jueves, 25 de abril de 2013

Dulce et decorum est pro Patria mori: EL CAPITÁN ARENAS

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La historia, breve y dramática, del Capitán Arenas, es la de una valentía, la de un soldado español que, lo mismo que otros muchos miles a lo largo de nuestra historia, no tuvo miedo a la muerte, y ésta al final le tomó la delantera, en uno de los hechos guerreros más desfavorables de nuestra historia contemporánea. Su postura fue de auténtico heroísmo, despreciando el riesgo por salvar a sus compañeros en una campaña y batalla que desde mucho antes se sabía perdida. Esa serenidad en la actuación, ese desprendimiento y generosidad, ese final y sereno enfrentamiento con la muerte, es lo que agiganta la figura del Capitán Arenas, que precisamente por su vibrante juventud supo y pudo llegar a los límites últimos del sacrificio.

La carrera de Félix Luis Arenas Gaspar había sido fulgurante. Había nacido en Puerto Rico, en 1.892, hijo del Capitán de Artillería del mismo nombre, que a la sazón se encontraba destinado en aquella isla americana. Pero muy poco después la familia regresó a España, y el joven Félix llegó a Molina de Aragón, de donde era toda su familia, viviendo allí su infancia y primera juventud, cursando los estudios en el Centro que los Padres Escolapios tenían montado en un moderno edificio, con vistas a los Adarves.

Aún muy joven, a los catorce años, en 1.906 ingresó en la Academia de Ingenieros, a la sazón en Guadalajara, y a los dieciocho de su edad ya había sido promovido a teniente. Su servicio como Teniente lo hizo en el Servicio de Aerostación y en los Talleres del Material de Ingenieros de Guadalajara, hasta Octubre de 1.913 en que fue enviado con las tropas que batallaban en el Norte de África, agregado a la compañía de Aerostación en Tetuán, a continuar librando aquella desafortunada guerra colonial en la que España puso lo mejor de sus hombres, pero sin la fe necesaria para mantener sus posiciones en un continente en el que, ideológicamente, ya nada ni nadie nos pedía continuar.

De 1.914 a 1.917 estuvo como alumno en la Escuela Superior de Guerra, de donde salió en 1.917 después de terminar sus estudios, continuando posteriormente las prácticas reglamentarias en el Regimiento de Caballería de guarnición en Valencia. Alcanzó el empleo de Capitán de Ingenieros en 1.915, siendo alumno de la Escuela.

En 1.919 es destinado a la Comandancia de Ingenieros de Melilla, al mando de la 2ª Compañía de Zapadores, con la que realizó numerosos trabajos de fortificación de Campaña. En noviembre de 1.920 toma el mando de la Compañía de Telégrafos de la Red Permanente de Melilla y su territorio. De acuerdo con su nueva responsabilidad, realizaba numerosas visitas de inspección, en algunos casos bajo fuego enemigo, de las instalaciones a su cargo en las distintas posiciones.

El año 1.921 fue en esa guerra de Marruecos el más desafortunado y triste…

Tras el desastre de Annual, las tropas indígenas marroquíes habían crecido en moral y empuje, llegando ya, en el verano de ese año, hasta las mismas costas mediterráneas. El ataque arrollador de los moros, que diezmaban sin piedad al Ejército Español, sonó como un clarín de alarma en Melilla, donde se encontraba Félix Arenas, capitán a la sazón de una Compañía de Telégrafos.

Cuando se produjo el derrumbe de la Comandancia de Melilla el 23 de julio de 1921, el capitán Arenas se encontraba en el lugar e inmediatamente marchó con el teniente coronel Ugarte en dirección a Dar Dríus. Al llegar a Batel encontraron un escuadrón del Regimiento de Cazadores Alcántara número 10, que venía en retirada e informaba a todo el que pretendía incorporarse a Dar Dríus que el camino estaba cortado por el enemigo. Arenas y Aguirre dejaron su automóvil incorporado a una columna de camiones llenos de heridos que regresaba a Melilla, y prosiguieron su camino a caballo en dirección a Monte Arruit. En el camino encontró a un sargento de Infantería herido en una pierna al que no conocía; Arenas le cedió su caballo y él se volvió a la posición de Tistutin. Allí tomó el mando de la posición y trabajó con gran actividad, no solo en la defensa de la misma, sino tratando de restablecer el enlace telegráfico con Monte Arruit.

