La ORDEN DE SANTIAGO es una orden religiosa y militar surgida en el
siglo XII en el Reino de León. Debe su nombre al patrón nacional de España,
Santiago el Mayor. Su objetivo inicial era proteger a los peregrinos
del Camino de Santiago y hacer retroceder a los musulmanes de la Península
Ibérica. Tras la muerte del gran maestre Alonso
de Cárdenas en 1493, los Reyes Católicos incorporaron la Orden a la Corona
de España y el papa Adriano VI unió para siempre el maestrazgo de Santiago a la
corona en 1523. La I República suprimió la Orden en 1873 y, aunque en la
Restauración fue nuevamente restablecida, quedó reducida a un instituto nobiliario
de carácter honorífico regido por un Consejo Superior dependiente del
Ministerio de la Guerra, que quedó a su vez extinguido tras la proclamación de
la II República en 1931.
La Orden de Santiago, junto con las de Calatrava,
Alcántara y Montesa, fue reinstaurada como una asociación civil en el reinado
de Juan Carlos I con el carácter de organización nobiliaria honorífica y
religiosa y como tal permanece en la actualidad.
La insignia de la Orden es una
cruz gules simulando una espada, con forma de flor de lis en la empuñadura y en
los brazos. Los caballeros portaban la cruz estampada en el estandarte y capa
blanca. La cruz del estandarte tenía una venera en el centro y otra al final de
cada uno de los brazos. Las tres flores de lis representan el honor sin
mancha, que hace referencia a los rasgos morales del carácter del Apóstol.
La espada representa el carácter caballeresco del apóstol Santiago y su forma
de martirio, ya que fue decapitado con una espada. También puede simbolizar, en
cierto sentido, tomar la espada en nombre de Cristo.
Se dice que su forma tiene origen
en la época de las Cruzadas, cuando los caballeros llevaban pequeñas cruces con
la parte inferior afilada para clavarlas en el suelo y realizar sus devociones
diarias.
Entre 1157 y 1230, la dinastía real se dividió en
dos ramas opuestas, por lo que la rivalidad tiende a oscurecer los inicios de
la Orden. Aunque Santiago de Compostela, en Galicia, es el centro de la
devoción a este apóstol, no es ni la cuna ni la principal sede de la Orden. Dos
ciudades lucharon por tener el honor de ser la sede de la Orden, LEÓN, en el
reino de ese nombre, y UCLÉS en el antiguo reino de Castilla.
Algunas fuentes apuntan a que la Orden de Santiago
fue creada a raíz de la victoria en la batalla
de Clavijo, que supuestamente tuvo lugar en La Rioja en el año 844. Aunque
la atribución a la creación de la Orden tras dicha batalla, que hoy se
considera un hecho ficticio que nunca tuvo lugar, se debe a la devoción hacia
el Apóstol, al que la leyenda atribuye una intervención en dicho combate, por
lo que la representación de esta batalla se repite constantemente en cuadros,
esculturas, miniaturas y relieves pertenecientes a la Orden. El origen de esta
orden militar es confuso, debido a la doble fundación que tuvieron las órdenes
militares. La primera fundación fue militar, cuando en el año 1170 el rey
Fernando II de León y el obispo de Salamanca, Pedro Suárez de Deza, encargaron
a un grupo de trece caballeros, conocidos como los Fratres o Caballeros de
Cáceres, la defensa de la ciudad de Cáceres (que tuvieron que abandonar al
ser conquistada por los musulmanes).
Este grupo de caballeros estaba encabezado
por Pedro Fernández de Fuentencalada,
que era descendiente de los reyes de Navarra, por línea paterna, y de los condes
de Barcelona, por la materna. Del resto de caballeros destacan: Pedro Arias, el
conde Rodrigo Álvarez de Sarriá, Rodrigo Suárez, Pedro Muñiz, Fernando Odoarez,
señor de la Varra y Arias Fumaz, señor de Lentazo. Según relata la bula
fundacional, estos caballeros, arrepentidos de la vida licenciosa que hasta
entonces habían llevado, se habían unido previamente bajo unos mismos Estatutos
y decidieron formar una congregación para defender a los peregrinos que
visitaban el sepulcro de Santiago Apóstol en Galicia y para guardar las
fronteras de Extremadura. Anteriormente a 1170, los primeros que tuvieron la
idea de acudir al socorro de los numerosos peregrinos que se dirigían a
Compostela, fueron los canónigos regulares de San Agustín. Vivían bajo la
obediencia de un prior elegido y confirmado por ellos en el convento llamado de
San Loyo o San Eloy de Loio, cerca de Compostela, fundado a ejemplo de los
caballeros de la Orden de Calatrava, que también estaba destinada a proteger la
seguridad de los caminos. Con los años se fueron erigiendo muchos hospitales
para albergar a los peregrinos, desde los Pirineos hasta la citada ciudad de
Compostela. Para una defensa eficaz, los Freires (o Caballeros) de Cáceres
determinaron asociarse a aquellos religiosos y se obligaron por voto solemne a
guardar y defender aquellos caminos. Los canónigos, aceptando el ofrecimiento
de los caballeros, convinieron en recibirlos en su Orden, vivir con ellos en
comunidad y ser sus capellanes para dirigirlos espiritualmente y administrarles
los sacramentos. Fue entonces cuando los Freires de Cáceres cambiaron su
nombre al de Freires de Santiago,
organizándose así la Orden.
