El domingo
7 de Diciembre de 1941, la flota japonesa mandada por el almirante Chuiki
Nagumo atacó la imponente base naval norteamericana concentrada en Pearl
Harbor. Al grito de Banzai –literalmente “Mil años de vida al Emperador”-,
cientos de aviones Zero nipones arrasaron la escuadra enemiga. Algunos
documentos apuntan a que fueron los estadounidenses quienes pusieron el cebo a
los japoneses para que les atacaran, empujándoles a entrar en una guerra en la
que deseaban participar. De hecho, en Pearl Harbor no se encontraba ningún
portaaviones en aquellos instantes, el tipo de barco que se mostraría decisivo
en la contienda. Incluso sin cumplir este objetivo, el golpe recibido fue
demoledor para la opinión pública mundial: 2.403 muertos, 1.178 heridos, 18
buques hundidos y 270 aviones destruidos. En cifras totales, una nimiedad para
su imponente máquina armamentística.
El ataque
no fue sino el resultado previsto entre dos potencias que deseaban expandirse
por el Pacífico para ampliar su área de influencia. Inmediatamente, Estados
Unidos declara la guerra a un Japón que en pocos días desembarca en Tailandia,
Malasia, Filipinas, las islas de Guam, Wake, Java, Sumatra y Borneo, además de
declarar la guerra a China apoderándose de Hong Kong. En el bombardeo a esta
última ciudad fallecería el español Cesáreo Arana, capitán del barco filipino
Arburg.
Pese a
ello, la prensa franquista se apresuró en ensalzar las conquistas niponas,
además de conminar a la colonia española en la zona para que cooperara con sus
aliados del Eje. Penosamente no existe ningún documento que lo acredite, pero
historiadores como Salvador de Madariaga siempre defendieron la certeza de que
el propio Franco envió telegramas de enhorabuena al almirante Nagumo. No sólo
por simpatía ideológica, también por creer que tales victorias repercutirían en
la restauración de un Imperio español perdido definitivamente medio siglo
antes.
Cierto era
que en aquellos años se encontraban amplias colonias de españoles en países
como China, Indochina, Filipinas o el propio Japón; pero también lo es que,
contra los deseos del dictador español, la mayor parte de estos súbditos se
decantó por combatir al lado norteamericano para expulsar a unas tropas que
ellos consideraban como invasoras.
Mientras,
el general Mac Arthur era nombrado comandante en jefe de las fuerzas
norteamericanas en Extremo Oriente y entre sus primeros soldados destacó la
presencia de hijos de emigrantes españoles, pero ya con nacionalidad
norteamericana. Los españoles, propiamente dicho, residentes en Estados Unidos
eran 109.400 en 1940, localizados principalmente en el área de Nueva York y de
New Jersey. Otro importante núcleo lo formaban pastores vascos y navarros,
emigrados al país para ocuparse de los enormes rebaños de ovejas esparcidos por
las montañas de Utah y Iowa…
Tras la derrota del bando republicano en la Guerra Civil Española, como
sucedió en América, un número considerable de exiliados españoles fueron a las
antiguas colonias españolas de Oceanía, en especial Filipinas. Esto les pilló
en medio de la contienda entre Japón y Estados Unidos. En un principio, la
prensa franquista ensalzó las conquistas japonesas y pidió a los españoles que
habitaban allí que ayudasen a los aliados japoneses. Pese a ello, los españoles
ayudaron al bando estadounidense, haciendo una guerra de guerrillas a los
japoneses. Muchos además eran de origen vasco, y el vascuence o euskara se
utilizó en un momento para las claves secretas entre los americanos y los
españoles, pero debido a que muy pocos lo entendían, se cambió por el sioux.
La ayuda prestada por los españoles fue de crucial importancia para los
americanos: "Sagarra
eragin-tza zazpi"
(“La Operación Manzana
empezará a las siete”). Tras recibir estas palabras en euskara, miles de
marines norteamericanos fueron desembarcados en la isla Tulagi y en Gualdacanal
(Filipinas). Era la madrugada del 7 de Agosto de 1.942 y bajo un calor húmedo y
sofocante comenzaba una de las batallas más sangrientas del Pacífico y que, a
la postre, sería fundamental para reestablecer el dominio de Estados Unidos en
el mar tras el ataque japonés a Pearl Harbor (medio año antes). Moralmente, era
la primera victoria norteamericana tras la humillación del bombardeo nipón en
Diciembre del 41. Si bien ya es sabido que varios de los idiomas de los indios
fueron empleados para despistar al Ejército del imperio de Hirohito, nada se
sabía de que el euskara hubiera sido fundamental en el servicio de espionaje
durante la batalla de Guadalcanal.
