde la mayor parte de
la gloria, “porque actuó sin precipitaciones peligrosas, atendiendo
únicamente a buscar las mayores posibilidades para el triunfo definitivo y
sacrificando la brillantez de las operaciones a su afán por ahorrar la sangre
del soldado”. Añaden que “el citado general ha llevado esta campaña con
una pericia y un tacto que han sido la admiración no sólo de España, sino
también del extranjero”. La gloria de esta hazaña era compartida por sus
adjuntos, los generales Orozco y Tovar, amén de los 34 batallones que participaron
en los distintos episodios bélicos.
Como
contrapunto a los adjetivos exultantes y a la magnificación que tuvo la
conquista, debemos señalar también las suspicacias, sospechas y recelos que se
suscitaron en los corresponsales de guerra, al observar la poca resistencia que
opuso el enemigo a la ocupación, pues no encontraron ni una sola ametralladora
en las múltiples cuevas y recovecos de la considerada en su tiempo inexpugnable
montaña, que hubiera imposibilitado el acceso a la cúspide. Por aquellos días
se especuló sobre el verdadero motivo del desalojo del monte por parte de las
harkas enemigas y que no fue otro que las presiones y el chantaje de
confidentes que, como el “Moro Gato”[2],
ejercieron sobre las cábilas que lo defendían. No obstante, la anterior
observación no debe ensombrecer la belleza (si la guerra tiene perfiles bellos)
que en su conjunto nos ofrece el relato histórico, pues toda obra de arte tiene
su claroscuro.
La
conquista del Gurugú vino precedida de la ocupación de posiciones envolventes
como Nador y Zeluán, amén del Zoco El Had. En el combate de Abr-hit, preludio de la
toma del Gurugú, el escuadrón de cazadores de Alfonso XII cargó con tal
fiereza, que algunos oficiales -cuyos sables se habían partido a fuerza de
golpear con ellos- siguieron atacando con las quebradas hojas y dejaron el
campo cubierto de cadáveres del enemigo… La posesión de estos emplazamientos era condición indispensable
para conseguir una de las metas más ansiadas por los melillenses a lo largo de
los siglos y que no era otra que culminar el ascenso y ocupación de las cumbres
del Gurugú.
La
secuencia de los hechos comenzó el día anterior: Los obuses Ordóñez de bronce comprimido,
tienen un alcance de ocho kilómetros y pueden batir hasta las mismas alturas del
Gurugú. Una docena de ellos estaba instalada en el Fuerte Camellos, dominando
con su fuego una amplísima zona, con tiros directos y disparos de altura,
ahorrando con esto el empleo de fuerzas de infantería tan necesarias para otros
servicios. En
las lomas del Gurugú había varias casas atrincheradas que los rifeños utilizaban
como fortines para hostilizar a nuestros soldados. Por ello, el general Marina
dispuso para destruirlos que se probara en ellas el efecto de los nuevos
cañones Schneider de tiro rápido emplazadas en el campamento del Hipódromo. El
segundo disparo ya dio en el blanco e informado de ello el jefe de la batería
por el globo cautivo “Júpiter”, concentró sobre la edificación una
lluvia de granadas explosivas que las arrasaron…
El ataque
propiamente dicho se inició con la salida de Melilla a las 5 de la madrugada
desde el Hipódromo de las fuerzas de la guarnición de la plaza, al mando de los
generales Real y Arizón: “Comenzaron a trepar las laderas del Gurugú yendo a
la vanguardia la Policía Indígena (mandados por el caíd Chacha y Maimón Mohatar[3]) y los refugiados de Farhana y Mezquita
capitaneados por El Gato. Los rifeños al divisar nuestras tropas huyeron
precipitadamente sin disparar un tiro” (así lo relatan las crónicas de la
época). Poco antes de las 8 de la mañana coronaban las cumbres del Gurugú las
primeras fuerzas avanzadas, el pico más alto (a la vista desde Melilla es el
Basbel), lo ocupó la brigada disciplinaria con una compañía del batallón de
Navas. El segundo pico (a la vista de Melilla es el Kol-La) lo ocupaban las
cuatro compañías del Regimiento África.