En la fundación de la Orden participaron Don
Cerebruno y Don Pedro Gundestéiz, arzobispos de Toledo y Santiago de Compostela,
respectivamente; Don Juan, Don Fernando y Don Esteban, obispos de León, Astorga
y Zamora, respectivamente, así como el legado papal, cardenal Jacinto. El 29 de
Julio de 1170, quedó fundada, organizada y establecida la Orden de Santiago, y
en 1172 se había extendido a Castilla. Aunque la Orden de Santiago había nacido
en el reino de León, también se extendió por los reinos de Portugal, Aragón,
Francia, Inglaterra, Lombardía y Antioquía, pero su expansión fundamental se
limitaría a los reinos de León y Castilla. Los Caballeros de Ávila se agregaron a su Regla.
La fundación religiosa hay que atribuírsela al rey
Alfonso VIII de Castilla, con la aprobación del papa Alejandro III mediante una
bula otorgada el 5 de Julio de 1175 en Ferentino, cerca de Roma, con el fin de
que fueran criados en temor a Dios: “...y para remedio de la flaqueza
humana, se permite el matrimonio a los que no pudieran ser continentes;
guardando a la mujer la fe no corrompida y la mujer al marido, porque no se
quebrante la continencia del tálamo conyugal, según la institución de Dios y la
permisión del Apóstol San Pablo”. En dicha bula aprobó sus constituciones y
la hizo exenta de la jurisdicción de los frailes ordinarios o comunes, cuya
gracia ratificaron más adelante los papas Lucio III, Urbano III e Inocencio III
por diferentes bulas que arreglaron igualmente el estado de los caballeros y el
de los religiosos. A partir de este momento se les conoció con el nombre de Caballeros
de Santiago, pues el de Caballeros o Freires de Uclés, que aparece en
algunos documentos antiguos, no prevaleció.
Como efecto de este doble acto fundacional
-institución real y aprobación pontificia- la Orden quedó constituida, como una
Militia Christi, con vocación tanto religiosa como militar, cuya misión
era el “SERVICIO DE DIOS, EL ENSALZAMIENTO Y DEFENSA DE LA CHRISTIANA
RELIGION, Y FEE CATHOLICA Y LA DEFENSA DE LA REPUBLICA CHRISTIANA”.
El nombre definitivo de la Orden
tiene su fundamento en la devoción que durante los siglos medievales se tuvo en
España al apóstol Santiago. Toda
España considera a Santiago el Mayor como el primero en predicar el evangelio a
los habitantes de Hispania. Más tarde, volvió a Jerusalén, donde fue el primero
de los apóstoles en derramar su sangre por mandato de Herodes Agripa I y, según
la tradición, sus discípulos trasladaron su cuerpo a España y lo depositaron en
Iria-Flavia (Galicia) a principios del siglo IX. Sus reliquias fueron
descubiertas durante el reinado de Alfonso II el Casto y trasladadas
después al lugar que luego recibió el nombre de Compostela. Es natural que los
caballeros se encomendasen de un modo especial al patrocinio de Santiago al
entrar en batalla, y es lógico que creyeran sentir en muchas ocasiones la
protección celestial gracias a la intervención favorable del Apóstol. Por esto,
de acuerdo con el segundo arzobispo de Compostela, don Pedro Godoy, en 12 de
Febrero de 1171 don Pedro Fernández y toda su milicia se consagraron vasallos y
caballeros del apóstol Santiago, nombrando al Maestre y sus sucesores canónigos
de la iglesia compostelana y el arzobispo y los suyos frailes de la nueva orden
de caballería. Así todos se nombrarían en lo sucesivo Caballeros de Santiago y
así los nombraría el papa en su bula.
Todavía se conserva un cuadro de grandes proporciones
que representa el momento en que don Pedro
Fernández, acompañado de los primeros caballeros vistiendo sus capas
blancas con la cruz roja de Santiago como emblema de la Orden, presenta al papa
Alejandro la regla para su confirmación. Dicho cuadro estuvo colgado durante
muchos años en la parte izquierda de la nave de la iglesia del monasterio de Uclés. Hoy se conserva en la sacristía
del monasterio hasta que sea restaurado.
Los Caballeros de Santiago tenían posesiones en los
siguientes reinos de la Península Ibérica: León, Castilla, Aragón y Portugal;
pero Fernando II de León y Alfonso VIII de Castilla ponían la condición de que
la sede de la Orden debía estar en sus respectivos estados: en San Marcos de
León y Uclés. De ahí surgió un largo conflicto que sólo terminó cuando, en 1230,
Fernando III el Santo, unió ambas coronas. Desde entonces, Uclés, en la
provincia de Cuenca, es considerada como la sede de la Orden, Caput ordinis.
Uclés |
Tras la salida de los Frates de Cáceres del
reino de León, obligados por la pérdida de Cáceres, su primitiva sede, y de los
lugares que habían adquirido en territorio de Badajoz, ante el empuje de los
almohades, pasaron a Castilla, donde fueron bien recibidos por su rey Alfonso
VIII. Éste, entregó el castillo de Uclés a los Caballeros de Santiago para que
defendiesen aquella comarca y la de Huete de los ataques musulmanes. El castillo
había pertenecido desde 1163 a los caballeros de San Juan, pero el rey estaba
descontento por su actuación (ya que en el período en el que lo ocuparon no
hicieron nada notorio) y les retiró la posesión de dicho castillo fronterizo en
favor de los santiaguistas.
