Sinopsis: 1.961,
Javier López Cromwell, periodista norteamericano, regresa a España para contar
moralejas sobre el primer baluarte contra el Comunismo. Y los amigos de su
fallecido padre –al que nunca perdonó el haber abandonado a su madre- le
comienzan a contar una historia sobre los Alféreces Provisionales…
Durante la Guerra Civil
Española el bando sublevado ante la necesidad de remediar a tiempo la escasez
de mandos promociona a este empleo individuos capacitados. Su formación fue
rápida rompiendo momentáneamente moldes reglamentarios que no eran adaptables a
las necesidades del momento.
El término de "ALFÉREZ
PROVISIONAL" se acuñó para aquellos oficiales que, dadas las
numerosas bajas que se producían en el cuerpo de oficiales del bando
sublevado a medida que el conflicto se prolongaba, se alistaban
voluntariamente en el ejército y obtenían directamente el empleo de alférez por
tener una formación media o superior. Todo ello para suplir a la oficialidad de
carrera.
La Junta de Defensa
Nacional, instalada en Burgos, publicaba su decreto número 94 en el mes de
septiembre de 1936, instituyendo la figura. Se creaban así oficiales
"improvisados" para suplir la escasez de mandos intermedios. El
término "Provisional" derivaba del hecho de que su compromiso
de enganche al ejército se limitaba a la duración de la guerra.
Viejos conventos, antiguos
palacios y varios cuarteles se utilizaron como academia para las primeras
promociones de alféreces provisionales en Burgos, Sevilla, Granada, Fuencaliente,
Ávila, Pamplona y Dar Riffien (Tetuán, Marruecos).
Allí, tras un corto período de formación (en ocasiones cuatro semanas, en otras
se alargaba hasta siete), los alféreces se convertían en jefes de sección, y
podían ascender a teniente por actos de combate. En sus filas se contaban
numerosos universitarios, maestros de las escuelas normales, escuelas técnicas
o estudiantes de enseñanza media. Cabe destacar a la bautizada como "Quinta
del SEU.", integrada por los estudiantes voluntarios que
estaban afiliados a la Falange y al carlismo.
El distintivo de los
alféreces provisionales, a cuyo mando estaba el general Orgaz, consistía en una
estrella de seis puntas, colocada sobre un rectángulo de paño negro en la
guerrera, camisa o cazadora. Este rectángulo fue llamado parche o estampilla, y
de ahí viene el nombre de "estampillados" con que se conocía a
los provisionales tanto en la zona nacional como en la republicana.
Los alféreces
provisionales, fuese por su juventud o por su fuerte ideologización (en la
película se observa quién viene de la Legión y quién de la Falange, con sólo
fijarse en los cuellos de las camisas que sobresalen de las solapas de las
guerreras), se distinguieron por su arrojo, lo que produjo un altísimo número
de bajas entre ellos (incluso se acuñaban aforismos: "Alférez de
complemento, cadáver al momento", o "Alférez provisional,
cadáver efectivo"). Tal como proclamaba la primera convocatoria que
apareció en el Boletín Oficial, debían servir "con preferencia en las que
forman parte de las columnas en operaciones". Dicho arrojo se tradujo en
medallas y galardones personales: se llegan a contabilizar once cruces
laureadas y 236 medallas militares individuales. Seis de los recompensados con
esta condecoración la lograron en dos ocasiones. La mayoría de las ciudades de
España, una vez ganada la guerra por el bando franquista, dedicaron una calle,
en singular, en reconocimiento a todos ellos, al Alférez Provisional.
Ya desde el primer
fotograma del film, el mensaje es claro: Una película por y para los Alféreces
Provisionales (hasta el título alternativo es explícito).
Un comienzo muy de
film americano (de hecho, el protagonista regresa de Nueva York): Galán,
aeropuerto, chica mona y descapotable. Pero en seguida se da pie a la herejía:
Él ha perdido la nacionalidad española (aunque se halaga resignadamente a
Estados Unidos –“los Estados Unidos son una gran nación”-… Por algo
Eisenhower acababa de visitar España) y su pragmatismo y practicidad choca con
el baluarte de la espiritualidad hispana: Almudena y su padre, defendiendo los
valores tradicionales. Y con su cinismo, el renegado se aleja de la heroica sombra
paterna. Y es que, para él, su madre –abandonada en el lecho de muerte- era más
importante que la España que su padre defendió y por la que “murió con las
botas puestas” (comentario muy de Errol Flynn), ganando –eso sí- la Cruz
Laureada de San Fernando.
