domingo, 5 de mayo de 2013

UN PUENTE SOBRE EL TIEMPO (ALFÉRECES PROVISIONALES).



Sinopsis: 1.961, Javier López Cromwell, periodista norteamericano, regresa a España para contar moralejas sobre el primer baluarte contra el Comunismo. Y los amigos de su fallecido padre –al que nunca perdonó el haber abandonado a su madre- le comienzan a contar una historia sobre los Alféreces Provisionales…

Durante la Guerra Civil Española el bando sublevado ante la necesidad de remediar a tiempo la escasez de mandos promociona a este empleo individuos capacitados. Su formación fue rápida rompiendo momentáneamente moldes reglamentarios que no eran adaptables a las necesidades del momento.

El término de "ALFÉREZ PROVISIONAL" se acuñó para aquellos oficiales que, dadas las numerosas bajas que se producían en el cuerpo de oficiales del bando sublevado a medida que el conflicto se prolongaba, se alistaban voluntariamente en el ejército y obtenían directamente el empleo de alférez por tener una formación media o superior. Todo ello para suplir a la oficialidad de carrera.

La Junta de Defensa Nacional, instalada en Burgos, publicaba su decreto número 94 en el mes de septiembre de 1936, instituyendo la figura. Se creaban así oficiales "improvisados" para suplir la escasez de mandos intermedios. El término "Provisional" derivaba del hecho de que su compromiso de enganche al ejército se limitaba a la duración de la guerra.

Viejos conventos, antiguos palacios y varios cuarteles se utilizaron como academia para las primeras promociones de alféreces provisionales en Burgos, Sevilla, Granada, Fuencaliente, Ávila, Pamplona y Dar Riffien (Tetuán, Marruecos). Allí, tras un corto período de formación (en ocasiones cuatro semanas, en otras se alargaba hasta siete), los alféreces se convertían en jefes de sección, y podían ascender a teniente por actos de combate. En sus filas se contaban numerosos universitarios, maestros de las escuelas normales, escuelas técnicas o estudiantes de enseñanza media. Cabe destacar a la bautizada como "Quinta del SEU.", integrada por los estudiantes voluntarios que estaban afiliados a la Falange y al carlismo.

El distintivo de los alféreces provisionales, a cuyo mando estaba el general Orgaz, consistía en una estrella de seis puntas, colocada sobre un rectángulo de paño negro en la guerrera, camisa o cazadora. Este rectángulo fue llamado parche o estampilla, y de ahí viene el nombre de "estampillados" con que se conocía a los provisionales tanto en la zona nacional como en la republicana.

Los alféreces provisionales, fuese por su juventud o por su fuerte ideologización (en la película se observa quién viene de la Legión y quién de la Falange, con sólo fijarse en los cuellos de las camisas que sobresalen de las solapas de las guerreras), se distinguieron por su arrojo, lo que produjo un altísimo número de bajas entre ellos (incluso se acuñaban aforismos: "Alférez de complemento, cadáver al momento", o "Alférez provisional, cadáver efectivo"). Tal como proclamaba la primera convocatoria que apareció en el Boletín Oficial, debían servir "con preferencia en las que forman parte de las columnas en operaciones". Dicho arrojo se tradujo en medallas y galardones personales: se llegan a contabilizar once cruces laureadas y 236 medallas militares individuales. Seis de los recompensados con esta condecoración la lograron en dos ocasiones. La mayoría de las ciudades de España, una vez ganada la guerra por el bando franquista, dedicaron una calle, en singular, en reconocimiento a todos ellos, al Alférez Provisional.

Ya desde el primer fotograma del film, el mensaje es claro: Una película por y para los Alféreces Provisionales (hasta el título alternativo es explícito).

Un comienzo muy de film americano (de hecho, el protagonista regresa de Nueva York): Galán, aeropuerto, chica mona y descapotable. Pero en seguida se da pie a la herejía: Él ha perdido la nacionalidad española (aunque se halaga resignadamente a Estados Unidos –“los Estados Unidos son una gran nación”-… Por algo Eisenhower acababa de visitar España) y su pragmatismo y practicidad choca con el baluarte de la espiritualidad hispana: Almudena y su padre, defendiendo los valores tradicionales. Y con su cinismo, el renegado se aleja de la heroica sombra paterna. Y es que, para él, su madre –abandonada en el lecho de muerte- era más importante que la España que su padre defendió y por la que “murió con las botas puestas” (comentario muy de Errol Flynn), ganando –eso sí- la Cruz Laureada de San Fernando.