El 9 de Enero de 1174 tuvo lugar en Arévalo el acto
solemne por el cual Alfonso VIII entregaba el castillo y la villa de Uclés, con
todas sus tierras, viñas, prados, pastizales, arroyos, molinos, pesquerías,
portazgos, entradas y salidas, al Maestre de la Orden, don Pedro Fernández de
Fuentencalada. El acto contó con la presencia de los prelados y nobles del
reino y de Alfonso VIII junto con su esposa Leonor de Inglaterra.
A finales de aquel mismo mes los caballeros de la
Orden de Santiago tomaron posesión de la villa y fortaleza donadas por Alfonso
VIII, acto al que asistió el arzobispo de Santiago. La bandera de Santiago, que
el arzobispo les había entregado en Compostela, ondeó por vez primera en la
torre del homenaje. La iglesia de Santa María del Castillo cambió su nombre por
el de Santiago hasta que se construyó el convento con una nueva iglesia
adecuada a las necesidades de la Orden.
En Uclés se hallaba el monasterio donde el Gran
Maestre de la Orden residía habitualmente, este monasterio fue derruido en el
siglo XVI para construir el actual monasterio que comenzó a construirse en 1529
y se terminó en 1735. Los aspirantes pasaban un año y un día de prueba en el
monasterio. Los archivos de la Orden que estaban en Uclés pasaron en 1869 al
Archivo Histórico Nacional en Madrid.
La Orden recibió su primer artículo en 1171 del
cardenal Jacinto (más tarde papa Celestino
III) y en 1175 la bula papal de Alejandro
III.
Los caballeros santiaguistas estuvieron presentes
en todas las acciones guerreras de la Reconquista
y sus territorios se extendieron principalmente por La Mancha. A esta Orden
pertenecían pueblos de las actuales provincias de Ciudad Real, Cuenca, Toledo,
Madrid, Guadalajara, Jaén y Murcia. La primera acción militar notoria en la que
intervinieron fue para ayudar al ejército de su protector Alfonso VIII en la toma
de la ciudad de Cuenca, en 1177. Su contribución en dicha conquista fue tan
importante que el rey añadió, en el terreno recién conquistado, nuevas
donaciones a la Orden, entre ellas: Dos casas cerca de las de Aben-Mazloca, en
el mismo alcázar de Cuenca, dos solares, un molino en el río Moscas y un huerto
próximo a este río.
Con las donaciones hechas a Tello Pérez y a Pedro
Gutiérrez, que estos a su vez donaron a Pedro Fernández, el fundador de la
Orden, se creó al poco tiempo el Hospital Santiago Apóstol en Cuenca. Una de
las trece collaciones en que se
dividió la ciudad se llamó también Santiago, quedando su iglesia dentro del
recinto de la misma catedral. Alfonso VIII cedió también Uclés a Pedro
Fernández para que se estableciera allí y defendiera la frontera, según
Escritura Real extendida en Arévalo el 3 de Enero de 1174, siendo desde
entonces la casa principal de la Orden. Asimismo cedió a la Orden Moya en 1211,
a las que se unirían posteriormente Ossa de Montiel, Campo de Criptana, Pedro
Muñoz, Montiel y Alhambra. La congregación prosperó, adquiriendo bienes y
territorios y llegó a formar una especie de diócesis con capital en Uclés, cuyo
prior tenía autoridad casi episcopal.
La rápida propagación de la Orden se debió a que su
Regla era menos rígida que las de las demás órdenes (es la única orden militar
cuyos caballeros podían casarse), eclipsando a las más antiguas de Calatrava y
Alcántara y cuyo poder fue reputado en el extranjero incluso antes de 1200. La
primera bula de confirmación, la de Alejandro III, ya enumeró un gran número de
dotaciones. La Orden de Santiago sola tenía más posesiones que las órdenes de
Calatrava y Alcántara juntas. En España, estos bienes incluían 83 encomiendas,
de las cuales 3 fueron reservadas a los grandes comendadores, 2 ciudades, 178
condados y aldeas, 200 parroquias, 5 hospitales, 5 conventos y la Universidad
de Salamanca. Los caballeros eran entonces 400 y se podían reunir más de 1.000
lanzas. Tenían posesiones en Portugal, Francia, Italia, Hungría e incluso en Palestina.
Abrantes, su primera encomienda en Portugal, data del reinado de Alfonso I, en
1172, y pronto se convirtió en una orden distinta, ya que el papa Nicolás IV,
en 1290, la libera de la jurisdicción de Uclés.
Gonzalo Ordóñez fue elegido Gran Maestre de la
Orden en León, al mismo tiempo que Gonzalo Rodríguez (1195). Se marchó a
Castilla y sirvió a Alfonso VIII. A la muerte del anterior Maestre en 1203, fue
elegido en Uclés y sólo vivió dos años más.