Pero, debido al
motivo de su visita, tomar a España como modelo de la lucha contra el Comunismo
(ahí es nada), comienza a conocer la historia de los Alféreces Provisionales
(es que del Alcázar ya había película, como bien se indica) a través de los compañeros
de su padre, encontrando a éste y encontrándose a sí mismo: Un norteamericano
que no se une al Batallón Lincoln ni se parece a Robert Jordan/Gary Cooper en “Por
Quién Doblan las Campanas” (Sam Wood, 1.943), ¡inaudito! Y es que eran
otros tiempos…
“Cuántas
corbatas están sobrando…”, impagable comentario de un republicano al paso
del héroe y su mujer (vestida de Mary Poppins). Tiroteos, Guardias de Asalto
porra en ristre y la familia que hace las maletas y se va a hacer las Américas.
Pero él es un patriota y se queda, como es su obligación.
Es brutal la escena
de los milicianos asaltando la casa y dando matarile (con un Manolo Zarzo
alejadísimo de sus papeles de héroe a los que nos tenía acostumbrados)… Su
falta de piedad debió conmover al espectador de la época. Chica histérica y
bofetada punible por Bibiana Aído (que, si por ella fuera, Glenn Ford hubiera
acabado en Alcatraz tras agredir a Gilda), pero que acabará perdidamente
enamorado del insulso y engominado galán; la evasión nocturna con momento de
tensión a cargo de marineros republicanos (y sevillanos), al más puro estilo de
películas de nazis (si es que hasta un miliciano porta una Schmeisser MP-40);
el héroe que -¡cómo no!- se enrola en el Tercio (Alfredo Mayo ya estaba algo
talludito para estos trotes en el 64); un padre que, por azares del destino,
acaba en el emblemático Alcázar (aunque, al salir, parece que mucho hambre no
ha pasado, no); una patrulla exploratoria que es de episodio de los Teletubbies
–la descubierta es tremenda-. Al chico le ascienden a Cabo pero le sabe a poco:
Quiere ser oficial, así que –como es universitario- firma para ascender a
Alférez Provisional (y aquí aparecerá un imponente –como siempre- Tomás Blanco,
ya fogueado en el Santuario de Santa María de la Cabeza, para instruirle y
adoctrinarle). Ahora toca mucha escena de Academia y teóricas e instrucción por
la Plaza de España de Sevilla antes de que llegase George Lucas y la
convirtiese en parte del palacio de Theed, en el
planeta Naboo, en “Star Wars II:
El Ataque de los Clones”. Y como lo del adulterio estaba muy mal visto en la España
de Franco (el amor libre se lo dejamos a las libertarias de Aranda), convierte
a su enamorada –a la que salvó in extremis de los ogros marxistas- en su “Madrina de Guerra” y así pasa la censura.
Luego toca gesta heroica (el asalto a la cota 461) y suicida, pues “la posibilidad de salir con vida es casi
nula”…
Y ahí está nuestro repeinado protagonista de gesto pétreo para encabezar el
ataque, con unos republicanos mejor emboscados que los japoneses en Iwo-Jima.
Comienza el combate y, la verdad, los heridos, más que estar moribundos parece
que están cansados (sobre todo, ese émulo entrado en kilos de Arturo Fernández
en “La Fiel Infantería”).
Y entre pelea y pelea, la imposible relación amorosa
continúa: Una química del quiero y no puedo que se sacrifica noblemente en aras
de la camaradería, el compañerismo y la amistad… Porque lo que no queda claro
es si es viudo o si la mujer le ha abandonado y ha regresado a Estados Unidos
(es la parte más ambigua y menos desarrollada del film). Amago de ósculo,
manitas, pero sin confesar nada de la mujer y el peque (ahora, el tercero en
discordia no es Mr. Magoo y se da cuenta de todo).
Y del descanso dominical en la retaguardia al frente de la
Ciudad Universitaria, con una interesante (aunque breve) exposición de la
guerra de posiciones que ese frente supuso. Es, posiblemente, la parte más
interesante de la película, con secuencias que recuerdan a la magnífica “Sin Novedad en el Frente” (Lewis Milestone,
1.930) y los dos viejos amigos enfrentados por la misma mujer (la archiconocida
historia) y compartiendo sinsabores: Barro, trincheras, alambradas (eso sí, lo
de la bíblica zarza ardiendo es de traca). Y las chispas saltan con
justificación incluida del paso de la compasión y la ternura del salvador al
amor… Y el amigo Mendoza a escuchar la traición de su Judas particular,
sumamente atormentado por su soledad. Y en su soledad descubre la artimaña
minera del enemigo (algo ya tratado muy de pasada en “Sin Novedad en el Alcázar”). Miradas
pétreas y un duelo, psicológico más que físico, de Spaghetti Western, antes de
adentrarse en la mina, que más bien parece la estación de metro de Moncloa
(estos eran túneles y no los de Cu-Chi). Y aquí es donde nos adentramos en los
esquemas de la típica película bélica americana (si la toma de la trinchera
podría recordar a “La Brigada del Diablo”, aquí bien podríamos encontrar
similitudes con “Fuerza 10 de Navarone”). Y el sacrificio para
conseguir Dios, Patria y paz… Y, de paso, se zanja el tema del “noviazgo”
pecaminoso (o no).