El Viernes, 29 de Julio, el general Navarro ordenó la retirada de las tropas españolas a Monte Arruit. El capitán Arenas solicitó voluntariamente el mando del núcleo de retaguardia, formado por unos 200 hombres. Finalizada la evacuación del grueso de la columna en retirada, el capitán Arenas inicia la contención del enemigo. Arenas dirigió con serenidad las operaciones de retirada hacia el valle, siempre en el puesto de mayor peligro, y logró que la columna entrara en Monte Arruit, sosteniendo una dura lucha contra un enemigo muy numeroso y dirigiendo un fuego metódico y disciplinado contra los rifeños. La mayor parte de las tropas de la retaguardia cayeron muertos, heridos o prisioneros, pero lograron contener al enemigo hasta que el grueso de la columna se acogió en Monte Arruit. Muy cerca de esta posición, y prácticamente encima del grueso, los miembros de la retaguardia quedaron rodeados por el enemigo. El capitán Arenas se tiene que defender con su propio fusil. La lucha se generaliza, pues se combatía por los cuatro frentes. El alférez Maroto cayó herido, el capitán Aguirre se lo cargó al hombro y logró entrar en Monte Arruit con el resto de su tropa…

Detrás quedó el capitán Arenas. La batería del capitán Blanco está a punto de ser tomada por el enemigo. Blanco pretende defender los cañones, pero sus soldados le arrollan. De pronto surgió el capitán Arenas, dispuesto a defender los cañones a toda costa. El capitán los defiende desesperadamente. Los rifeños detuvieron su paso un momento, admirados por el valor del oficial, hasta que uno de ellos le puso el fusil en la cabeza y lo mató. Cuando lograron entrar en Monte Arruit, varios oficiales (tenientes Calderón y Sánchez) testigos de estos hechos pidieron a gritos la Laureada para Arenas ante el general Navarro.

La figura del Capitán Arenas, queridísima para cuantos habían sido compañeros de campaña, se agigantó tras su heroica muerte. Previos los trámites correspondientes, en 1.924 le fue concedida a título póstumo la Cruz laureada de San Fernando (desde entonces, figura en el Anuario Militar a la cabeza de los capitanes del Cuerpo de Ingenieros). Y en 1.928 se inauguró en Molina de Aragón, en un solemnísimo acto al que acudió el Rey Alfonso XIII y parte de su Gobierno, un monumento realizado en bronce por el extraordinario escultor Coullaut Valera, de quien aparece firma en la parte baja de la talla, y consta de un pedestal que sostiene un monolito de piedra, rematado en un castillete símbolo del Arma de Ingenieros, y sobre una repisa en su parte anterior, se muestra el busto en bronce del militar que, con su gran juventud -tenía 29 años al morir- supo escribir página tan gloriosa para la historia de España y poner así su nombre en el abultado número de las figuras que por uno u otro motivo han merecido asomarse a estas páginas. En el mismo monumento molinés aparece esta leyenda "EL CUERPO DE INGENIEROS Y LA CIUDAD DE MOLINA AL LAUREADO CAPITÁN D. FÉLIX ARENAS. MUERTO EN TISTOREN - AFRICA, 29 DE JULIO DE 1921. INAUGURADO POR S.M. EL REY D. ALFONSO XIII EL 5 DE JULIO DE 1.928". En ese momento, la ciudad de Molina le dedicó una calle, y en 1.956, lo hizo también la ciudad de Guadalajara, quedando su memoria eternizada en la céntrica rúa que va de San Ginés a la Plaza de Toros. Más tarde, ciudades como Barcelona o Melilla también le dedicaron una calle.

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