En tiempos del tercer maestre, Sancho Fernández de
Lemus, los almohades comandados por el califa Abu Yaqub Yusuf al-Mansur (Yusuf
II), vencedor en la batalla de Alarcos
en 1195 frente a Alfonso VIII y donde encontraron la muerte diecinueve
santiaguistas, realizaron una ofensiva general por tierras de Castilla,
llegando hasta Uclés dos años más tarde. El maestre, en medio del desconcierto
de los reinos cristianos, resistió en el castillo ucleseño con sus gentes,
mientras otras fortalezas, como las de Madrid y Guadalajara, se sometieron a
Yusuf II.
Los caballeros de Santiago participaron en la
reconquista de las comarcas de Teruel y Castellón y combatieron en la batalla de las Navas de Tolosa (1212),
en la que el maestre Pedro Arias murió junto a un gran número de caballeros
santiaguistas.
Tras la muerte de Alfonso VIII en 1214 acontecieron
disturbios en la Orden. En 1233 sus caballeros acudieron a la batalla de la
toma de Jerez de la Frontera y, tres años más tarde, a las conquistas de Úbeda
y Córdoba. Pelayo Pérez Correa fue el Maestre que mayor esplendor dio a la
Orden, induciendo a Fernando III el Santo a que pusiera sitio a Sevilla.
Durante dicho sitio, 270 caballeros dirigidos por su Maestre se internaron
demasiado en la sierra y al llegar la noche sin haber logrado la derrota
completa de los enemigos, se les apareció la Virgen María, a la que pidieron
que detuviese el curso del sol pronunciando la deprecación: “Santa María,
detén tu día”. En recuerdo de este suceso se edificó más tarde, en aquel
lugar, la ermita de la Virgen de
Tentudía (Detén-tu-día), donde dicen que fue sepultado dicho Maestre en 1275.
Pérez Correa fue sucedido por Gonzalo Ruiz Girón, quien murió a causa de las
heridas recibidas en Alcaudete en 1280.
Tras la muerte de Vasco Rodríguez de Coronado,
Maestre de la Orden entre 1327 y 1338, el consejo
de los Trece, así llamado porque lo componían trece caballeros designados
de entre los gobernadores y comendadores de la Orden, eligieron como Maestre al
sobrino de éste, Vasco López. Por intervención personal del rey Alfonso XI de
Castilla con el fin de retener el cargo para su hijo bastardo, el infante Fadrique Alfonso de Castilla, hijo de
Leonor Núñez de Guzmán y sobrino de Alonso Meléndez de Guzmán, este último fue
nombrado Maestre en 1338 y se anuló la elección de Vasco López aduciendo
defectos en la elección.
La intromisión del Rey en las reglas sucesorias de
la Orden provocó grandes disputas, ya que legalmente los Maestres eran elegidos
entre los freires con voto de castidad, con consentimiento y nombramiento posterior
por el Papa. Los comentarios de éste acerca de don Alonso y, sobre todo, de
doña Leonor le convirtieron en enemigo del rey.
Alonso de Guzmán luchó al lado del Rey en la
conquista del Reino de Algeciras, pero fue asesinado por él para nombrar finalmente
al infante Fadrique, de 8 años de edad, como Maestre de la Orden en 1342.
En 1358, Fadrique fue mandado asesinar en Sevilla
por su hermanastro, el rey Pedro I de
Castilla, que nombró en su lugar a Juan de Padilla, hermano de la favorita
del Rey, María de Padilla. Sin embargo, los caballeros de la Orden se negaron a
reconocerle y le derrotaron cerca de Uclés, falleciendo Padilla durante la
lucha. Los Maestres posteriores (Fernando Osórez, Pedro Fernández y Pedro
Muñiz) murieron en la guerra con Portugal, pero la Orden se repuso durante el
prolongado maestrazgo de Lorenzo Suárez de Figueroa, que fundó el Convento de
Santiago de Sevilla.
Los monarcas castellano-leoneses concedieron
privilegios a la Orden que permitieron repoblar extensas regiones de Andalucía
y Murcia. Durante el siglo XV, la Orden trasladó su radio de acción a Sierra
Morena y tomó la población de Llerena (Badajoz) como lugar habitual de
residencia de sus maestres, proporcionando un alto crecimiento tanto en esta
población como en sus alrededores.
En 1453, Enrique
IV de Castilla se hizo cargo de la administración de la Orden hasta que
Alfonso de Castilla alcanzara la mayoría de edad. Entre 1462 y 1463 nombró
Maestre provisional a Beltrán de la Cueva. En 1463, cuando fue mayor de edad, es
nombrado como Maestre titular el infante Alfonso de Castilla.
En 1474, Juan Pacheco, marqués de Villena, abdicó
en favor de su hijo Diego después de siete años de gobierno. Esta decisión
disgustó a la mayor parte de los caballeros y provocó un cisma en la Orden y
grandes luchas, ya que, al mismo tiempo, Rodrigo Manrique y Alonso de Cárdenas
pretendían el maestrazgo. Fue nombrado Rodrigo por Uclés y Alonso por San
Marcos. A la muerte de Rodrigo Manrique, los Reyes Católicos pusieron término a
las disputas quedándose con la administración durante un tiempo y nombrando
Maestre a don Alonso, quien les acompañó en la Guerra de Granada.