Por cierto, la “aventura” de la mina es totalmente verídica:
El día 5 de Agosto de 1.938, una Compañía de Minas del
Batallón de Zapadores Minadores número 7, que trabajaba en la galería del pozo
número 214 de la Ciudad Universitaria y a la cual pertenecía el Teniente
Provisional de Ingenieros D. Serafín de la Concha Ballesteros, caló con
un pequeño boquete un colector de gran sección utilizado por el adversario como
galería de mina. Por el boquete se arrancaron rápidamente unos conductores
eléctricos establecidos en dicho colector, dándose fuego en esta galería a una
carga de trilita aplicada contra el mencionado boquete, al objeto de ampliarlo
y gasear al mismo tiempo el conducto subterráneo enemigo, impidiendo así el
enemigo que en él pudieran hallarse reaccionase. Después de varias acciones
desarrolladas durante los dos días siguientes, el 8 se trató de asegurar la
incomunicación de la galería contraria, ordenándose que se procediera a cargar
un hornillo potente en el mismo lugar de la última voladura; pero al ir a
colocado y observarse un hueco entre los escombros del fondo de la galería, el
Teniente Provisional De la Concha Ballesteros penetró en ella, y arrastrándose
por el citado hueco, se acercó a unos sacos que allí había para examinar su
contenido, viendo que se hallaban llenos de cajas de dinamita. Percatado del
peligro que esas cajas representaban, decidió dar les fuego inmediatamente, y
salió al exterior para preparar una carga-cebo, llevando consigo una de las
cajas. Con medio saco de trilita, provisto de cápsula y mecha ordinaria, llegó
hasta el pie del hornillo enemigo, y poniendo la carga en contacto con uno de
los sacos de la mina le dio fuego, cortando así la galería. Posteriormente,
pudo comprobarse que la voladura de la mina había tenido lugar cuando el
adversario la estaba recargando, lo que demuestra el inminente peligro que
corrió el Teniente De la Concha.
Retomando el hilo argumental: El joven, finalmente, se quita
la venda de los ojos y descubre (y, lo mejor de todo, finalmente entiende) a un
padre desconocido para él hasta ese momento. Pero la conclusión es demoledora,
cuando argumenta al amigo de su padre, ansioso por desfilar y emular las gestas
de antaño que han de dar paso a la paz: Son guerreros que se empeñan en luchar
contra el tiempo y, como bien afirma Manuel Gil, “Los héroes son hijos del
momento, de las circunstancias” y ve tras cuarto de siglo a D. Rodrigo Díaz de
Vivar un tipo cómodo, tranquilo, confortable, pacífico (vamos, alopécico, con
barriga cervecera y en pantuflas, hablando en castizo), sin anhelar sangre. Y
es que el tiempo apacigua el ardor guerrero y cualquier idealismo. O sea, que
son carcamales desfasados imbuidos en sus obsoletas y decimonónicas ideas del
romanticismo castrense y del patriotismo (es como lo que le dice Everett McGill
a Clint Eastwood en “El Sargento de Hierro”: “Deberían meterle en una urna de
cristal con un letrero que dijese: “Sólo Romper en Caso de Guerra””). Pero es
que es “un
hombre de poca fe” (pero la realidad –y el baño de multitudes que
se dan los veteranos oficiales al desfilar- le demuestra lo equivocado que
está… Y lo orgulloso que ha de estar de su padre). Y así, de alguna manera –con
Susana y Almudena-, el círculo termina por cerrarse.
Un pelín trasnochado
alegato anticomunista de la Guerra Fría, lleno de romanticismo alrededor de la
estrella de seis puntas (al más puro estilo de “15 Bajo la Lona” o “Botón
de Ancla”), romanticismo que mantienen vivo viejas glorias a costa de
contar batallitas del abuelo Cebolleta. La veteranía guerrera que añora la
batalla (y que para el ignorante bárbaro no es más que inteligible y arcaico
discurso). Pero, poco a poco, la Hermandad de camaradas de su padre le comienza
a interesar por el pasado de su padre… Y el hijo descarriado va volviendo al
redil hispano a medida que Mayo (como no podía ser de otro modo) le va abriendo
los ojos…Y el corazón. Lo bueno es que, aparte de la parte apologética de la
guerra como mal necesario, no redundan en la idea de rojos y azules, llegando
incluso a comentar que fue una “guerra entre hermanos”.