Pero, debido al motivo de su visita, tomar a España como modelo de la lucha contra el Comunismo (ahí es nada), comienza a conocer la historia de los Alféreces Provisionales (es que del Alcázar ya había película, como bien se indica) a través de los compañeros de su padre, encontrando a éste y encontrándose a sí mismo: Un norteamericano que no se une al Batallón Lincoln ni se parece a Robert Jordan/Gary Cooper en “Por Quién Doblan las Campanas” (Sam Wood, 1.943), ¡inaudito! Y es que eran otros tiempos…

Cuántas corbatas están sobrando…”, impagable comentario de un republicano al paso del héroe y su mujer (vestida de Mary Poppins). Tiroteos, Guardias de Asalto porra en ristre y la familia que hace las maletas y se va a hacer las Américas. Pero él es un patriota y se queda, como es su obligación.

Es brutal la escena de los milicianos asaltando la casa y dando matarile (con un Manolo Zarzo alejadísimo de sus papeles de héroe a los que nos tenía acostumbrados)… Su falta de piedad debió conmover al espectador de la época. Chica histérica y bofetada punible por Bibiana Aído (que, si por ella fuera, Glenn Ford hubiera acabado en Alcatraz tras agredir a Gilda), pero que acabará perdidamente enamorado del insulso y engominado galán; la evasión nocturna con momento de tensión a cargo de marineros republicanos (y sevillanos), al más puro estilo de películas de nazis (si es que hasta un miliciano porta una Schmeisser MP-40); el héroe que -¡cómo no!- se enrola en el Tercio (Alfredo Mayo ya estaba algo talludito para estos trotes en el 64); un padre que, por azares del destino, acaba en el emblemático Alcázar (aunque, al salir, parece que mucho hambre no ha pasado, no); una patrulla exploratoria que es de episodio de los Teletubbies –la descubierta es tremenda-. Al chico le ascienden a Cabo pero le sabe a poco: Quiere ser oficial, así que –como es universitario- firma para ascender a Alférez Provisional (y aquí aparecerá un imponente –como siempre- Tomás Blanco, ya fogueado en el Santuario de Santa María de la Cabeza, para instruirle y adoctrinarle). Ahora toca mucha escena de Academia y teóricas e instrucción por la Plaza de España de Sevilla antes de que llegase George Lucas y la convirtiese en parte del palacio de Theed, en el planeta Naboo, en “Star Wars II: El Ataque de los Clones”. Y como lo del adulterio estaba muy mal visto en la España de Franco (el amor libre se lo dejamos a las libertarias de Aranda), convierte a su enamorada –a la que salvó in extremis de los ogros marxistas- en su “Madrina de Guerra” y así pasa la censura. Luego toca gesta heroica (el asalto a la cota 461) y suicida, pues “la posibilidad de salir con vida es casi nula”… Y ahí está nuestro repeinado protagonista de gesto pétreo para encabezar el ataque, con unos republicanos mejor emboscados que los japoneses en Iwo-Jima. Comienza el combate y, la verdad, los heridos, más que estar moribundos parece que están cansados (sobre todo, ese émulo entrado en kilos de Arturo Fernández en “La Fiel Infantería”).

Y entre pelea y pelea, la imposible relación amorosa continúa: Una química del quiero y no puedo que se sacrifica noblemente en aras de la camaradería, el compañerismo y la amistad… Porque lo que no queda claro es si es viudo o si la mujer le ha abandonado y ha regresado a Estados Unidos (es la parte más ambigua y menos desarrollada del film). Amago de ósculo, manitas, pero sin confesar nada de la mujer y el peque (ahora, el tercero en discordia no es Mr. Magoo y se da cuenta de todo).

Y del descanso dominical en la retaguardia al frente de la Ciudad Universitaria, con una interesante (aunque breve) exposición de la guerra de posiciones que ese frente supuso. Es, posiblemente, la parte más interesante de la película, con secuencias que recuerdan a la magnífica “Sin Novedad en el Frente” (Lewis Milestone, 1.930) y los dos viejos amigos enfrentados por la misma mujer (la archiconocida historia) y compartiendo sinsabores: Barro, trincheras, alambradas (eso sí, lo de la bíblica zarza ardiendo es de traca). Y las chispas saltan con justificación incluida del paso de la compasión y la ternura del salvador al amor… Y el amigo Mendoza a escuchar la traición de su Judas particular, sumamente atormentado por su soledad. Y en su soledad descubre la artimaña minera del enemigo (algo ya tratado muy de pasada en “Sin Novedad en el Alcázar”). Miradas pétreas y un duelo, psicológico más que físico, de Spaghetti Western, antes de adentrarse en la mina, que más bien parece la estación de metro de Moncloa (estos eran túneles y no los de Cu-Chi). Y aquí es donde nos adentramos en los esquemas de la típica película bélica americana (si la toma de la trinchera podría recordar a “La Brigada del Diablo”, aquí bien podríamos encontrar similitudes con “Fuerza 10 de Navarone”). Y el sacrificio para conseguir Dios, Patria y paz… Y, de paso, se zanja el tema del “noviazgo” pecaminoso (o no).