Con el paso del tiempo y la finalización o
ralentización de la Reconquista, la Orden de Santiago se vio implicada en las
luchas internas de la Corona de Castilla. Al mismo tiempo, los inmensos bienes
de la Orden la obligaron muchas veces a sostener las encontradas pretensiones
de la Corona. El título conllevaba gran poder, tanto territorial (se podía ir
desde Uclés a Portugal sin pisar fuera de los territorios de la Orden) como
económico (el Maestre de la Orden llegó a obtener una renta anual de 64.000
florines de oro).
Siendo el cargo de Gran Maestre de tal influencia,
las luchas y banderías internas también eran frecuentes para alcanzar semejante
dignidad. Hasta tal punto habían desacreditado a la Orden estos escándalos, que
a la muerte del gran maestre Alonso de Cárdenas en 1493, los Reyes Católicos hallaron una excusa
para pedir a la Santa Sede una providencia capaz de poner término a los
escándalos, al tiempo que subrayaban los grandes gastos que la guerra de
Granada había supuesto a la Corona. Así, los Reyes pidieron a Alejandro VI que les concediese la
administración del gran maestrazgo de la Orden, medida que podía considerarse
como de necesidad y, al mismo tiempo, como una especie de recompensa de sus
grandes sacrificios por la fe católica. El Papa accedió a la demanda y con
bula del mismo año otorgó la administración de la suprema dignidad de la Orden
de Santiago a los Reyes Católicos.
Tras la muerte de Fernando el Católico, le sucedió
en la administración el emperador Carlos I, en cuyo tiempo el papa Adriano VI
unió para siempre a la Corona de España los maestrazgos de Santiago, Calatrava
y Alcántara en 1523. Hasta entonces, el gran Maestre de Santiago era elegido
por el consejo de los Trece.
Ser miembro de la Orden de Santiago formaba parte
de las aspiraciones más codiciadas por los hombres del siglo XVII, por lo que
el ingreso en esta Orden tan elitista no era camino sencillo en este siglo.
Miembros de la alta nobleza, como Gregorio María de Silva y Mendoza, Duque de
Pastrana, u otros de la familia real, tenían el camino más fácil frente a
aquellos que no podían certificar paso a paso el limpio origen de cristiano
viejo de sus antecesores o que sus ingresos económicos no procedían del trabajo
de sus manos. Muy conocido es el juicio al que tuvo que someterse Diego
Rodríguez de Silva y Velázquez, donde tuvieron que testificar amigos suyos,
como Francisco de Zurbarán, para dar fe de que sus raíces limpias eran ciertas
y que su arte no se veía motivado por la obtención de ganancias económicas de
forma manual que enturbiasen su forma de vida, sino que tenía un carácter
intelectual. Francisco de Quevedo también fue miembro de la Orden. Su ingreso
se hizo oficial el 29 de Diciembre de 1617 y fue firmado por Alonso Núñez de
Valdivia, secretario de cámara del rey Felipe III, tras presentar y verificar
su genealogía.
José de Armendáriz y Perurena, marqués de
Castelfuerte, ingresó en la Orden de Santiago en 1699. Tras mandar las tropas
reales en la batalla de Lagudina (.708)
y en una acción decisiva en Villaviciosa
(1710), fue premiado con la Orden de Santiago y, en tal virtud, beneficiado con
las encomiendas de Montizón y Chiclana de Segura, además de otorgársele el
título de marqués de Castelfuerte (30 de Junio de 1711).
En sus comienzos, el ingreso en la Orden no fue
dificultoso, pero a partir de mediados del siglo XIII cada vez fue más
complicado. Una vez finalizada la Reconquista, el pretendiente que deseara
ingresar en la Orden de Santiago debía aprobar en sus cuatro primeros apellidos
ser hidalgo (o hijodalgo) de sangre a fuero de España y no hidalgo de
privilegio, cuya prueba debía de referirse asimismo a su padre, madre, abuelos
y abuelas. Además debía probar, de la misma manera, que ni él ni sus padres ni
sus abuelos habían ejercido oficios manuales ni industriales.
Tampoco podían obtener el hábito de la Orden
aquellas personas que tuvieran raza ni mezcla de judío, musulmán, hereje,
converso, por remoto que fuera, ni el que hubiera sido o descendiera de penitenciado
por actos contra la fe católica, ni el que hubiera sido o sus padres o abuelos
procuradores, prestamistas, escribanos públicos, mercaderes al por menor, o
hubieran tenido oficios por los que hubieran vivido o vivieran de su esfuerzo
manual, ni el que hubiera sido infamado, ni el que hubiera faltado a las leyes
del honor o ejecutado cualquier acto impropio de un perfecto caballero, ni el
que careciera de medios decorosos con los que atender a su subsistencia. El
aspirante tenía que pasar después a servir tres meses en las galeras y residir
un mes en el monasterio para aprender la Regla.
Posteriormente el Rey y el Consejo de las Órdenes
abolieron cierta cantidad de estos requisitos.
A diferencia de las contemporáneas órdenes de
Calatrava y Alcántara, que siguieron la dura Regla de los benedictinos de la
Abadía de Cîteaux, la Orden de Santiago aprobó la Regla más suave de los canónigos agustinos. De hecho, en León
han ofrecido sus servicios a los canónigos regulares de San Eloy en esa ciudad
para la protección de los peregrinos a Santiago y los hospicios de los caminos
que conducen a Compostela. Esto explica el carácter mixto de su Orden, que es
hospitalaria y militar, como la Orden de Malta.