En España la noticia se recibió con una inmensa alegría:
Al
poco de coronar la ocupación de los dos picos, visibles desde Melilla, sobre
ellos comenzaron a tremolar sendas banderas españolas. El momento fue
solemnísimo, emocionante, según las crónicas: La artillería de todos los
campamentos, y de la escuadra surta frente a la bahía y la de Melilla,
dispararon salvas de 21 cañonazos. Y en todas partes los soldados prorrumpían
en estruendosos vivas a España. En Melilla la población entera se lanzó a la
calle; las campanas de las iglesias se echaron al vuelo; todas las bandas de
música de la plaza tocaron la Marcha Real; militares y paisanos fraternizaron:
el júbilo que produjo el acontecimiento era indescriptible. “Diríase –asegura
un testigo presencial- que un vértigo de locura patriótica se ha apoderado
del vecindario entero; grupos de chiquillos recorren frenéticos las calles…”.
Este emocionante cuadro, difícilmente reproducible en el futuro, quedará
imborrable como esculpido en bronce, en la memoria histórica de la ciudad. El
arriar de las banderas españolas a las pocas horas de ser izadas en su cumbre
causó estupor y desilusión en los melillenses y recelos, como ya hemos apuntado,
entre los corresponsales de guerra. Ante tan desbordada euforia, desde la
perspectiva del tiempo, cabe preguntar si estaba justificada porque suponía
finalizada la guerra, y parecía dar a entender el triunfo definitivo sobre las
harkas de las temidos e indómitos rifeños. La respuesta sólo puede darse desde
la empatía, consistente en adentrarse e imbuirse en los sentimientos que
embargaban el alma atormentada por el terror y la angustia de los melillenses
de principios del siglo XX. La montaña sólo les había producido sinsabores y
sobresaltos por los disparos continuos desde sus alturas y estribaciones, los
cuales engendraban zozobra e inseguridad en la población. Los disparos
procedían de los modernos fusiles Remington de 21 disparos por segundo y de los
cañones Schneider, arrebatados a los españoles.
En Bilbao, por ejemplo, todos los edificios públicos fueron engalanados con
banderas nacionales. También se sumaron a la celebración el Club Náutico, el
Teatro Arriaga y el Círculo Mercantil e Industrial. Muchos de ellos, incluso,
llegaron a iluminarse por la noche. Se dispararon cohetes y las bandas de
música salieron a la calle al son de alegres melodías. Y eso no fue lo único.
El presidente de la Cámara de Comercio, Pedro Chalbaud, y su homólogo del Club
Náutico enviaron telegramas de felicitación al rey, don Alfonso XIII, por la
brillante y heroica acción llevada a cabo por el valeroso ejército español.
Hasta la Diputación, a través de su presidente, el señor Salazar, mandó sus
cumplidos al rey y a otras autoridades. “La Diputación provincial de Vizcaya
-se expresaba en uno de ellos- se asocia con entusiasmo a la satisfacción del
Gobierno por la feliz realización de sus planes en África”. Nadie dudaba de
la enorme importancia que tenía la toma del Gurugú. No era sólo la expresión
del poderío del ejército español sobre las hordas cabileñas sino, y esto era lo
más importante, el preámbulo de la paz: La guerra se había ganado y eso había
que celebrarlo. “Se comprende la alegría que ese brillante hecho de armas ha
ocasionado, no sólo por lo que afecta al honor nacional, sino también porque
una gran masa de la Nación cree que ese es el término de la guerra”, señaló
“El Heraldo de Madrid” en su editorial del 1 de Octubre.
La noticia de la toma del Gurugú se dio en grandes
titulares por toda la prensa valenciana el día 30, aunque los rotativos
vespertinos ya la anunciaron el día anterior. En casi todos los municipios se
celebró la conquista del Gurugú. En Valencia el capitán general ordenó que la
banda del regimiento Guadalajara recorriera las calles del “Cap i casal”,
y el alcalde dispuso que la Banda Municipal hiciese lo mismo.
Al mismo tiempo se reconocía que tras la victoria había llegado el momento
de tomar otro tipo de medidas, las cuales pasaban por poner a trabajar en
asuntos productivos a todos los moros rifeños: Había que ocuparles en obras
destinadas a la construcción de carreteras, ferrocarriles, etc. “La misión
civilizadora de España en Marruecos es grande e importante. Nuestros
gobernantes deben preocuparse de que también sean reproductivos los sacrificios
que han exigido y que todavía han de exigir”.
Incomprensiblemente, como sucedería 60 años después en
el Valle de Ashau, los soldados se retiraron del Gurugú pocas horas después de
ocuparlo, arriando la bandera. Y lo peor fue que, durante la retirada, se
registraron bastantes bajas. La precipitada retirada sorprendió a propios y
extraños españoles, teniendo en cuenta que aún estaban celebrando su conquista…
No obstante, la alegría y la exaltación patriótica se acabaron el 2 de Octubre.