Por cierto, la “aventura” de la mina es totalmente verídica: El día 5 de Agosto de 1.938, una Compañía de Minas del Batallón de Zapadores Minadores número 7, que trabajaba en la galería del pozo número 214 de la Ciudad Universitaria y a la cual pertenecía el Teniente Provisional de Ingenieros D. Serafín de la Concha Ballesteros, caló con un pequeño boquete un colector de gran sección utilizado por el adversario como galería de mina. Por el boquete se arrancaron rápidamente unos conductores eléctricos establecidos en dicho colector, dándose fuego en esta galería a una carga de trilita aplicada contra el mencionado boquete, al objeto de ampliarlo y gasear al mismo tiempo el conducto subterráneo enemigo, impidiendo así el enemigo que en él pudieran hallarse reaccionase. Después de varias acciones desarrolladas durante los dos días siguientes, el 8 se trató de asegurar la incomunicación de la galería contraria, ordenándose que se procediera a cargar un hornillo potente en el mismo lugar de la última voladura; pero al ir a colocado y observarse un hueco entre los escombros del fondo de la galería, el Teniente Provisional De la Concha Ballesteros penetró en ella, y arrastrándose por el citado hueco, se acercó a unos sacos que allí había para examinar su contenido, viendo que se hallaban llenos de cajas de dinamita. Percatado del peligro que esas cajas representaban, decidió dar les fuego inmediatamente, y salió al exterior para preparar una carga-cebo, llevando consigo una de las cajas. Con medio saco de trilita, provisto de cápsula y mecha ordinaria, llegó hasta el pie del hornillo enemigo, y poniendo la carga en contacto con uno de los sacos de la mina le dio fuego, cortando así la galería. Posteriormente, pudo comprobarse que la voladura de la mina había tenido lugar cuando el adversario la estaba recargando, lo que demuestra el inminente peligro que corrió el Teniente De la Concha.

Retomando el hilo argumental: El joven, finalmente, se quita la venda de los ojos y descubre (y, lo mejor de todo, finalmente entiende) a un padre desconocido para él hasta ese momento. Pero la conclusión es demoledora, cuando argumenta al amigo de su padre, ansioso por desfilar y emular las gestas de antaño que han de dar paso a la paz: Son guerreros que se empeñan en luchar contra el tiempo y, como bien afirma Manuel Gil, “Los héroes son hijos del momento, de las circunstancias” y ve tras cuarto de siglo a D. Rodrigo Díaz de Vivar un tipo cómodo, tranquilo, confortable, pacífico (vamos, alopécico, con barriga cervecera y en pantuflas, hablando en castizo), sin anhelar sangre. Y es que el tiempo apacigua el ardor guerrero y cualquier idealismo. O sea, que son carcamales desfasados imbuidos en sus obsoletas y decimonónicas ideas del romanticismo castrense y del patriotismo (es como lo que le dice Everett McGill a Clint Eastwood en “El Sargento de Hierro”: “Deberían meterle en una urna de cristal con un letrero que dijese: “Sólo Romper en Caso de Guerra””). Pero es que es “un hombre de poca fe” (pero la realidad –y el baño de multitudes que se dan los veteranos oficiales al desfilar- le demuestra lo equivocado que está… Y lo orgulloso que ha de estar de su padre). Y así, de alguna manera –con Susana y Almudena-, el círculo termina por cerrarse.

Un pelín trasnochado alegato anticomunista de la Guerra Fría, lleno de romanticismo alrededor de la estrella de seis puntas (al más puro estilo de “15 Bajo la Lona” o “Botón de Ancla”), romanticismo que mantienen vivo viejas glorias a costa de contar batallitas del abuelo Cebolleta. La veteranía guerrera que añora la batalla (y que para el ignorante bárbaro no es más que inteligible y arcaico discurso). Pero, poco a poco, la Hermandad de camaradas de su padre le comienza a interesar por el pasado de su padre… Y el hijo descarriado va volviendo al redil hispano a medida que Mayo (como no podía ser de otro modo) le va abriendo los ojos…Y el corazón. Lo bueno es que, aparte de la parte apologética de la guerra como mal necesario, no redundan en la idea de rojos y azules, llegando incluso a comentar que fue una “guerra entre hermanos”.