Los caballeros de la Orden fueron reconocidos como
religiosos por Alejandro III, cuya bula de 5 de Julio de 1175 fue confirmada
posteriormente por más de veinte de sus sucesores. Estos actos pontificios,
recogidos en el Bullarium de la Orden, garantizaban todos los
privilegios y exenciones de otras órdenes monásticas. La Orden estaba compuesta
por varias clases de afiliados: Canónigos (encargados de la administración de
los sacramentos), comendadoras (ocupadas del servicio de los peregrinos),
caballeros religiosos -que viven en comunidad- y caballeros casados.
Los caballeros de la Orden de Santiago aceptaron
los votos de pobreza y obediencia. Sin embargo, al organizarse por la regla de
los agustinos, sus miembros no estaban obligados a hacer voto de castidad y
pudieron contraer matrimonio (casados estaban algunos de sus fundadores); sólo
prometían la castidad total antes del matrimonio o acabado éste, y la castidad
y fidelidad conyugal mientras permanecieran casados. La bula del papa Alejandro
III recomendaba el celibato. En los Estatutos de la fundación de la Orden se
precisaba: “En conyugal castidad, viviendo sin pecado, semejan a los
primeros padres, porque mejor es casar que quemarse”. El derecho a contraer
matrimonio, que otras órdenes militares sólo obtuvieron al final de la Edad
Media, se les concedió desde el principio, con determinadas condiciones (como
la autorización del rey), la obligación de observar la continencia durante el
Adviento, la Cuaresma y en determinadas festividades del año. Los caballeros
santiaguistas, con licencia del maestre, podían contraer matrimonio y vivir con
sus esposas e hijos en los conventos de la Orden. La Orden de Santiago fundó
conventos femeninos de comendadoras, apelativo utilizado para designar a
las monjas. La presencia femenina en la Orden es mayor que en otras órdenes de
la época. Aquí, las mujeres asumieron la función educar a las hijas de los
caballeros, aunque hubo algunas mujeres que estuvieron al frente de una
encomienda.
Entre las obligaciones de sus miembros se
encontraban la misa diaria, rezar veintitrés Padre nuestros por día, tomar el
sacramento de la Eucaristía los domingos y ayunar dos Cuaresmas.
Comendadoras de Madrid |
Otro elemento importante de la infraestructura de
la Orden de Santigado fueron los conventos, tanto los masculinos como los
femeninos: Además de los conventos para freiles de Uclés y San Marcos de León,
la Orden tuvo otros conventos en Villar de Donas (León), Palmella (Portugal), Montánchez (Cáceres),
Montalbán (Aragón) y Segura de la Sierra en Jaén. En 1275 la Orden también
contaba con seis conventos de monjas, que se denominaban comendadoras. En ellos se podían alojar las mujeres y familiares de
los freiles, cuando éstos iban a la guerra o morían. Las freilas sólo
profesaban castidad conyugal, pero no perpetua, por ello podían salirse del
convento y casarse. Los conventos mencionados son: Santa Eufemia de Cozuelos
(Palencia), fundado en 1502; Convento de Sancti Spiritus de Salamanca,
concedido a la Orden en 1233; San Vicente de Junqueras (Barcelona), fundado en
1212; San Pedro de la Piedra (1260), en Lérida; Santos-o-Velho (1194), en
Lisboa y la Destiana (León). Posteriores a estas fechas son los conventos de
Membrilla (Ciudad Real) y las Comendadoras de Madrid (1650).
El nombre de Trece
era dado al caballero nombrado por el Maestre y demás caballeros para algún
capítulo general. En la bula de confirmación de la Orden, expedida por el papa
Alejandro III en 1175, se estableció que hubiese trece frailes, a cuyo cargo
estaría la elección del Maestre y el ayudarle con su consejo. Algunos
historiadores afirman que el significado de estos trece se corresponde con el
número de los primeros caballeros que se reunieron para fundar la Orden. (Otros
dicen que representa el número simbólico de los 12 apóstoles más Cristo). Los
Trece constituyen las primeras dignidades de la Orden, después de los priores
de Uclés y de San Marcos de León. Los Comendadores Mayores de Castilla y de
León siempre fueron Trece, aunque no con carácter nato por razón de tales
encomiendas, puesto que consta que lo fueron muchas veces por elección como
todos los otros.
Hasta el año 1212 no se menciona documentalmente a
los Trece. Su cargo no era perpetuo, ya que se advierten frecuentes cambios que
obedecían a renuncias al cargo debido a que este conllevaba gran trabajo y
responsabilidad por la frecuencia con que se celebraban los capítulos y la
obligación de asistir en sus funciones rectoras al Maestre. La falta de un
Trece, que se hallara ausente por legítima causa, se suplía mediante otro
caballero elegido únicamente para aquel acto y se llamaba enmienda,
aunque de este uso no hay referencias anteriores a 1350. Por lo común, quienes
habían sido enmiendas en el capítulo eran elegidos Trece en propiedad a medida
que se producían vacantes.