Ese día la prensa informó sobre el sangriento combate entre tropas españolas y
cabileños en el monte Uiksan. Se había obtenido una victoria, pero las bajas
habían sido muchas (ya el
30 de Septiembre infligió a nuestras tropas otro duro castigo en el Zoco el
Jemis de Beni bu Ifrur, en cuyo combate perdieron la vida el General Díez
Vicario, 3 Oficiales y 28 de Tropa).
Demasiadas para un país que ya daba la guerra por terminada. El realismo sustituyó
de golpe al optimismo. “El ataque del monte Uiksan -se señaló en la prensa-,
no será el último de su género y la opinión española debe estar dispuesta a
recibir con toda serenidad, tanto las noticias favorables como las adversas de
la guerra”. El mensaje era claro. Había guerra para rato. Sobraban, por lo
tanto, las celebraciones y las fiestas patrióticas.
La muerte en campaña del general Díez Vicario y la Semana Trágica de Barcelona -que fueron desatados por los
dirigentes (que tan sólo habían convocado una jornada de paro en el lunes 26 de
julio) al llegar a esa ciudad las primeras noticias de los combates del
barranco del Lobo el día 27- enfriaron el ardor patriótico
suscitado por las victorias reseñadas. Las acciones militares continuaron
durante los años 1.911 y 1.912 bautizadas pomposamente como la “Guerra del
Kert”…
En 48 horas se pasó de la exaltación más rabiosa hacia el Ejército, la
Marina, el rey y el Gobierno a un pesimismo aplastante. Y es que, la tan
celebrada toma del Gurugú apenas pudo ser rentabilizada por un gobierno que,
para los principales analistas del país, naufragaba. Uno de los más destacados
intelectuales del momento, Benito Pérez Galdós, se encargó de remover las
conciencias a través de un artículo que toda la prensa nacional publicó el 7 de
Octubre. Bajo el título “Al Pueblo Español”, Galdós dejaba clara su
postura ante una guerra que consideraba inútil y llamaba a una toma de postura
clara y activa ante un gobierno que había perdido el rumbo: “Forzoso es que
alguien, sea quien fuere, clame ante la faz atónita del pueblo español,
incitándole a contener enérgicamente las insensateces de los que trajeron la
guerra del Riff, sin saber lo que traían”.
La Marcha militar "La Toma
Del Gurugú" (1.909) con música de maestro Pascual Marquina Narro y letra
de José Jackson Veyán conmemora dicha gesta:
“¡Gloria a los soldados que
luchar supieron
dando sobre
el campo pruebas de valor!
¡Gloria a
los valientes que su sangre dieron
escuchando
sólo la voz del honor¡
¡Esos mismos
bravos que el ardor remoza
y la cuesta
suben al hombro el fusil
son los de
Numancia, los de Zaragoza
que de
gloria cubren las cumbres del Riff.
Ese clarín
que suena ronco y marcial
es el León
de España que ruge ya.
Y óyense
entre esas notas del corazón
los himnos y
la Jotas de la nación.
No me llames
madre mía,
a mí no me
llames madre mía
que hoy mi
madre no eres tú,
mi madre es
esa bandera
clavada en
el Gurugú
¡Que viva
España¡ ¡viva la guerra!
que de
laureles cubre esta tierra
Con la
retreta cesa el luchar,
rompe la
Diana su aire marcial
¡Patria! grita
mi bandera
¡Patria!
grita mi bandera
¡Madre! Dice
el corazón
perdóname
viejecita
¡me voy con
mi Batallón!
¡Gloria a los
soldados que luchar supieron
dando sobre
el campo pruebas de valor¡
¡Gloria a
los valientes que su sangre dieron
escuchando
solo la voz del honor!”
El 25 de Noviembre,
instado por el nuevo gobierno liberal, que deseaba acabar la campaña cuanto
antes, el general Marina ordenó una última operación combinada para la
ocupación del collado de Atlaten, de valor estratégico por ser el vértice
dominador de las minas de Beni Bu Ifrur y la meseta de Taxuda, también
importante por ser la verdadera llave del monte Gurugú. Estas acciones se
desarrollaron con éxito y sin disparar ni un solo tiro. En el mes de Noviembre
siguieron destinándose soldados a Melilla, pero todos ellos iban a cubrir bajas
en el ejército de operaciones, la mayoría ya por enfermedad. En la medida en
que los combates se hacían menos frecuentes, las camas de los hospitales de
Melilla eran ocupadas por enfermos y no por heridos. Y, como estos, los menos
graves fueron trasladados a hospitales de la Península.