Están prácticamente
todos: Julio Peña (“Alhucemas”), Alfredo Mayo (“Harka”, “Raza”,
“¡A Mí La Legión!”), Tomás Blanco (“El Santuario No Se Rinde”, “Un
Paso Al Frente”)…
En resumen, un film
propagandístico, a mayor gloria de los Alféreces Provisionales (Oficiales y
Caballeros), para celebrar como es debido los 25 años de paz, introduciendo
–eso sí- de paso el conflicto intergeneracional entre los díscolos hijos nacidos
durante la postguerra y sus padres ex combatientes (es un poco lo de siempre:
El niño de papá progre y contestatario versus el padre conservador y fogueado
con su sempiterna queja en la boca: “A ti te hubiera yo mandado al frente,
para que te hicieran un hombre”). Son la generación del guateque y los cuba
libres al ritmo del Dúo Dinámico (o lo que se terciara y permitiesen escuchar
“los Grises”) frente a la Generación que ganó (o perdió) una guerra que a sus
hijos les era tan ajena como lejana.
LO MEJOR:
Que el espíritu de
Stallone y sus viejas glorias reunidas en “Los Mercenarios” no es novedad
hollywoodiense del siglo XXI: Ahí estaban antes Alfredo Mayo y su tropa.
Es curioso que el
discurso de Mayo al proyectar el film del “Método Ludovico” (ver “La
Naranja Mecánica”, Stanley Kubrick, 1.971) al díscolo y descreído hijo de
su amigo equipare Fascismo y Soviet… Todo ello enfrentado a la intolerable
anarquía.
Ese toque de oración
con el travelling sobre los cadáveres tapados con bastas mantas cuarteleras
mientras los únicos tres Alféreces supervivientes (de un grupo de 8) rinden
honores, es emocionante y conmovedora (pone la piel de gallina, la verdad).
LO PEOR:
El discurso típico
y tópico de los “25 Años de Paz”: Que Ike hubiera visitado España y
abrazado al general Franco 5 años antes del rodaje no es casual: El 36 demostró
que la Cruzada contra el Bolchevismo que comenzó en España aún continuaba,
cuarto de siglo después, incluso con más vehemencia (ya había pasado el fracaso
de Bahía Cochinos y la crisis de los misiles).
Su (intento de)
didactismo algo casposo e incluso infantil: Franco, el bueno, contra los
soviets malos. De tan esquemático, el argumento resulta simplista (República
demoníaca -¡que incluso permitió el divorcio!- versus Espíritu Nacional). La
charla lúdico-didáctica (con imágenes de documental) que le dan al protagonista
para explicarle el porqué de la contienda es de un maniqueísmo sólo comparable
al que le hubiesen dado los del otro lado si llegan a ganar la guerra.
Las camisas ye-ye
de las féminas, con vistosos floreados sesenteros, incluso en pleno Julio del
36.
Nota: 5,4 (no es,
en modo alguno, de las peores y los protagonistas parecen más militares que de
costumbre).
FICHA TÉCNICA:
Dirección: José Luis Merino.
País: España.
Año: 1.964.
Duración: 107 minutos.
Guión: José Luis Merino y Adolfo Mendiri.
Música: Salvador Ruiz de Luna.
Fotografía: Federico G. Larraya.
Protagonistas: Manuel Gil (Javier López), Maite
Blasco (Almudena), Susana Canales (Susana), Julio Peña (Julio Mendoza), Alfredo
Mayo (Vaquero), Barta Barri,
Tomás Blanco (Capitán Jefe de la Academia), Ángela Bravo (Gladys), José María
Caffarel (Comandante), Carlos Casaravilla (Comandante médico), Antonio Casas (Doctor
Peláez), Ángel del Pozo (Aguirre), Beni Deus (Doctor Vidaurre), Carmen Esbrí (Pilar), Manuel
Gas (Alférez), Antonio Jiménez Escribano (El Abuelo), Tota Alba (Ernestina Pons),
Ángel Ter (Alférez Ortiz), Ángeles Macua (María José), María Mahor, Antonio
Molino Rojo (Teniente), Juan Barberá (Otro teniente), Reina Montes (Elsa), Erasmo
Pascual (Fotógrafo de El Retiro), José María Seoane (Señor Baraibar), Rosita
Yarza (Señora de Baraibar), Ángel Jordán (Baraibar hijo), Pastor Serrador (Capellán),
Manuel Zarzo (Jefe Miliciano) y Enrique Ávila (Asistente).
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