Están prácticamente todos: Julio Peña (“Alhucemas”), Alfredo Mayo (“Harka”, “Raza”, “¡A Mí La Legión!”), Tomás Blanco (“El Santuario No Se Rinde”, “Un Paso Al Frente”)…

En resumen, un film propagandístico, a mayor gloria de los Alféreces Provisionales (Oficiales y Caballeros), para celebrar como es debido los 25 años de paz, introduciendo –eso sí- de paso el conflicto intergeneracional entre los díscolos hijos nacidos durante la postguerra y sus padres ex combatientes (es un poco lo de siempre: El niño de papá progre y contestatario versus el padre conservador y fogueado con su sempiterna queja en la boca: “A ti te hubiera yo mandado al frente, para que te hicieran un hombre”). Son la generación del guateque y los cuba libres al ritmo del Dúo Dinámico (o lo que se terciara y permitiesen escuchar “los Grises”) frente a la Generación que ganó (o perdió) una guerra que a sus hijos les era tan ajena como lejana.

LO MEJOR:
Que el espíritu de Stallone y sus viejas glorias reunidas en “Los Mercenarios” no es novedad hollywoodiense del siglo XXI: Ahí estaban antes Alfredo Mayo y su tropa.

Es curioso que el discurso de Mayo al proyectar el film del “Método Ludovico” (ver “La Naranja Mecánica”, Stanley Kubrick, 1.971) al díscolo y descreído hijo de su amigo equipare Fascismo y Soviet… Todo ello enfrentado a la intolerable anarquía.

Ese toque de oración con el travelling sobre los cadáveres tapados con bastas mantas cuarteleras mientras los únicos tres Alféreces supervivientes (de un grupo de 8) rinden honores, es emocionante y conmovedora (pone la piel de gallina, la verdad).

LO PEOR:
El discurso típico y tópico de los “25 Años de Paz”: Que Ike hubiera visitado España y abrazado al general Franco 5 años antes del rodaje no es casual: El 36 demostró que la Cruzada contra el Bolchevismo que comenzó en España aún continuaba, cuarto de siglo después, incluso con más vehemencia (ya había pasado el fracaso de Bahía Cochinos y la crisis de los misiles).

Su (intento de) didactismo algo casposo e incluso infantil: Franco, el bueno, contra los soviets malos. De tan esquemático, el argumento resulta simplista (República demoníaca -¡que incluso permitió el divorcio!- versus Espíritu Nacional). La charla lúdico-didáctica (con imágenes de documental) que le dan al protagonista para explicarle el porqué de la contienda es de un maniqueísmo sólo comparable al que le hubiesen dado los del otro lado si llegan a ganar la guerra.

Las camisas ye-ye de las féminas, con vistosos floreados sesenteros, incluso en pleno Julio del 36.

Nota: 5,4 (no es, en modo alguno, de las peores y los protagonistas parecen más militares que de costumbre).

FICHA TÉCNICA:
Dirección: José Luis Merino.
País: España.
Año: 1.964.
Duración: 107 minutos.
Guión: José Luis Merino y Adolfo Mendiri.
Música: Salvador Ruiz de Luna.
Fotografía: Federico G. Larraya.
Protagonistas: Manuel Gil (Javier López), Maite Blasco (Almudena), Susana Canales (Susana), Julio Peña (Julio Mendoza), Alfredo Mayo (Vaquero), Barta Barri, Tomás Blanco (Capitán Jefe de la Academia), Ángela Bravo (Gladys), José María Caffarel (Comandante), Carlos Casaravilla (Comandante médico), Antonio Casas (Doctor Peláez), Ángel del Pozo (Aguirre), Beni Deus (Doctor Vidaurre), Carmen Esbrí (Pilar), Manuel Gas (Alférez), Antonio Jiménez Escribano (El Abuelo), Tota Alba (Ernestina Pons), Ángel Ter (Alférez Ortiz), Ángeles Macua (María José), María Mahor, Antonio Molino Rojo (Teniente), Juan Barberá (Otro teniente), Reina Montes (Elsa), Erasmo Pascual (Fotógrafo de El Retiro), José María Seoane (Señor Baraibar), Rosita Yarza (Señora de Baraibar), Ángel Jordán (Baraibar hijo), Pastor Serrador (Capellán), Manuel Zarzo (Jefe Miliciano) y Enrique Ávila (Asistente).

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