El 26 de Noviembre, una vez ocupada la meseta de Atlaten, el
Gobierno dio por terminada oficialmente la campaña militar en el Rif, aunque las operaciones continuaron
hasta el 17 de Diciembre de 1.909, día en se consideró que la zona prevista
había quedado pacificada: Las sucesivas victorias del
Ejército español convencieron al Sultán para enviar una comisión de caídes a
Melilla, para que después de conferenciar con el general Marina, interponer su
influencia con los principales jefes de la harka y se rindieran. No obstante,
lleno de ira y frustración, el imán Schaldy reunió su harka y la conminó a la
Guerra Santa. Pero los cañonazos desde el fuerte de Camellos y la cercana
explosión de dos proyectiles, convencieron a todos de que más que la guerra les
importa salvar su pellejo, sus casas y familias, y le dejaron solo… Finalmente,
en el zoco El-Had es donde se celebra el acto de sumisión de las cábilas de
Beni-Sicar ante el general Marina. Éste preguntó qué significaba dicha visita,
contestándole que deseaban el perdón de España. “Yo os lo concedo en su
nombre -repuso el general- y deseo que os hagáis con vuestra buena
conducta dignos de la protección que se os concede”. El Rif quedaba
pacificado. La guerra terminada.
Los batallones fueron
recibiendo la orden de regresar a la península, incluso antes del final. Así,
por ejemplo, el de cazadores de Barcelona recibió la orden el 15 de Diciembre y
embarcó en Melilla el 17. El día 19 de Diciembre fue
para Barcelona un día de inmenso júbilo: El "Alfonso XII",
trasatlántico que conducía a las tropas, entraba en el puerto a las ocho de la
mañana. Al batallón de cazadores de Alba de Tormes le tocó desfilar por la
Rambla de las Flores. El 21 embarcó el batallón de Estella; el 16 de
Enero de 1.910 reembarcó el de Arapiles que, tras su llegada a Madrid hizo
junto con la Brigada entera una entrada triunfal el 22 de ese mes.
La harka rebelde se había disuelto y las cabilas de Guelaya y Quebdana,
las provincias limítrofes con Melilla, prometieron sumisión a España. Pero al
otro lado del río Kert, en el Rif occidental, se empezaba ya a gestar la
siguiente rebelión…
La guerra de Melilla fue
considerada victoriosa y así fue celebrada. Pero las tropas españolas pagaron
un fuerte tributo pues sufrieron 252 muertos (2 Generales, 11 Jefes, 31
Oficiales y 208 Suboficiales y Tropa) y 1.551 heridos (9 Jefes, 85 Oficiales y
1.457 Suboficiales y Tropa). Total, 1.803 caídos en acción a los que, desde este
Foro rendimos sentido y sincero homenaje.
[1] En la noche del 26 al 27 de Julio,
los rifeños consiguieron levantar una parte de la línea férrea ya construida,
lo que motivó que desde Melilla salieran dos columnas, una al mando del coronel
Fernández Cuesta y otra integrada por tres batallones de la Brigada de Madrid
recién desembarcada, al mando del general Pintos. Esta última fue atacada por
las cabilas rebeldes y –atrapada en el barranco- prácticamente aniquilada.
[2] Se sabe poco del “Moro
Gato”: La historia de este Asmani comienza el 5 de Enero de 1.894, cuando un
presidiario de la “Guerrilla de la Muerte” que organizó el Capitán
Ariza, perteneciente a la Brigada Disciplinaria, le cortó las orejas sin mediar
pelea alguna ni nada por el estilo. Acto seguido el General Martínez Campos en
consejo sumarísimo condenó a muerte al causante del atropello y mandó
fusilarlo… Desde ese momento fue incondicional de España. El joven Asmani, en
los primeros años del siglo fue partidario de El Rhogui prestando grandes servicios
a España como confidente. Recibió varias condecoraciones, entre ellas la
medalla de Alfonso XII. Al final de la campaña de 1.909 fue invitado por el
Gobierno Español en Madrid… Todo esto, que es bien poco, es una recopilación de
informaciones firmadas por varios autores de prestigio, además de la revista
"España en sus Héroes" de la Editorial Organigraf, Madrid.
[3] La Policía Indígena, se
distinguió en la toma del Gurugú, en el combate de Tardirt y en la ocupación de
la península de Beni-Sicar hasta el Cabo Tres-Forcas.
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