Comendador Mayor de Santiago |
Los Treces asistían a los capítulos con capas
negras y bonetes (como los priores), y su autoridad y prerrogativas han sido distintas
según los tiempos. En 1246 fueron fuertemente restringidas por el papa Inocencio
IV, a instancia del maestre Pelayo Pérez Correa, y restablecidas más tarde por
Alejandro IV. Sin embargo, siempre ha estado en vigor la facultad de deponer al
Maestre, junto con el prior, si se juzgase inútil o dañino. En uso de tal
atribución, en el capítulo de Ocaña de 1338 depusieron al maestre Vasco López,
y fue práctica en todos los capítulos tenidos antes de la administración dejar
a los Maestres las insignias, entregándolas al prior, el cual al día siguiente
se las devolvía de acuerdo y con consentimiento de los Trece. Este acto se
llevaba cabo en una ceremonia pública, dejando entrar al pueblo para que
presenciara el capítulo, y en ella el Maestre daba las gracias por la
restitución de las insignias de su jerarquía.
El juramento que realizaba un caballero cuando era
elegido Trece era el siguiente:
¿Vos Don... juráis a Dios ya Santa María ya esta señal de Cruz, ya estos
Santos Evangelios, que tocáis corporalmente con vuestras manos, que cuando
muriese el Maestre, que vos escogiereis persona idónea y suficiente para ser
Maestre, que sea para reedificar y para defender y adelantar la Orden y
mantener los frailes, según la Regla y Establecimientos de nuestra Orden y que
no sea talla destruya?
Respuesta: Sí, juro.
¿Item que si viereis que el Mestre es inútil y pernicioso e incorregible y
sin provecho, y que destruye la Orden más que la aprovecha, que vos le
depondréis del Mestrazgo, según forma de derecho?
Respuesta: Sí, juro.
¿Item que si alguna cuestión naciese entre él y el Cabildo, que vos intervendréis
entre ellos?
Respuesta: Sí, juro.
¿Otrosí, que por este poder que tenéis no obedezcáis menos al Maestre, en
tanto que será Maestre, de modo que no le desobedezcáis en contrario de lo que
habéis jurado?
Respuesta: Sí, juro.
La dignidad de Trece cayó en desuso por mucho
tiempo, hasta que se volvió a restablecer el 8 de Junio de 1906 por bula del
papa Pío X.
Jerarquía.
Desde sus comienzos, la Orden estuvo formada por
tres clases de miembros: freires o caballeros casables; caballeros
estrechos, de vida más rigurosa, que profesaban el celibato y vivían en
comunidad; y los religiosos y religiosas (canónigos regulares o monjes
santiaguistas), cuyo cometido era la celebración del culto, la asistencia
espiritual de los demás miembros y regentar las parroquias del priorato. Los
primeros tenían por jefe directo al Gran Maestre, mientras que los otros vivían
bajo la inmediata dirección de sus superiores eclesiásticos y de los priores de
Uclés y de San Marcos de León, y bajo la autoridad del Gran Maestre de la
Orden.
En honor de esos primeros trece hermanos se
establecería el Trecenazgo de la Orden: trece freires electores que en
su época de esplendor, y junto con los obispos priores de Uclés y San Marcos de
León, los comendadores mayores de Castilla, León y Montalbán (Aragón), el Prior
del monasterio de Santiago de la Espada en Sevilla, el secretario y el
tesorero, integrarían las dignidades principales que participarían en la
elección del Maestre.
Todos los miembros de la Orden recibían el nombre
de freyles para distinguirlos
de los miembros de las órdenes religiosas, los frayles. Los freyles religiosos milites hacían
la guerra para defender la Cristiandad, y los freyles religiosos
clérigos se dedicaban al culto divino para pelear mediante la oración, el ayuno,
la abstinencia y otras obras religiosas. Tanto los milites como los
clérigos eran reputados por verdaderos religiosos. Por eso, además de las
obligaciones monásticas gozaban también de los privilegios de los monjes:
exención de la jurisdicción real, exención de la jurisdicción del clero secular
y sometimiento directo a la Santa Sede.
Entre los milites
existían diferencias: los llamados comendadores, que administraban una
encomienda, y los caballeros, que no la tenían. Entre los clérigos
también existían diferencias: los priores, que disponían del “beneficio
formado”, los curas o rectores, que poseían “beneficio curado”, y
los conventuales, que no poseían beneficio.
Dentro de la jerarquía de la Orden de Santiago, las
dignidades inmediatas al Gran Maestre eran los priores de los dos conventos de Santiago de Uclés y San Marcos de León. Hasta 1502 la
duración de sus mandatos fue perpetua, después fue trienal, siendo elegidos por
los frailes de la respectiva provincia de forma alternante: el de Uclés en Castilla
un trienio por la parte llamada de La Mancha y el otro trienio por la llamada
Campo de Montiel; y el de San Marcos en León alternando la provincia de León y
la de Extremadura. Por último (desde 1794 hasta 1844) hubo priores perpetuos,
nombrados por la Corona al igual que los obispos.
Los priores, en virtud de las concesiones papales,
usaban roquete, mitra y demás insignias pontificales. Inicialmente, el único
prior era el de San Marcos; pero tras la división del reino de León, los
caballeros de Santiago fueron acogidos en sus estados por Alfonso VIII de Castilla,
quien les dio en 1174 la villa y castillo de Uclés (entre otras posesiones), y
allí establecieron la sede de la Orden.