El catedrático y escritor
Daniel Arasa retrata en su libro “Los
Españoles en la Guerra del Pacífico” cómo el mexicano hijo de
vizcaínos Ernesto Carranza, teniente coronel del Ejército
norteamericano, propuso y consiguió que se usara el euskara como idioma para
las transmisiones y evitar así que los japoneses, al desconocerlo, pudieran
entenderlo ni decodificarlo. Carranza era tenido en cuenta dentro de la
inteligencia norteamericana ya que había estado al frente del 10º Regimiento de
Transmisiones durante la invasión de Alemania. La idea de emplear el lenguaje
paterno surgió en el cuartel de transmisiones de San Francisco, adonde en Mayo
de 1.942 llegaron miles de reclutas desde California, Nevada, Idaho, Oregón,
Montana y otros estados del Oeste. A este acuartelamiento fueron a parar
también alrededor de 60 hijos de vascos que habían emigrado a la floreciente Norteamérica
en la mayoría de los casos para trabajar como pastores. Muchos de ellos
hablaban mal el castellano, tenían un regular inglés pero un buen euskara.
Según Arasa, a Carranza se le ocurrió que, dado su uso minoritario, sería un
buen idioma para ser empleado en las transmisiones más relevantes. La propuesta
fue aceptada por el alto mando y, junto al euskara, se incorporaron también al
servicio de la inteligencia militar varios idiomas indios como el iroqués, el
oswego y el shaishai (de Dakota del Norte), además del navajo que, como se ha
retratado en la película “The
Windtalkers”, ya se empleaba.
Después de varias pruebas
se comprobó que los japoneses no entendían los mensajes por lo que se empleó
cada idioma un día distinto de la semana con la intención de despistar al
enemigo. El reparto que se realizó fue: Lunes, euskara; Martes, oswego, Miércoles,
iroqués; Jueves shaishai; Viernes, euskara; Sábado, clave 2x2, Domingo oswego.
Primero se empleó para los convoyes de carga que navegaban por el Pacífico
evitando a los aviones y submarinos del imperio del sol naciente que tras Pearl
Harbor dominaban el mar. Vista su efectividad, se siguió usando para el
desembarco en Guadalcanal.
Junto a Carranza
participaron otros hijos de vascos como el capitán Nemesio Aguirre y los
tenientes Fernández Bacaicoa y Junana. En San Diego (Estados
Unidos), las órdenes eran redactadas en inglés pero se traducían al euskara
para transmitirlas al jefe de la flota y al resto de almirantes.
La primera orden concreta
para el asalto se remitió el 1 de Agosto de 1.942, "Egon arretaz, X
egunari" (atención al día X); ese día elegido era el 7 de Agosto. A
ésta le siguieron otras como "Gudari-talde asko 100.000" (las
tropas japonesas ascienden a 100.000 hombres -cifra que luego se demostró ser
muy exagerada-), "lurrepaira idarrepairaindartsuak" (poseen
fuertes trincheras y fortificaciones) o "aurreta zuhaitzairi"
(atención a las copas de los árboles). Pero el mensaje más relevante se emitió
en la madrugada de ese 7 de Agosto: "Sagarra eragintza zazpi"
-la operación manzana
comenzará a las siete-. A esa hora se había decidido desembarcar sobre el
islote Tulagi y sobre Guadalcanal, una isla casi deshabitada donde Estados
Unidos quería empezar a recuperar su supremacía…. Al menos, se conoce la
existencia de cuatro especialistas en comunicación cifrada vascos que
desembarcaran en Guadalcanal (incluso los nombres de dos de ellos: Serafín
Ortaola y Miguel Gartzaron), junto a otros camaradas indios.
No obstante, esa ayuda la pagaron cara los españoles. Aparte de soldados,
también había muchos misioneros, que sufrieron de una gran persecución por su
condición de religiosos. En la isla de Saipán, el gobernador militar llegó a
decir "La Iglesia Católica no debe ser algo bueno cuando Hitler en
Europa la persigue tanto". Y es que los misioneros instalados en Saipán
fueron de los que peor lo pasaron. Fueron aislados en domicilios con escasez de
alimentos y medicamentos, y los japoneses los utilizaban de escudos, utilizando
los conventos como almacén de municiones, sabiendo que los americanos no los
bombardearían. Muchas monjas estuvieron a punto de ser fusiladas, simplemente
por encender un fuego para calentarse o por hablar entre ellas, pues los
japoneses sospechaban que colaboraban con MacArthur. Ni siquiera la liberación
americana era de buena noticia para los misioneros mientras hubiese soldados
japoneses cerca. Siete jesuitas desplazados a las islas Carolinas y Marianas
fueron asesinados por las tropas niponas cuando se enteraron que Saipán cayó.