Tras serias disputas suscitadas entre el convento
de San Marcos y el de Uclés debido a cuestiones de antigüedad y preeminencia,
el conflicto terminó cuando el prior de San Marcos quedó a cargo del gobierno
de los conventos de León, Galicia y Extremadura, mientras que los conventos
restantes fueron controlados por el prior de Uclés, en cuyo convento debían
pasar el año de prueba y hacer la profesión todos los novicios de la Orden. Los
superiores de los demás conventos religiosos tenían igualmente el título de
priores, pero estaban bajo la dependencia de aquellos prelados.
A los priores de Uclés y de León seguían los Trece, luego las Grandes Cruces de Castilla, León y Montalbán, después los Comendadores, y por último los caballeros y frailes, clérigos o
religiosos.
De las encomiendas de la Orden dependían hasta
doscientos prioratos, curatos y beneficios simples que, con dispensa del Papa,
podían darse a personas no religiosas. También existían trece vicarías con
jurisdicción espiritual y, por último, se nombraban cuatro caballeros para
visitar las cuatro provincias de Castilla la Nueva, León, Castilla la Vieja y
Aragón, cuyas facultades se extendían no sólo a los demás caballeros, sino a
cuantos poseían beneficios en territorio de la Orden.
Tras el fallecimiento del Maestre, el prior de
Uclés se encargaba del gobierno de la Orden y de convocar a los Trece para
elegir un nuevo Maestre. Muchas de las atribuciones que tenían los Trece las
perdieron tras la creación del Consejo de las Órdenes, luego de su
incorporación a la Corona con autorización de Adriano VI.
Desde el siglo XIV
la elección del Maestre recayó en un personaje de la familia real o próximo a
la corte. A partir del siglo XV la elección era considerada un derecho de la
Corona y a lo largo de dicho siglo el maestrazgo recayó sobre nobles y validos
de los reyes: Enrique de Aragón, hijo del regente de Castilla, Fernando de
Antequera; Álvaro de Luna, privado de Juan II; el infante don Alfonso; Beltrán
de la Cueva y Juan Pacheco, marqués de Villena, privados de Enrique IV; y Diego
López Pacheco, marqués de Villena, quien no fue reconocido como Maestre al no
haber sido nombrado ni en León ni en Uclés.
Más adelante, Carlos I y Felipe II dieron a la
Orden de Santiago la forma que posee en la actualidad: compuesta por un
presidente, ocho ministros togados, un fiscal, un secretario, un contador
general, un alguacil mayor y un tesorero, con cuatro procuradores generales y
cuatro fiscales, correspondientes a cada una de las cuatro órdenes militares de
España.
La Orden estaba dividida en varias provincias,
siendo las más importantes las de Castilla y León por su número de propiedades
y vasallos. Al frente de cada provincia había un Comendador Mayor, con sede,
respectivamente, en Segura de la Sierra (Castilla) y Segura de León (León). La
provincia de León estaba dividida en dos partidos, Mérida y Llerena, y en cada
una de ellas existían varias encomiendas. La subdivisión interna más importante
de las órdenes militares eran las llamadas ENCOMIENDAS, que eran
unidades de carácter local dirigidas por un comendador. La encomienda podía
asentar la sede o residencia del comendador en un castillo o fortaleza o en una
villa y era un centro administrativo o económico en el que se cobraban y
percibían las rentas de los predios y heredades atribuidas a esa encomienda;
era el lugar habitual de residencia del comendador y de algún otro caballero. Cada
encomienda debía sostener con sus rentas no sólo al comendador y a los otros
caballeros residentes en ella, sino que también debían pagar y armar a un
determinado número de lanzas, que debían acudir a los llamamientos de su
Maestre perfectamente equipados para tomar parte en aquellas acciones militares
que quisiera emprender. Todos ellos formaban la mesnada o ejército de la Orden,
que respondía a las órdenes de su Maestre. Las rentas de las tierras, pastos,
industrias, portazgos y derechos de paso, junto con los impuestos y el diezmo,
constituían los ingresos que servían para mantener a la Orden. Los ingresos se
repartían entre rentas de la encomienda respectiva y rentas de la Mesa maestral
que financiaban al Maestre de la Orden.
La Orden de Santiago estaba dirigida desde los dos
prioratos mencionados: El de Uclés para Castilla y el
Priorato de San Marcos de León para León.
En esta última provincia, al estar muy alejado el convento de San Marcos del
grueso de las posesiones santiaguistas en Extremadura, el convento se trasladó
primero a Calera de León y luego a Mérida. Finalmente regresó de nuevo a su
ubicación inicial en San Marcos de León (quedando dividido en tres vicarías con
sedes en Mérida, Llerena-Tentudía y Jerez de los Caballeros). Los pueblos y
encomiendas de la Orden eran atendidos por curas presentados por el maestre y
colacionados por el prior. Dos visitadores de la Orden acompañados de un
vicario, debían realizar cada cuatro años una visita de inspección por todas
las encomiendas y territorios para comprobar el estado de las propiedades,
rentas y gobierno de las posesiones. De estas visitas se levantaba el acta en
los llamados Libros de Visitas.
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