En 1.944, con los aliados ya cerca de alzarse con la victoria, el siguiente
paso era la conquista de Filipinas, que cortaría a los japoneses el envío de
petróleo de Malaca y Sumatra. Tras el desembarco, llegaron a Manila, donde se
inició la mayor masacre de todo el frente pacífico. Allí se encontraban 1.700
españoles. Con la ciudad a punto de ser conquistada, los oficiales japoneses
ordenaron sacar a cientos de civiles españoles y filipinos para ametrallarlos a
sangre fría. Las mayores matanzas fueron en el barrio de Intramuros, donde se
intentaron ocultar de en los edificios religiosos. Pero entonces los japoneses
prendieron fuego a los edificios con los ocupantes dentro y también lanzaron
granadas dentro, para disparar al que saliera a fuera. A otros se les enterró
vivos o se les asesinaba sin más. Hubo un caso de una niña de 5 años, Ana María
Aguilella, que sobrevivió a 16 bayonetazos. Un informe cifró en 12.700 los
civiles masacrados…
Con la masacre de Manila la prensa franquista cambió drásticamente de
opinión, hablando de "vesania
nipona". Ningún aliado podía hacer algo semejante a ciudadanos
españoles. Ahora se les trataba como enemigos acérrimos. Fue ahí cuando se
planteó la declaración de guerra a Japón. No había riesgo -ya que la guerra
estaba prácticamente acabada- y sería un buen método para quedar bien con los
aliados tras la ayuda prestada al Eje. Aunque la idea fue finalmente desechada,
el ministro de Asuntos Exteriores, José Félix de Lequerica, entregó al ministro
plenipotenciario nipón en Madrid, Yakishiro Suma, una notificación de la
ruptura entre ambos países.
“Es poco
conocido que Franco quiso declarar la
guerra a Japón cuando ya se advertía la derrota del Eje en 1945 y que
incluso se concibió el envío de una nueva División Azul con tal fin. El
episodio refleja el carácter zigzagueante de la diplomacia franquista –que pasó
de admirar a Japón a convertirlo en enemigo– y cómo los clichés sobre los
"bárbaros orientales" impregnaron la visión española del imperio
nipón. "Parece como si fuéramos a declarar la guerra a Japón", espetó
el ministro de Exteriores español José Félix de Lequerica al agregado militar
británico en Madrid, Windam W. Torr, en una cena informal. Era marzo de 1945,
cuando el Tercer Reich vivía sus últimos meses y era obvio que los Aliados
ganarían la guerra” (Florentino Rodao: “Guerra a los bárbaros de Oriente”).
No todos los españoles allí confinados eran exiliados. Entre ellos se
encontraba Andrés Soriano, fundador de Cervezas San Miguel, hombre más
rico de Filipinas y que prestó ayuda al bando rebelde durante la Guerra Civil y
héroe del Pacífico, fue además un amigo personal del general MacArthur. Otro destacado
personaje fue Leoncio Peña, que perteneció a una escuadra en la que solo
quedaron dos supervivientes. Tras luchar en Okinawa, fue trasladado a Estados
Unidos, donde recibió la Estrella de Bronce por méritos de guerra, la Medalla
del Corazón Púrpura y la del Racimo de Hoja del Roble. Cabe destacar también al
inventor, aviador e ingeniero Heraclio Alfaro Fournier (nieto del
fabricante de naipes), que proporcionó grandes innovaciones y mejoras en los
aviones americanos, se le puede considerar como el pionero en el campo de los
motores voladores. También al jesuita Pedro Arrupe, que destinado en una
misión de Nagatsuka (cerca de Hiroshima), socorrió junto a otros misioneros a los heridos y
ayudar a incinerar a los fallecidos que sufrieron la detonación de la bomba atómica…
Un par de comentarios:
ResponderEliminarEl estado donde se establecieron fundamentalmente los pastores vascos fue Idaho, no Iowa, como confirma la cita de Daniel Arasa.
El segundo es que, francamente, no me creo lo del telegrama de felicitación de Franco a Nagumo, con quien Franco no tenía ninguna simpatía ideológica. Cuando Salvador de Madariaga habla de Franco pierde el "oremus", y hay que poner en tela de juicio lo que dice. Hay suficientes testimonios de que a Franco le eran más simpáticos los crisitanos y occidentales estadounidenses, que los no se sabe qué japoneses. De hecho, en 1943, antes de la masacre de los españoles en Filipinas ya hablaba de la teorís "de las tres guerras": Alemania contra aliados occidentales; somos neutrales, Alemania contra URSS; queremos que gane Alemania, Japón contra USA; queremos que ganen los Estados Unidos.
Saludos.
Estimados amigos,
ResponderEliminarMe gustaría haceros participe de una nueva publicación que desentraña el mito del uso del euskera en la Segunda Guerra Mundial. Espero sea de vuestro agrado (se ruega la máxima difusión):
Oiarzabal, Pedro J y Guillermo Tabernilla. “El enigma del mito y la historia: ‘Basque code talkers’ en la Segunda Guerra Mundial. La OSS y el Servicio Vasco de Información—la Organización Airedale”, Saibigain, 3 (Primavera de 2017).
El artículo se puede descargar de manera gratuita desde el siguiente enlace:
https://drive.google.com/file/d/0B-soXPaPxVtJMld2QWVnRHhNcDA/view
Un saludo cordial
Pedro J. Oiarzabal